“La casa grande del peronismo” necesita un nuevo jefe para la etapa que viene. Eso dijo la semana pasada, en Tucumán, uno de los viejos líderes del Partido Justicialista, Alberto Rodríguez Saá, y le pidió a sus colegas gobernadores y a toda la dirigencia pejotista que empodere a Sergio Massa en caso de que el ministro de Economía gane las elecciones presidenciales. “Lo del doble comando no va más”, dijo el puntano.
La experiencia del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner frustra al peronismo por resultados y desempeño electoral, pero sobre todo, por la desolación que generó en la dirigencia de un partido con tradición tan verticalista la falta de una conducción clara del Presidente en convivencia con el liderazgo consagrado de la vice. Un experimento que nadie quiere repetir. Mucho menos, Massa.
El ministro de Economía ejerce un liderazgo en construcción. Está el frente de su propia campaña y trata de amalgamar las partes desperdigadas del peronismo. Consiguió encolumnar detrás de su candidatura a La Cámpora y el cristinismo, el PJ territorial, gobernadores e intendentes, la CGY y los movimientos sociales. Sumó a eso los aportes propios, como el apoyo de fuerzas provinciales, como el Movimiento Popular Neuquino (MPN), los rionegrinos de Alberto Weretilneck y el Frente Renovador de la Concordia de Misiones. Pero sabe que todavía no ganó.
La primera condición ineludible será la capacidad de construir una victoria. Nadie en el peronismo niega que Massa está dejando todo en el camino. Luego vendrá la demostración de que tiene capacidad de conducción, sin que eso implique una ruptura con Cristina ni la anulación del kirchnerismo.
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Massa y el kirchnerismo saben cuáles son las cosas que no deben repetirse. Creen que el principal error del gobierno de los Fernández fue la transversalidad que caracterizó al Gobierno. Piensan que el loteo de espacios sin jefatura generó parálisis en la gestión y desmadre político. Si el ministro ganara las elecciones será verticalismo o muerte.
En Unión por la Patria (UP) dicen que hasta el kirchnerismo que rodea a Massa avala esa idea. “Manda el Presidente”, repiten en el cristinismo. Lo tiene internalizado, principalmente, Máximo Kirchner, que es hijo de dos expresidentes. El ministro prefiere hablar de liderazgo o conducción. La relación entre ambos está sólida. En el kirchnerismo dicen, incluso, que el tigrense es “mucho más” el candidato del diputado que el de Cristina: fue el hijo de la vicepresidenta quien inició la recomposición del vínculo con el líder del Frente Renovador en los albores del gobierno de Mauricio Macri. El acuerdo es entre ambos. Todos recuerdan que Kirchner acompañó a Massa a su viaje a China, a fines de mayo, mientras Wado de Pedro trabajaba por su candidatura. “Fue un ministro y volvió un candidato a presidente", apuntan. Kirchner reapareció en la campaña en las últimas semanas de manera muy activa.
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La vicepresidenta vigila desde la retaguardia. Cedió protagonismo y puso su estructura al servicio de su candidatura. Comparte con Massa reuniones privadas frecuentes cuyo contenido nunca sale a la luz. Después de muchos errores y pasos en falso, el candidato presidencial entendió que la sorpresa y la discreción son valores que el kirchnerismo cuida especialmente. Massa lo aprendió y aplica el secreto en su relación con Cristina más que con nadie. Se erige, en ese sentido, como la contracara del presidente Fernández. Dice que el maestro de todos en la materia fue Néstor Kirchner. Música seductora para los oídos kirchneristas, que le valoran especialmente dos virtudes, la infinita capacidad de trabajo y que cumple con los acuerdos. “Corremos el riesgo de volvernos massistas”, dice, en broma, un operador K para graficar el estado de la relación.
El ministro ya dejó pistas sobre la construcción de la etapa que viene. "Flaco, no miremos más para arriba, no hay nadie", dijo hace diez días en la Televisión Pública cuando le preguntaron por el rol de Cristina. “Sin nostalgia, pero con aprendizaje del pasado, miremos al futuro porque la responsabilidad es nuestra, la de los tipos que tenemos 50 años", señaló.
Los “tipos” son, entre otros, De Pedro, Máximo Kirchner y Axel Kicillof, tres de los que estaban ubicados detrás de Cristina en el acto que la vicepresidenta encabezó el 25 de mayo en la Plaza de Mayo y que fue una suerte de despedida y de reparto de bastones de mariscal que cada uno debía tomar.
Kicillof pareció caminar en ese sentido cuando, hace dos semanas, dijo en un acto en Ensenada que había que abandonar el discurso “nostálgico” y “componer una nueva canción”. El discurso fue en el sentido de lo que dijeron Cristina, Máximo Kirchner y Massa infinidad de veces, pero a La Cámpora no le gustó. El candidato presidencial llegó a decir que, de ser electo, se imaginaba tomando "un café semanal o quincenal" con Cristina, que tendría un rol de "consejera". Nadie en el kirchnerismo pataleó. El problema de Kicillof no fue el mensaje, sino el emisor.
El camporismo todavía no le perdona al gobernador que no se haya puesto voluntariamente a disposición del espacio para ser candidato a presidente, cuando era quien mejor medía en las encuestas. Kicillof no quiere ni imaginar qué hubiera sucedido si, con los conflictos diarios que tiene la provincia de Buenos Aires - en materia de seguridad, por ejemplo-, él hubiera abandonado el distrito para salir de campaña por el país. Eso, sumado a que hubiera necesitado de la ayuda de Massa para que la economía no volara por el aire. ¿El ministro hubiera hecho los mismos malabares que hizo para conseguir dólares de fuentes insospechadas, como Qatar, que obtuvo durante propia campaña?
“No soy músico, soy dirigente. Más allá de los pentagramas, en lo que hay que fijarse muy bien es en la gestión del gobierno”, dijo Kirchner esta semana en la reunión que encabezó en el PJ bonaerense. Este sábado, en un encuentro con dirigentes sindicales, aseguró que el peronismo de la provincia de Buenos Aires va a trabajar para construir "el triunfo de Massa y Axel".
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En el camporismo tratan de bajarle el tono a la discusión, con el aporte de datos duros sobre cómo le fue al gobernador en distritos como Quilmes, donde manda Mayra Mendoza, que responde a Kirchner. La diferencia entre ambos fue de apenas dos mil votos en favor de la intendenta. Debajo de la polémica subyace una discusión obvia: quién se quedará con el liderazgo y la representación del kirchnerismo después del 10 de diciembre, en caso de que Kicillof consiga la reelección.
Es con todos
Otra duda sobre el futuro circula entre los despachos del búnker ubicado en Mitre al 300. ¿Qué tan lejos puede llegar Massa con su convocatoria política, en caso de llegar al ballotage contra Javier Milei? ¿Pasaría el filtro del kirchnerismo una foto con Gerardo Morales o con Horacio Rodríguez Larreta? ¿Massa apuntaría a hacer un acuerdo de cúpulas? Por ahora, en el massismo aseguran que la convocatoria para una eventual segunda vuelta será “a los votantes, no a los dirigentes”, más allá de los acuerdos que se tejan bajo la superficie y que ya están en marcha. ¿Cuál sería el límite para un eventual gobierno de unidad?
Los radicales línea Enrique Coti Nosiglia son los primeros apuntados. También algunos dirigentes del PRO de origen peronista, que todavía se muestran cerca de Patricia Bullrich. En el kirchnerismo, por ahora, el discurso no genera ruido. “No hay problema, que convoque a todos. Los importante es cómo se conduce y hacia dónde vamos”, dicen. También en eso, le recordarán a Massa que debe apelar a la doctrina Néstor Kirchner.