Dicen que aún lo trata de usted. Que no es que no pudo construir la confianza necesaria para tutearlo, sino que a Rubén Weder le cuesta salir de la formalidad. No importa si el que está enfrente es Omar Perotti, quien lo propuso ante Maximiliano Pullaro para que ocupe una silla en la Corte Suprema de Santa Fe.
El rafaelino y el hughense ya no esconden que el clima de guerra que caracterizó su relación se despejó durante el último año y le dio paso a un acuerdismo que destrabó reformas políticas esperadas por décadas en la Bota. Fueron los votos que responden a Perotti en la Legislatura los que allanaron el camino para que Pullaro logre habilitar una reforma constitucional o los que le dieron un manto de legitimidad democrática a la avanzada para ampliar el número de lugares en la Corte Suprema, de seis a siete, y, de paso, ponerle un límite de edad a los supremos.
Los términos acordados entre los últimos dos santafesinos que se sentaron en el Sillón del Brigadier no son públicos, pero algunos son fácilmente identificables cuando asoman a la superficie. Algo de eso sucedió cuando se supo que la Casa Gris reservaba una de las tres vacantes en el tribunal cimero para un jurista propuesto por el peronismo. No cualquier peronismo, el de Perotti: una forma de empoderar al exgobernador puertas adentro del PJ, donde está en el centro de las críticas. Así las cosas, emergió el nombre de Rubén Weder.
Dos gringos de Santa Fe
La historia personal de Weder guarda más de una similitud con la de Perotti. El abogado nació en Humboldt, a unos treinta kilómetros de Bella Italia, el pueblo natal del exgobernador. Ambos guardan las costumbres con las que se criaron en los pueblos de la cuenca lechera santafesina. “Son dos gringos”, dice una fuente que trata con ambos. Aunque se fue a vivir a Santa Fe para estudiar abogacía en la Universidad Nacional del Litoral, Weder no abandonó del todo esas costumbres: apenas pudo, compró una quinta en Sauce Viejo para preservar su tranquilidad.
Apenas cumplió la mayoría de edad y se fue a vivir a la capital provincial, Weder entró a trabajar en el Poder Judicial. Lo hizo desde abajo, y a medida que ganó experiencia fue escalando. Algunos años después de recibirse, llegó a ser relator de la Corte Suprema de Santa Fe, es decir, uno de los abogados encargados de estudiar los casos y redactar proyectos de fallos para simplificar el trabajo de los supremos. Su desempeño fue tal que al poco tiempo ascendió a secretario técnico, el cargo que coordina a todos los relatores del tribunal cimero.
Tantos años de vínculo directo con los cortesanos le otorgaron dos cosas: por un lado, un cariño genuino de parte de los supremos; por el otro, la obvia fama de ser un hombre de Rafael Gutiérrez, el patriarca del tribunal cimero durante las últimas dos décadas. Así lo afirmó, por ejemplo, un abogado que lo conoce de esa época. Sin embargo, un dirigente peronista que no responde a Perotti lo negó: “Nunca tuvo un vínculo partidario con el peronismo, incluso con Rafael”, explicó, asumiendo la obvia realidad de que Gutiérrez guarda ascendencia sobre cierto sector del peronismo.
Por qué Omar Perotti eligió a Weder
De bajísimo perfil, Weder tiene el mérito de que figuras de todas las tribus políticas le reconozcan su solidez técnica. Abogado especialista en derecho administrativo, formó parte de un grupo de letrados académicos, formados en la UNL, en donde después fue docente. De ese grupo también formaba parte Irmgard Lepenies, quien fue fiscal de Estado durante doce años de gobiernos peronistas entre Carlos Reutemann y Jorge Obeid. El que siempre se mantuvo alejado -”por cuestiones de estilo”, aseguran conocedores- es Domingo Rondina, actual fiscal de estado.
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Domingo Rondina le entrega un reconocimiento a Pablo Saccone, otro de los que sonó como candidatos para la Corte. De fondo, mira Ruben Weder.
Lepenies fue la celestina entre Perotti y Weder. El rafaelino le había ofrecido volver a su cargo, pero la abogada lo rechazó y le recomendó a su colega. Allí, las versiones se bifurcan: algunas dicen que no se conocían; otras que eran amigos de la juventud dada la cercanía de sus pueblos. Lo cierto es que Perotti le ofreció la Fiscalía de Estado, el máximo cetro provincial al que puede aspirar un administrativista, Weder pensó en el bronce y aceptó. Antes, se jubiló de su cargo judicial. Algunos memoriosos recuerdan la alegría de los cortesanos por el paso que daba su jefe de relatores.
“Nadie lo conocía demasiado”, reconoce hoy una figura del gabinete perottista. La relación se fue construyendo durante la gestión y Weder se ganó la confianza jurídica de Perotti. “Es un tipo correcto, transparente”, sostiene otro exfuncionario. A los más jóvenes les sorprendía el estilo “antiguo, casi viejo” y el trato formal impertérrito, pero valoraban que eso no influyera en su análisis de los casos: “los analizaba desde la ciencia jurídica y era abierto”. También les sorprendía su memoria para recordar fallos y sentencias: gajes de su viejo rol de relator.
Las esquirlas de la gestión
Como fiscal de estado, Weder tuvo momentos tensos. Se notaban: su tez blanca mutaba a colorada. Era un fenómeno que se daba, por ejemplo, cuando tenía que darle sustento técnico a una orden política. Sin embargo, Perotti le confió temas sensibles. Por ejemplo, fue el encargado de secundar a la ministra de Gobierno Celia Arena cuando se tuvo que hacer cargo del proceso de selección de pliegos para cubrir cargos de fiscales y defensores tras el corrimiento de Gabriel Somaglia, secretario de Justicia enreverado en los audios filtrados del entonces ministro de Seguridad, Marcelo Sain.
El caso Sain fue el principal hito público de su paso como fiscal de estado. Por un pedido del gobernador, Weder se allanó en el recurso de amparo que el exministro presentó cuando, tras haber dejado Seguridad, quiso volver a su cargo de director del Organismo de Investigaciones y la Legislatura lo impidió. Ese episodio tuvo su correlato en la Comisión Bicameral de Acuerdos, donde el hoy ministro de Gobierno Fabián Bastía fue el encargado de cruzar a Weder y señalar algunas contradicciones con casos anteriores. Hasta se habló de un juicio político en su contra.
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Gabriel Somaglia y Ruben Weder.
No fue el único capítulo de la saga Sain. Cuando estalló el escándalo de espionaje ilegal, Perotti usó a Weder como una herramienta para intentar mostrarse activo y frenar el bullicio. Le pidió que encabece una auditoría en el Ministerio de Seguridad y, cuando el caso llegó a la justicia, le ordenó que constituya al gobierno provincial en querellante. Una vez que tuvo acceso a la investigación, Weder tuvo una reunión con legisladores en donde reconoció que, según su mirada, “del expediente no surge que haya habido espionaje ilegal”.
Cuando terminó la gestión peronista, Weder -ya jubilado- se retiró a su quinta de Sauce Viejo. Su nombre volvió a la esfera pública cuando trascendió que era uno de los candidatos a integrar la nueva Corte tras la avanzada de Pullaro contra los supremos, los mismos que lo cobijaron durante décadas. Ahora, será uno más de ellos y tendrá que definir, en su momento, los planteos que seguramente surjan en torno a la edad máxima de los cortesanos. La pregunta se impone: ¿se impondrá su pasado judicial o su reciente lealtad política?