Sacando pecho por el doble triunfo electoral del peronismo conseguido en Tucumán, al imponerse por amplio margen en la elección provincial y arrebatarle la capital a Juntos por el Cambio (JxC), el gobernador Juan Manzur siente que está cerca de alcanzar uno de sus objetivos desde que arrancó como secretario de Salud en el municipio de La Matanza, cuando Alberto Balestrini era intendente y desde donde comenzó a vincularse con varias terminales del peronismo, con el gremialismo de "los gordos" de la CGT y empresarios que lubricaron sus relaciones con el mundo de los negocios de alcance internacional. Su candidatura a la vicepresidencia, secundando a Eduardo Wado de Pedro en la fórmula pergeñada por Cristina Fernández de Kirchner, es una vidriera por la que trabaja desde hace décadas y a la que llega con un portafolios de aportes variados. Al cierre de esta nota, su nombre está en boca de todo el mundo, aunque la confirmación oficial aún no se produjo.
Desde que en 2003 fue repatriado como ministro de Salud por el entonces gobernador José Alperovich, por una recomendación expresa de su mentor como sanitarista, el exministro de Salud Ginés González García, una de sus principales virtudes fue mantener siempre su sonrisa inescrutable. La salud pública tucumana, desde entonces, creció y amplió sus servicios hacia la alta complejidad, como trasplantes, algo que destacan hasta sus detractores. Entonces, timoneó sin sobresaltos su primera prueba en política pura y dura, al presidir la Convención Constituyente que reformó la carta magna tucumana, en 2006, que barrió con las reformas que concretó el partido de Antonio Bussi, de Fuerza Republicana, en 1990.
Como premio, cuando ya se había acercado al cálido círculo del kirchnerismo más duro, fue elegido por Alperovich para que lo acompañara en la fórmula como candidato a vicegobernador. Aceptó y su segundo desafío fue transformar a la Legislatura tucumana, como jefe del parlamento, cuestionada por la sociedad por ser un lugar oscuro para la rosca y gris en la administración de sus recursos y nombramientos. Con algunos golpes de timón, lo logró. Tanto, que CFK lo sumó a su gabinete como ministro de Salud, en medio de las críticas que recibía su gobierno por el avance de la epidemia de Gripe A. Manzur se hizo cargo, tomó decisiones de fondo y se ganó una cucarda que hasta ahora lo acompaña. Se señala que una de las voces que recomendó que se lo convocara para esta función fue la del empresario Hugo Sigman, relacionado al mundo de las innovaciones en ciencia, el agro, la energía y mecenas de actividades artistas y culturales.
Desde este sillón en la Casa Rosada, el por entonces también incipiente empresario olivícola, recorrió todo el país y se relacionó de manera directa con gobernadores, intendentes y con el empresariado de distintos rubros. Siempre sonriente, aceitó el acercamiento con la dirigencia de municipios de peso de Buenos Aires y abrió las puertas de su despacho para los secretarios generales con voz de mando en la CGT, para quienes tiene teléfono abierto las 24 horas. Solo un puñado de políticos argentinos acreditan este nivel de relación. Manzur es uno de ellos.
Alperovich se presentó a un segundo mandato y repitió fórmula, pero Manzur no era el mismo que había presidido la Constituyente. En 2011 ya tenía su mochila cargada de trofeos, había engordado su agenda de contactos en los mundos de la política, del empresariado y de las finanzas; mientras en los pasillos de la Casa de Gobierno tucumana y de la Legislatura contaba con hombres y mujeres propios. Los cortocircuitos con Alperovich empezaron a aparecer, ante la creciente figura del médico, mucho mejor tratado por el kirchnerismo que el mismo mandatario provincial. Aun así, convivieron.
En 2015 sucedió a Alperovich, que se sentó en el Senado. Antes de asumir atravesó por las llamas de una denuncia judicial de la oposición que anuló las elecciones y marchas frente a la Casa de Gobierno, que le sirvieron a Juntos por el Cambio, entre otras razones, para ganar los comicios nacionales. Incombustible, con una imagen en sus niveles más bajos, Manzur se sobrepuso y remontó ese calvario, paso a paso. Siempre con su sonrisa inescrutable, profundizó sus vínculos con la la iglesia católica y con el mundo judío religioso y de los negocios.
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Envalentonado por el resultado de las elecciones legislativas de 2017, Manzur pronunció una misma frase en reportajes que le hicieron en el canal de noticias TN y en el diario Clarín, que quizás hoy prefiere olvidar. "La expresidenta es un círculo político que está concluido, está terminado. Hoy hay que pensar en propuestas nuevas y superadoras". Error. Hasta ahora se la facturan, pero como es hombre de la realpolitik, reconstruyó los puentes rotos con el kirchnerismo, en especial, con CFK durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando se puso al frente de un armado con gobernadores peronistas que, en cuanto vieron señales de debilidad del macrismo, horadaron su gestión hasta que finalmente se sentó Alberto Fernández en la Casa Rosada.
Si hacía falta alguna señal de la confianza que supieron recuperar Cristina Fernández y Manzur, fue cuando la vicepresidenta lo recomendó por carta para que asumiera como jefe de Gabinete de Fernández para darle espesura política a la gestión, tras la derrota electoral de 2021. El Presidente accedió, pero su círculo se encargó de encapsularlo hasta que en febrero de este años, en un acto en Tucumán, Manzur se enteró por el discurso de Fernández, que estaba a su lado, que prescindiría de sus servicios. Se señala que el exjefe de Gabinete aún no se lo perdona. Desde ese momento, mantuvo una cordial distancia con la Casa Rosada y se recostó en la Liga de Gobernadores para construir poder propio. No es casual que algunos de los integrantes de este espacio empujaran en las últimas horas su candidatura a la vicepresidencia.
Más allá de ser un hábil declarante y de haberse sobrepuesto a situaciones que hubieran implicado en otros casos una jubilación anticipada de las grandes ligas de la política, Manzur sabe que también cuenta en su caja de herramientas con llaves que le abren puertas en los sectores más ortodoxos del peronismo, lo que no le impide mantener una excelente relación con espacios más dinámicos y avanzados, aunque Tucumán sea una de las dos provincias argentinas en donde no hay Ley de Paridad de Género.
Con todo, la política, al fin y al cabo, se decide en las urnas y el discípulo de Ginés sumó un aval de fuste en los últimos días. Obtuvo más de 500.000 votos para el peronismo el pasado 11 de junio, como el jefe de la campaña que sentó a Osvaldo Jaldo en la Casa de Gobierno. Un triunfo abrumador, con el 56% de los sufragios y 22 puntos de ventaja sobre JxC. Obtener ese resultado en la provincia más densamente poblada del norte argentino, superior a lo alcanzado hace cuatro años, cotiza por estas horas como oro en polvo, en un escenario nacional plagado de complejidades.