Hasta ahora eran especulaciones, encuestas fallidas y algunas advertencias. Con los números puestos, el avance de la ultraderecha que encarna en la Argentina Javier Milei es un hecho. Los progresismos, sin agenda ni narrativa para contrarrestar el relato negacionista y antigénero, miraron para otro lado. Ahora, el fenómeno se hizo carne.
La ficción también lo adelantó: la miniserie británica Years & Years o la argentina El Reino, historias imaginarias que se volvieron reales mostraron el presente posible.
Las razones, ya se dijo, son múltiples. Pero, ¿y ahora qué? ¿Para qué se preparan los feminismos? El fantasma del bolsonarismo provoca escalofríos. Exilios, persecuciones, retroceso en todas las conquistas vinculadas con los derechos humanos atravesaron esos años en Brasil. El modelo trumpista también sirve de espejo.
La España de Vox
El ejemplo de España está más cerca. Cuenta Isabel Valdés, corresponsal de Género de El País en su newsletter, que en todos los ayuntamientos en los que ganó Vox desaparecieron las áreas de género e igualdad –reemplazadas por concejalías de Familia– o fueron diluidas en otras oficinas, dejándolas sin recursos. Allí, en las áreas de Familia, relata Valdés, “quieren dejar el mayor problema estructural que genera la desigualdad: la violencia machista”. Con una salvedad: no la consideran un fenómeno estructural. Vuelve a ser sólo “violencia” o “violencia intrafamiliar”. La violencia de género, dice Marta Fernández, de Vox, nueva presidenta del Parlamento de Aragón, no existe, “es un invento de las feministas”.
En un ayuntamiento del PP prohibieron una obra de teatro escrita por un republicano; en otro censuraron Lightyear, la película de Pixar donde hay un beso entre dos mujeres; también cayó bajo la censura de Vox el clásico Orlando, de Virginia Woolf.
También, en algunos distritos, evitaron poner la bandera arcoíris en el Día del Orgullo. En Castilla y León fueron más allá: el presidente de las Cortes amenazó al PSOE para que retirara la que habían colgado en sus oficinas de la Asamblea.
Argentina distópica
En la Argentina, no sólo salieron fortalecidas la fuerza y la figura de Javier Milei de cara a las presidenciales, sino que avanzaron en pequeños y grandes municipios y en la composición del Congreso: si en octubre se repiten las proporciones de las PASO, La Libertad Avanza pasaría de un bloque de dos a uno de alrededor de 35 representantes en la Cámara baja. Es decir que más allá de los resultados en las presidenciales, será un partido con el que habrá que negociar todas y cada una de las leyes, y –tratar de– limitar iniciativas de carácter negacionista o que restrinjan derechos adquiridos.
En los análisis que circulan –algunos con la profundidad de un charquito– se sigue impulsando la hipótesis de que los feminismos son culpables de que el progresismo pierda votos en manos de la reacción. Un sector desmovilizado y barrido de los lugares de decisión, con cada vez menos participación en el espacio público y en la política partidaria, ¿cómo puede ser responsable de la huida de votantes progresistas? Quizá no eran tan progresistas.
La reacción conservadora se viene cocinando desde hace varios años, se consolidó en la pandemia y el resultado está a la vista. Claro que uno de los factores de su crecimiento es la oposición a todo lo que huela a ampliación de derechos para sectores postergados, pero la responsabilidad es de todas las fuerzas políticas tradicionales. Si fuera por el corte progresista de algunas medidas del gobierno actual, la magra victoria de Juntos por el Cambio sobre Unión por la Patria no lo explica en absoluto. Es la ola libertaria que crece acá y en el mundo, amparada en la falta de contención de la política tradicional; una marea desdemocratizadora que amenaza con quedarse.
“La furia es tal que buena parte de la gente que lo votó se está entregando a su verdugo”, analiza este lunes Marcelo Falak en Letra P. Después de 40 años de reconstrucción, el riesgo del regreso del odio, la violencia, la represión y el silenciamiento está muy cerca. Demasiado. España logró frenar a la ultraderecha con acuerdos transversales. Acá, en los próximos tres meses dejar de mirarse el ombligo y pensar en el futuro de todas y todos no debería ser tan sólo un sueño. De otro modo, habrá que organizar la Resistencia.