En el bar de un pueblo del partido bonaerense de General Viamonte, a la vez cuna de la abanderada de los humildes y corazón de la patria sojera -la Biblia y el Calefón siempre bailan pegados-, mientras en la tele Merentiel sellaba la victoria bostera que hundía más al Racing de Perón, Kirchner y Horacio Rodríguez Larreta, este cronista fue abducido por una trifulca dialéctica de todos contra todos que encendió fiebres políticas que revelaron, como un focus group improvisado, el agravamiento del Síndrome de Ezeiza, la epidemia que embarra el camino hacia las urnas.
Un estanciero macrista que se prepara para levantar la cosecha de soja en sus 1.500 hectáreas había provocado la reacción de los demás parroquianos al anunciar, sin decir agua va: este año, yo voto a Milei. Después confesaría que el campo "nunca estuvo mejor que con Néstor y Cristina" y le guiñaría el ojo a este cronista para sembrar -de eso se ocupa- la duda sobre la veracidad de su decisión, pero la bomba ya había estallado.
Un changarín "peronista de Perón" que ahora se dedica a la venta de leña al menudeo se golpeaba el pecho para ratificar, por si a alguien se le presentaba alguna duda cocinada al calor de la performance del gobierno del Frente de Todos, que seguirá votando al peronismo porque, claro, es un "peronista de Perón", aunque, anclado en la denuncia de la pesada herencia cambiemista, no conseguía exponer, para fundamentar su obstinación, argumentos que superaran la convicción de que el Movimiento Nacional es la fuerza popular que siempre estará preocupada por los pobres. Alguien le revoleaba por la cabeza el 40% con el que se va despidiendo el presidente saliente. El peronista prefería apurar el Cinzano.
Un pequeño chacarero "socialista de Alfredo Palacios" maldecía a Dios y a María Santísima por los “270 palos” que las 110 hectáreas que explota junto a su hermano llevan depositados en las arcas del Estado en concepto de retenciones "para que la salud, la educación y la seguridad sean siempre la misma mierda en este país". "A ninguno de estos hijos de p(piiii) pienso votar", proclamaba mientras prendía fuego el parqué en su caminata endiablada por el salón.
Acalorado por el vermú, el intercambio de ideas escalaba hasta convertirse en un tornado ininteligible de gritos pelados, pero terminaba en brindis, abrazos y promesas de asados cercanos "para seguir arreglando el mundo". La llama de la unidad nacional sobrevivía, al menos en esa muestra microscópica de la Argentina profunda.
Otro canal
Mientras tanto, en Buenos Aires, la crema de la dirigencia política enceraba la pista de la incertidumbre.
La coalición de gobierno bajaba a Alberto Fernández de la carrera por la reelección y los pibes para la liberación le pedían a Cristina una más, con la promesa de no joderla más, pero La Jefa volvía a rechazar el convite, vacía como Riquelme (#YoYaDiTodo), y retorcía la historia del kirchnerismo nacional y popular emitiendo señales de respaldo al plan de ajuste ortodoxo con candidatura ad hoc de Sergio, el ministro de Economía de la superinflación de tres dígitos. ¡Plop!
Juntos por el Cambio reunía a sus cráneos económicos -los mismos que se fueron a la B con el mejor equipo de los últimos 50 años y ahora reclaman otra oportunidad, otra oportunidad con un plan de gobierno que diseñan encerrados bajo siete llaves- y volvía a expresar -lo había hecho la semana pasada- su “preocupación” por la fragilidad de la economía. "Acordamos una hoja de ruta para atacar prioritariamente la inflación que destruye el salario, genera pobreza y desordena nuestras vidas. Con equilibrio fiscal, una política monetaria y financiera responsable y políticas que salvaguarden a las familias argentinas lograremos las bases para el desarrollo productivo en todas las provincias de nuestro país", prometía en un comunicado libre de definiciones sobre el cómo de tan nobles generalidades.
A los lados de las dos grandes coaliciones, la izquierda trotskista seguía encomendándose a la revolución socialista y el León libertario, a la piromanía y las detonaciones no controladas.
Este miércoles cumplirá un año un artículo de Marcelo Falak publicado por Letra P una semana después de la segunda vuelta que habían dirimido en Francia el centroderechista Macron y la ultraderechista Le Pen. “Milei, el peronismo y el espanto del espejo francés”, se titula. Ya entonces se advertía sobre el riesgo de un ballotage 2023 entre la derecha y la ultraderecha, con el peronismo afuera.
No hay hipótesis que sobreviva sin un piso mínimo de verosimilitud. Esta no ha perdido vigencia. Con toda el agua que corrió desde entonces bajo el puente de la alianza gobernante, más bien se ha fortalecido. Es el ciclo infinito de las frustraciones argentinas. El electorado no ve la luz en el túnel que había prometido Michetti y, a ras del suelo, muestra síntomas fuertes de una desesperanza aterradora.