"No se nos escapa que la trayectoria de Massa, los desaciertos de su gestión económica y la ambigüedad de sus propuestas pueden generar serias dudas y temores", señalaron figuras como Graciela Fernández Meijide, Beatriz Sarlo, Roberto Gargarella, Hinde Pomeraniec, Alejandro Katz, Carlos Altamirano, Pablo Alabarces y Maristella Svampa, entre otras. Con todo, juzgaron necesario "establecer un cordón democrático contra los peligros de una deriva autoritaria encarnados por Milei, posibilidad hoy representada por el triunfo de Massa".
Los delirios del presidenciable de La Libertad Avanza (LLA) y hasta sus indicios de estar emocionalmente sobrepasado por la situación brotan cada día, con revelaciones sorprendentes, algunas previas a la campaña y otras, al revés de lo que ha dicho, parte de ella.
Cabe dejar aparte iniciativas del grupo de copitos –Jorge Lanata dixit– que lo acompaña, como la renuncia a la paternidad, la privatización de las ballenas o la ruptura de relaciones con El Vaticano y apuntar sólo al Milei realmente existente, cuyos "aportes" personales pasan por el negacionismo de los crímenes de la dictadura; su adopción de la doctrina masserista de "la guerra" y "los excesos" y su descreimiento confeso respecto de la democracia, a la que –evidentemente sin terminar de entender que es mucho más que un procedimiento electoral– descalificó, ya como político, en base al "teorema de la imposibilidad de Arrow". Además, su inclinación hacia la creación –futura, tranquilizó– de mercados de órganos y de niños; su repudio a la ESI y a los derechos de las minorías de género; sus inquietantes alegorías sexuales; su rechazo a "hacer negocios con comunistas" como los gobernantes de China y Brasil; su adhesión a la Carta de Madrid; su admiración por Donald Trump y su vinculación con el clan Bolsonaro, Vox y otros partidos de ultraderecha de Europa.
El listado es extenso, pero no se debe olvidar su descalificación de la idea de la justicia social y de la gratuidad y obligatoridad de la educación básica; sus gritos e insultos contra toda persona o grupo que sea o piense diferente; su adhesión irrestricta al mercado incluso cuando es monopólico; su anarcocapitalismo; su aplauso a la evasión impositiva; sus intentos recientes de desatar corridas cambiarias y bancarias y sus propuestas de dolarizar sin dólares, destruir el Banco Central y meter mano en el gasto público con la brutalidad de la motosierra para terminar con todo subsidio social y obra pública.
Además de considerar más morales a las mafias que al Estado "porque las mafias tienen códigos", Milei ha dicho en la TV de Paraguay –en 2019… ¿se habrá arrepentido también de eso?– que "los contrabandistas son héroes" y que "uno de mis grandes héroes es Al Capone". Ese tipo de archivo le pertenece a un hombre que dice querer gobernar el país.
La comprensible frustración de los dañados –canalizada, lamentablemente, de modo autodestructivo– o el odio al peronismo de algunos que fingen demencia e ignoran sus propios diagnósticos sobre Milei parecen vectores poderosos como para que alguna gente –dirigentes, periodistas, referentes de la cultura– decida asumirse como conversa a semejante extremismo, toda una novedad en la historia política del país.
¿Una ficción? Un compromiso
Los ballotages son una invitación a elegir lo que se da en llamar "el mal menor" y, por caso, así han funcionario repetidas veces en Francia como muros democráticos y republicanos contra el lepenismo. Cabe atender, entonces, la hipótesis de un triunfo de UP.
Hay quienes desconfían fatalmente de Massa y tendrán sus motivos. Incluso, referentes radicales le criticaron que haya declamado el domingo, en Tucumán, el Preámbulo de la Constitución Nacional evocando a Raúl Alfonsín, gesto que consideraron oportunista e impostado.
MASSA HABLÓ en TUCUMÁN en la ASUNCIÓN de JALDO
¿Importa eso? Puede alegarse que sí o que no interesa en lo más mínimo. Es posible pensar también que, mientras Milei asume un haz de valores a través del cual su eventual presidencia debería ser juzgada –todo lo mencionado más arriba, más la lucha contra "la casta"–, Massa también toma una decisión.
Si solo habla de democracia, respeto a los derechos humanos, pluralismo, apego a la Constitución, unidad nacional y justicia social para ganar una elección, está asumiendo compromisos bajo cuya luz sería juzgada su gestión en caso de imponerse el 19N. No es poca cosa. El propio Massa ha fabricado los filtros por los que deberían pasar su gestión y su legado cuando deba volver a someterse al voto.
El renovador es un hombre inteligente, probablemente el que más se ha preparado en esta camada de dirigentes para cumplir el sueño de su vida, uno que, es de esperar, tenga como motor el deseo de cambiar una realidad triste y no simplemente satisfacer una vanidad personal. Salvo el prejuicio, no hay razones para pensar lo segundo.
Esa inteligencia, que, junto a la ayuda inestimable del espantajo que enfrenta, le ha permitido llevar adelante una campaña casi sin fallas y mantener sus chances a pesar del desmadre inflacionario que le ha estallado en las manos, debería hacerle entender qué es lo que lo rodea.
Massa es conciente de que a su alrededor se está juntando algo mucho más grande que él mismo, que no le pertenece ni siquiera el 36% de los votos que obtuvo el 22-O, que buena parte de esa base –por otra parte, apenas superior al tercio del electorado– es cristinista, progresista, moderada, simplemente peronista o independiente y no necesariamente massista. A eso se superpondrá lo que sume en el segundo turno de parte de votantes tan distantes como quienes firmaron la solicitada mencionada más arriba.
Sería, a priori, un presidente con escaso poder propio y uno que, como Néstor Kirchner en 2003, debería construirse una legitimidad de ejercicio que respaldase la de origen, irreprochable, pero políticamente liviana.
¿Estaría el "presidente Massa" dispuesto a exponer ciertos núcleos purulentos de la política como los recientes de la "chocolatería" y el Marbellagate, pero no solo estos?
¿Entendería que "ir llevando" las cosas, como ha hecho en este tiempo de gestión y de campaña, no es una alternativa frente a un mercado fuera de control y a una sociedad que está en las gateras para correr hacia el "sálvese quien pueda" ni bien huela el azufre de la hiperinflación?
¿Asumiría que la tarea de estabilizar esta economía, que recibió maltrecha y mantiene del mismo modo, no admite demoras, así como tampoco la necesidad de repartir las cargas de esa tarea de un modo valientemente equitativo?
¿Se daría cuenta de que "la política", mundillo que conoce como pocos, deberá hacer un ajuste propio, ejemplar, para que la idea de un esfuerzo compartido resulte creíble?
¿Tendría la claridad de entender que su convocatoria a un "gobierno de unidad nacional" no debería limitarse a la cooptación de personalidades a título individual, sino basarse en un diálogo que refuerce estructuras partidarias que crujen bajo el peso muerto de la irrupción de la ultraderecha y de las rupturas que provoca la corrida a brazos de esta del sector del PRO que lidera Mauricio Macri, deseoso, según confesó Patricia Bullrich, de "que todo explote antes del 19 de noviembre"?
Ahora, el ministro-candidato promete inclusión a los trabajadores precarizados y convertir los programas sociales en empleo genuino. En esas y otras materias, el tiempo dirá si un Massa eventualmente triunfante estaría a la altura de la expectativa que se ha generado en torno a su figura por causas en parte fortuitas.