En lo que va del siglo XXI, la escuela viene sufriendo tres heridas en su narcisismo. Perdió la centralidad en la transmisión del conocimiento con internet, perdió el dominio de la atención en el aula con el celular y perdió el control de la producción de textos con la IA generativa.
Constituida en el siglo XV sobre la hegemonía cultural del libro, la escuela sufre los desafíos de un entorno digitalizado, ubicuo, desterritorializado y solipcístico. La red terminó su ciclo de conectividad y arrasó con todas las murallas: culturales, geográficas, etarias y económicas.
Desde que Steve Jobs inventó el IPhone, articulando en un mismo aparato internet, la pantalla táctil y la comunicación inteligente, el mundo se volvió una red per to per, uno a uno.
Stephen King se mofó de sus efectos en la película Cell, en la que un virus vampírico se transmitía por los celulares atacando en minutos a toda la humanidad conectada y convirtiendo a los seres humanos en zombis que graznan como una bandada de pájaros.
Embed - Cell Official Trailer #1 (2016) - Samuel L. Jackson, John Cusack Movie HD
Lejos de la ficción, la ludopatía adolescente, los casos de ansiedad inducidos por las redes y el aislamiento social comienzan a ser estudiados como problemas reales para los adolescentes. El caso extremo del suicidio de un joven enamorado de una IA es una alerta.
Cristina Fernández de Kirchner en la UBA: repensar la escuela
A propósito de este “malestar”, el sábado 22 se realizó en la Universidad de Buenos Aires (UBA) el Congreso Educativo Nacional, que contó con la central exposición de Cristina Fernández de Kirchner, quien desafió a “imaginar y transformar” el sistema educativo.
Parada sobre los antecedentes de las políticas públicas desarrolladas en el sector durante su gobierno, entre las que destacó la creación de 18 universidades, el incremento de la inversión hasta alcanzar el 6 % del PBI en 2015 y rescatar los canales educativos como PAKAPAKA y Encuentro, la expresidenta se refirió a las reformas necesarias de cara al siglo XXI.}
Embed - En vivo desde el Congreso Educativo Nacional “Imaginar y transformar”.
Entre ellas, destacó la necesidad de impulsar una ética digital. Con la conciencia de que el circulo de la conectividad se cierra, con más de 90% de la población digitalizada, la expresidenta intuye la necesidad de repensar la escuela desde una “nueva estatalidad”: más cercana a los problemas cotidianos de las familias, articulada con el resto de la comunicad en clubes y universidades y con una formación específica para directores de escuela.
En esa escuela del siglo XXI, la expresidenta reconoce que los auspicios del mundo digital, tal como los proclamaran las cumbres mundiales y los tecnoempresarios feudales, dista de ser una panacea: apuestas online, ciberacoso, grooming, infodemia y discursos de odio son hoy problemas nuevos que amenazan la vida online. De hecho, en muchos países se auspicia la desconexión y se cuestionan los excesos algorítmicos. En Suecia, Francia y España, los ministerios de educación ya regulan los usos de los celulares y vuelven a la lectura en papel, en medio de una sociedad que empieza a sentirse intoxicada por las redes sociales.
En ese sentido es clave imaginar, en el sentido prospectivo, una ética digital.
Las tecnologías digitales no surgieron de la nada. Son producto de la actividad humana y la relación del hombre con la técnica es intrínseca. Somos la única especie que para sobrevivir debe cambiar su entorno. La técnica fue la respuesta, desde que el primer homínido tomó un hueso como un arma y lo lanzó al espacio, como en la famosa escena de 2001 Odisea en el espacio. No somos otra cosa que seres tecnológicos.
El problema es que la transformación tecnológica contemporánea, acelerada por las corporaciones de la hight tech, avanzó sobre terra incognita, como sugiere Shoshana Zuboff. Apalancada en un discurso modernista afirmativo sin antecedentes y movido por los negocios, los Estados han tardado en advertir los peligros y disponer regulaciones. Si bien la singularidad tecnológica, esa hipótesis que acecha en el antropoceno, marca un límite, hay intereses detrás de las máquinas, máquinas que reemplazan trabajo, máquinas que aprenden solas, máquinas que no evalúan consecuencias.
Un gran sociólogo norteamericano, Robert King Merton, decía que en cualquier organismo vivo había tres funciones primordiales: la vigilancia del entorno, el desarrollo de respuestas a ese entorno y la transmisión de un legado de herramientas y costumbres. Esas herramientas, esos saberes, esas costumbres, conformaban una ética: un modo de ser, según la antigua definición griega. Eso es finalmente la cultura. La escuela según Merton está para transmitir esa cultura. En el pasado, los ancianos cumplían esa función en las fogatas nocturnas. Luego las religiones tomaron ese rol. Más tarde, en sociedades más complejas, el Estado. ¿Qué herramientas necesitan las nuevas generaciones para enfrentar los nuevos desafíos del entorno digital? ¿De qué debemos precaverlos? ¿Qué problemas enfrentarán en el futuro? ¿No es momento entonces de discutir esos intereses?
El rol de la escuela en la transmisión de la cultura
La escuela tiene mucho en qué pensar sobre lo digital. Lo digital como herramienta y como cultura, lo que finalmente es lo mismo. Es probable que la escuela estuviera muy cómoda en su lugar de transmisión poco reflexivo, casi automático, y se olvidara de su lugar estratégico, recursivo, vigilante. Detectar problemas, buscar respuestas, transferir legados, saberes, herramientas. Porque detrás de todo hacer hay un modo de ser, una ética. Lo digital no puede escapar a eso, aunque lo vendan como irremediable.
La escuela recuperará centralidad en ese marco, finalmente es su función: la transmisión de un legado que hay que construir. No hay otro lugar para hacerlo que no sea en la escuela.