Llega finalmente el día que ilusiona al 55,7% de la ciudadanía y atemoriza al 44,3% restante, por tomar caprichosamente el resultado de un ballotage en el que mucha gente optó por el mal menor. Como sea, pleno de legitimidad, este domingo, Javier Milei jurará como presidente y pondrá en marcha una era que nace cruzada por una dicotomía asombrosa:la intención de realizar el cambio económico y social más radical desde la redemocratización de 1983 y, en paralelo, una falta de recursos políticos sin precedentes.
Hay que darle a cualquier presidente recién asumido la chance de desplegar su proyecto, explicarlo y ponerlo a prueba en la realidad. Así será porque así lo decidió el pueblo, pero la crítica será inevitable y oportuna si, tal como lo sugirió sobradamente en la campaña, comienza barriendo consensos democráticos y normas de convivencia. La nueva Argentina nace tensa.
La esperanza, una exigencia
Quienes apostaron el 22-O y el 19N por La Libertad Avanza se entusiasman con la idea de que el nuevo gobierno barra a "la casta", racionalice el aparato del Estado, relance la economía y genere oportunidades de progreso social y personal. Muchas de esas personas se dicen dispuestas a hacer sacrificios en pos de esos objetivos, a recortar presupuestos familiares desde hace mucho tiempo insuficientes, a afrontar tarifas más caras y a percibir salarios que no correrán a la misma velocidad que la inflación que viene. Necesitan esperanza y están dispuestas a pagar por ella. Tienen derecho sobrado.
A ellas y, es de esperar, a toda la ciudadanía –sin comenzar a dividir peligrosamente a la Argentina entre "la gente de bien" y la que supuestamente no lo es– el mandatario inminente les hablará desde la explanada del Congreso. El gesto es transparente: a tono con el populismo de derecha que representa, se dirigirá al pueblo y no a la casta que dejará atrás ni bien jure ante la Asamblea Legislativa, aunque su administración vaya a estar preñadísima de ella.
Describirá con dramatismo la pésima herencia que recibe de manos de Alberto Fernández –convertirá ese rap en un hit pegadizo–, pedirá paciencia y sacrificio y dibujará un futuro mejor. Sin embargo, el hecho de que la situación –y no por culpa de Milei– sea verdaderamente delicada le pone un límite a la tolerancia social. Muy pronto, el ajuste –apenas el primero que se verá– dejará de ser el otro y comenzará a doler en carne propia. Que lo pague la política será una quimera que pronto se desvanecerá en la atmósfera del verano caliente que se acerca.
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El día después
Defendida por los Elon Musk de la vida, la nueva Argentina será un laboratorio con pocos precedentes históricos: el intento de una reforma casi pinochetista de la economía y la sociedad en democracia. Sobre ese experimento flota un exotismo de la ideología: un gobierno anarcocapitalista. Vaya oxímoron.
En el camino, puede que el futuro jefe de Estado aprenda algo sobre la vida que no figura en los libros de la escuela austríaca, si no lo traiciona su conocida aversión a la frustración.
La ideología pesará, sobre todo al inicio y en base a alineamientos internacionales que privilegiarán a Estados Unidos, Israel y el "mundo libre" por encima de las oportunidades de negocios e inversiones de Brasil, China, los BRICS y hasta el Mercosur. Pronto, sin embargo, la realidad irá poniendo diques de contención, que habrá que ver cómo sobrellevan las nuevas autoridades, ocasión en la que, como distracción, podría ganar protagonismo una agenda valórica de derecha dura. El escándalo político desviará las miradas.
Lo que viene será una guerra entre dogma y pragmatismo, entre proyecto y realidad, entre posibilidades y limitaciones. Esta es la historia que Letra P promete contar a partir del lunes.
Ese día, la crónica deberá ser interesante, dado todo lo que dejará la jura. Sin embargo, envejecerá pronto, dado lo que se espera que ocurra en el "día después", cuando la economía nacional comience a ser puesta patas para arriba.
Argentina necesita un ajuste: privada de financiamiento y con una inflación a la que le queda un último peldaño antes de llamarse "híper", si el déficit fiscal y la emisión monetaria hacen subir o no los precios es una discusión absurda. Lo hacen. Erra quien piensa que la ideología muere en la admisión de esa evidencia; todo lo contrario, recién nace en ese punto.
Claro que las diferencias ideológicas se dirimirán en lo político; en lo que pase con los derechos individuales y colectivos; en lo que ocurra con el consenso de memoria verdad y justicia; con la tolerancia en el debate público; con la paz social y con el manejo de la protesta social, pero también estarán presentes cuando se discuta el modelo económico. El punto no es si debe haber ajuste, sino su tamaño, su ritmo y, sobre todo, qué sectores pagarán la cuenta.
Lo que viene es la primacía absoluta del mercado, aun cuando sea monopólico, y el retiro voluntario del Estado. Esa es la paradoja del anarcocapitalismo, que en la práctica apenas puede ser un minarquismo: eliminar todo lo que sea posible de la autoridad estatal requiere, primero, su apoderamiento. La revolución será desde arriba o no será.
El lunes y los días subsiguientes dejarán una retahíla de anuncios de enorme calado.
El ministro de Economía y experto en endeudamiento, Toto Caputo, anoticiará, junto al salvado in extremis titular del Central Santiago Bausili, sobre una megevaluación del tipo de cambio oficial, destinada a simplificar la multiplicidad de tipos de cambio actual y a iniciar el camino hacia la salida del cepo, que –salvo sorpresas– quedará para más adelante. ¿Supondrá un salto de la cotización de "solo" el 80%, hasta los 650 pesos de los que habló Guillermo Francos, o uno mayor? Esa es una de las dudas que se expresó en un mercado cambiario que este miércoles fue otra vez alcista. ¿El punto de llegada, uno que aún no se logra avizorar, será la dolarización?
A eso seguirá un paquetazo de proyectos de ley, una masiva derogación de regulaciones, una liberación total de precios, una suba fuerte de tarifas y combustibles, suelta de remarcaciones, eliminación de dependencias enteras del Estado, despidos voluminosos y cese de contratos… Bienvenido, mercado.
Ante a seriedad de lo que viene, tal vez el presidente Milei deje de tener tiempo para repostear memes a favor de la inminente intervención macrista de Boca Juniors, un verdadero golpe de mano contra una de las instituciones civiles más importantes y sentidas del país.
De entrada, muchos medios y votantes más o menos convencidos militarán el aplauso o la paciencia, pero en algún momento la realidad dolerá. Milei habló de "estanflación", pero no es eso lo que viene, sino una recesión profunda y una inflación superior –acaso bastante– al 200% el próximo año. ¿Cuánto jugará el futuro gobierno a favor de paritarias que equiparen semejante embate? ¿Cuánto le dará al personal estatal?
La protesta social brotará y hasta la CGT, que de entrada acepta negociar algunos puntos del programa –¿indemnizaciones? ¿Ultraactividad?– saldrá a la calle. Allí se vera cuál es la respuesta oficial a la protesta, con Patricia Bullrich"implacable" en un ministerio que fija lineamientos y puede reprimer en vías federales, pero no es el que enfrenta piquetes en la Ciudad de Buenos Aires, donde Jorge Macri enfrentará la hora de la verdad de sus promesas de mano dura.
A todo vapor
Mientras Karina Milei y Rodolfo Barra enfrentan problemas legales para desembarcar en un gobierno en formación permanente, son bienvenidos los gestos de sensatez: el mantenimiento de Alberto Soratti en el INCUCAI indica que no habrá libre mercado de órganos, acaso para decepción de Diana Mondino, a quien eso le parecía "una idea fantástica".
Hasta que la calle y la opinión pública se pongan densas, Milei disfrutará de una ventana de oportunidad abierta por la explosión en mil pedazos del sistema partidario.
Juntos por el Cambio muestra grietas tremendas, balcanizado entre legisladores bullrichistas en proceso de salida del PRO, otros que no se sabe si responden a Cristian Ritondo –a Mauricio Macri – o a gobernadores que no saben dónde pararse, un tercer grupo que pretende representar a las provincias y tener la llave del cuórum en nombre de Miguel Pichetto y una UCR que, por fin, mostrará una conducción común. Ya se verá qué significa la unidad del radicalismo a la hora de las votaciones.
El panperonismo se juramenta seguir siendo lo que fue, aunque haya sido una estafa. Sin embargo, al igual que sus pares de Juntos y a falta de un liderazgo natural, los gobernadores peronistas buscan un techo –¿lo podrá proveer Francos?– que los ponga a cobijo de la motosierra, Axel Kicillof tendrá un montón con tratar de sobrevivir, Cristina Fernández de Kirchner se dividirá entre la oposición y los tribunales y Sergio Massa volverá al llano cantando un tango de Pichuco: Dicen que yo me fui de mi barrio… ¿cuándo, cuándo, si siempre estoy llegando. No permanecerá él, claro, pero sí Marco Lavagna, acaso Flavia Royón y legisladores persistentes.