El radical Rodrigo de Loredo tiene una habilidad fuera de serie para mantener la centralidad política. Desde su ascenso en la tierna militancia como presidente de la Juventud Radical, donde contó con el mecenazgo de Oscar Aguad, fue construyendo su camino y a su estilo. Con aciertos y con errores. La campaña electoral que le prometía la Municipalidad de Córdoba y el liderazgo opositor en Juntos por el Cambio (JxC) terminó con un final impensado para el hombre al que las encuestas lo colocaban en condiciones de disputar, sin distingos, la provincia y el gobierno de la capital.
Injusto sería señalar que los siete puntos menos que le impidieron desplazar al peronismo del Palacio 6 de Julio son de su entera responsabilidad, como se empeñaban en marcar referentes de la coalición, apenas se empezó a correr el rumor de que en minutos De Loredo reconocería la derrota.
De Loredo no perdió solo, porque la unidad de la alianza fue inédita y la colocó en un nivel de competitividad que espantó al peronismo. La aspiradora de radicales y macristas díscolos fue el primer síntoma del estado de conmoción que se exacerbó con virulencia para la elección capitalina. Es que los 3,3 puntos que separaron a Martín Llaryora de Luis Juez en los comicios para la gobernación puso empinada la cuesta para revalidar títulos en la ciudad.
Juez, cargando sobre sus espaldas el mote de mal gestor, con varias derrotas en su haber, con un eje antikirchnerista que funciona sólo para las discusiones nacionales, logró “lavar” los puntos oscuros de su perfil de candidato con la unidad inédita de JxC. El cordobesismo ya hablaba en ese momento del valor de una marca que, turno tras turno, se iba consolidando. La candidatura nacional de Juan Schiaretti, en su primera fase de diseño, también fue una respuesta a esta incertidumbre. La triple campaña peronista -nacional, provincial y municipal- nunca fue ajena a esos temores en tiempos de renovación peronista.
Si la marca y la cohesión de JxC fueron suficientes para rodear a Juez en la pelea con Llaryora, es comprensible que el pase de factura principal que recibe De Loredo por estar horas es su decisión de haberse despojado de todo eso y apelar a una identidad diferenciada, propia.
De Loredo eligió nuevos colores para su campaña, apostó a un enfoque propositivo que expuso en plazas donde compartió protagonismo con vecinos y vecinas. Aceptó a regañadientes, y por compromisos propios de la política, la bajada de las figuras de la Mesa Nacional de la alianza. Cerró su campaña agradeciendo el apoyo y la comprensión por aceptar las condiciones impuestas por el candidato. "Una campaña de Córdoba para Córdoba", levantaba muros.
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Las encuestas señalaban que todo estaba bien. ¿Por qué habrían de contradecirlo? El PRO, que colocó a la compañera de fórmula, Soher El Sukaria, tampoco protestó. Hicieron su parte con bajo perfil.
El día del "¿qué falló?"
Si Juez pudo acercarse tanto a Llaryora, por sus condiciones propias y por el apuntalamiento de la coalición, el razonamiento invita a preguntarse por qué De Loredo no pudo superar la marca de Juez en la capital. Nadie lo dirá públicamente, pero “las vacaciones” del senador de la campaña municipal tienen algo de forzadas. Con la fama de chaleco de plomo, el senador se fue a dormir la siesta y la noche del domingo no subió, tampoco, al escenario de la derrota.
Atendibles son los argumentos de una gestión peronista bien valorada. Licuado desde lo numérico quedó el impacto por la baja participación. Es real que el aparato peronista hizo hasta lo imposible para instalar a Daniel Passerini, bien conceptuado internamente pero desconocido según los sondeos del llaryorismo. Sin embargo, la foto no varió y siete puntos separaron el triunfo provincial y municipal en la principal ciudad del interior del país.
“De Loredo es un excelente candidato, pero dentro de la franja de voto cautivo de JxC, necesitaba de todos”, razonaba un juecista de la vieja guardia. “La decisión de transitar una campaña solitaria hoy se le vuelve en contra, pero si hubiese ganado nadie podría discutir su liderazgo”, acotaba otro amarillo en el búnker que terminó con lágrimas y pasajes pagados “al pedo”, como el propio radical lo expresó.
De Loredo y Juez usaron los mismos zapatos por un momento.