Con la negociación en punto muerto y el plan de Milei de sesionar el sábado 20 casi caído, Caputo fue al despacho del presidente de la Cámara baja, Martín Menem, para exigirle no bajar los brazos. El riojano repitió hasta el jueves 18 que el recinto se abriría el fin de semana. “No voy a ser yo quien baje la sesión”, se defendía ante los reproches de la tropa dialoguista.
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Nicolás Massot y Miguel Pichetto, negociadores de la ley ómnibus.
Desde ese momento, Caputo monitoreó los diálogos entre los potenciales aliados y los ministros. El principal interlocutor con el Congreso era Guillermo Francos, quien intercambiaba borradores con diputados y se los hacía llegar a Milei.
Cuando las demandas se acumulaban, el Presidente pateó el tablero y le exigió a Caputo acompañar al ministro del Interior a reuniones con los bloques dialoguistas, en el despacho de Menem. El consultor evitó hablar demasiado: escuchaba, anotaba y sólo imponía su personalidad para exigir que se aceleraran los tiempos.
Semana decisiva
Sturzenegger y Fariña tuvieron a cargo la redacción de la nueva versión del gigantesco proyecto, difundida el lunes con un dossier explicativo. Hubo sensaciones encontradas entre los opositores: Milei accedió a cambiar más de 100 artículos, pero sostuvo la parte neurálgica del apartado económico, aun sin contar con los votos necesario para su aprobación. Se negó a considerar el plan fiscal que le ofrecían para no buscar ingresos con la suba de retenciones y la poda del sistema previsional.
La negociación se complicó cuando los gobernadores no peronistas, conscientes de que tenían la llave del cuórum, presionaron para que se incluyera algún giro extra a sus provincias. Justo lo que no quiere Milei.
Francos escuchó el reclamo y aceleró el envió del proyecto para bajar el mínimo de Ganancias, un pedido de los mandatarios. No fue suficiente: el martes, los diálogos estaban en punto muerto y todo fue un caos. Caputo ordenó a Menem convocar al plenario de comisiones el martes a las 18, sin la certeza de tener una mayoría dispuesta a habilitar un dictamen. Fue una jugada al fleje que expuso las internas del Gobierno y las tensiones al interior de la oposición aliada.
Por la tarde, los gobernadores no peronistas elevaron nuevos reclamos en el despacho de Francos. El entrerriano Rogelio Frigerio le acercó un documento de seis puntos y celebró que fueron “aceptados” cinco. El único rechazo -esperado- fue la eliminación del aumento de las retenciones, que de todos modos la oposición puede borrar en el recinto. Reescribir artículos es más difícil, porque si al Presidente no le gustan, puede vetarlos cuando la ley es sancionada.
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Con el dato de un nuevo pacto de Francos con los gobernadores, Milei ordenó a Caputo y Sturzenegger intervenir en el Congreso para evitar un desguace final del texto, que llegará de todas maneras en la sesión.
El consultor exhibió su poder cómo nunca antes. Hubo diputados que llamaron a miembros del gabinete para sugerir cambios de redacción y recibieron la misma respuesta: “Pregúntenle a Santiago, porque tenemos la orden de pedirle permiso a él y nos dice siempre que no”, era la respuesta repetida.
Por la noche, Caputo volvió a instalarse en el despacho de Menem para recibir a referentes de las bancadas y rechazar todos los pedidos. Estaba muy duro: ignoraba los diálogos que había tenido Francos con los gobernadores y se negaba a posponer el plenario.
Hubo reproches y portazos, como el de la salteña Pamela Caletti, jefa del bloque Innovación Federal (partidos provinciales), quien responde al gobernador Gustavo Sáenz. No quiso firmar el dictamen y fue reemplazada por la misionera Yamila Ruiz.
El PRO, que en los papeles era aliado fijo de LLA, no logró incorporar un compromiso expreso de cumplir el fallo de la Corte Suprema que aumenta la coparticipación a la Ciudad. Silvia Lospennato y María Eugenia Vidal le insistieron a Caputo, pero no hubo caso. Fue por eso que los amarillos firmaron el dictamen en disidencia.
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La UCR tuvo una ruptura interna, con siete díscolos que iban a integrar el plenario y no quisieron firmar el despacho. El jefe del bloque, el cordobés Rodrigo De Loredo, los convenció de no presentar uno propio. El gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, se comunicó con el cordobés para pedirle que terminara rápido la agonía y aceptara firmar cualquier dictamen, con una disidencia justificada. “Si creen que es mejor corregir el texto en el recinto, háganlo” , planteó, temeroso de un final caótico.
¿A cambio de qué?
Caputo tuvo su cruce más fuerte con el bloque Hacemos Coalición Federal, presidido por Miguel Pichetto e integrado por tribus disímiles. Temprano, decidieron firmar un dictamen propio el socialismo, Margarita Stolbizer y la Coalición Cívica.
Los referentes de los gobernadores de Entre Ríos, Chubut y Córdoba querían adherir al despacho de la Libertad Avanza, pero antes exigían ver escritas sus demandas. Caputo se resistía. Un diputado de esa bancada aprovechó que el asesor salió a fumar para plantearle a Menem que la sesión del jueves sería imposible. El riojano estaba exhausto. No respondió.
Como relató Letra P, los cordobeses Juan Brügge e Ignacio García Aresca discutieron fuerte con Caputo, cuando le pidieron que una parte de la recaudación por la liquidación de activos del Fondo de Garantías de Sustentabilidad de Anses fuera para cubrir el déficit de las cajas previsionales de las provincias.
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Nicolás Mayoraz (LLA), Gabriel Bornoroni (LLA) y José Luis Espert (AL), tuvieron a cargo los plenarios de la Ley Ómnibus.
“¿A cambio de qué?”, los desafió el asesor. Luego fue por más: “Si me dan las retenciones, tienen lo que piden”, propuso. García Aresca ensayó una breve clase para explicar los beneficios de la actividad agropecuaria. La reunión terminó mal y los cordobeses se plantaron en la explanada del Anexo para anunciarle a los colegas que pasaran que estaban en rebeldía.
Sin las cuatro firmas de HCF (las otras eran las de Nicolás Massot y Oscar Carreño), el plenario de comisiones podría caerse. Con mucho oficio parlamentario, el jefe de UP, Germán Martínez, esperaba esa información para definir si presentaba el dictamen de rechazo. Por reglamento, se necesita que la mitad más uno de los integrantes del plenario suscriba algún despacho para que todos sean válidos.
La conducción de la UCR entró en pánico. Si no aparecían las firmas de HCF, De Loredo les iba a pedir a sus rebeldes ayudar a no darle una foto triunfal al kirchnerismo. Algunos radicales díscolos se fueron a su casa para evitar la presión.
La negociación se destrabó cuando el gobernador de Córdoba, Martín Llaryora, habilitó a sus coterráneos a firmar el dictamen de LLA en disidencia para no alargar la agonía. Massot y Carreño seguían tratando de aflojar a Caputo, sin muchos resultados. Aceptaron cruzar al Anexo a firmar un texto que nadie había tenido mucho interés de leer bien.
Las cumbres de Recoleta
Como relató Letra P, con la movilización de la CGT en el Congreso, los dialoguistas y Menem acordaron trasladar la negociación a Recoleta. Una de las sedes fue el departamento de Tomas Figueroa, el secretario parlamentario de la Cámara baja, quien ofreció su casa por pedido de Lule Menem, asesor full time de su primo presidente de la Cámara.
El grupo dialoguista fue representado por Lospennato y De Loredo. Menem aceptó que no era posible abrir el recinto al día siguiente y ordenó informar que la sesión no se convocaría. Esta vez no le preguntó a nadie.
La sorpresa fue cuando Stutzenegger se apareció para negociar en persona. Al poco tiempo tocó el timbre Carreño y, tal como explicó este medio, cuando vio al ex presidente del Banco Central se fue.
Lospennato y De Loredo siguieron las discusiones en el bar La Biela, ya con el nuevo punteo de las modificaciones que se pedirán en el recinto. Acordaron difundir rápido el dictamen con sellos oficiales con la intención de desmentir versiones de reescrituras. Detectaron algunas novedades, como que el detalle de las últimas negociaciones entre gobernadores y Francos para cambiar los capítulos de biocombustibles y pesca no estaba en el dictamen.
Por esos motivos, la relación del Gobierno con HCF quedó casi rota. Armaron su fundamento a la disidencia (como la UCR) y Pichetto no quiso asistir a la nueva reunión con Rolandi y Fariña este jueves. Sólo se vio entrar a Brügge y a Juan López (Coalición Cívica).
En el radicalismo hubo mejores vibras. Entendieron que Rolandi aceptaría varios de sus últimos pedidos y esos artículos reformados se leerán en la sesión, antes de la votación en particular, que puede durar mucho tiempo. Tal vez sea récord.