Javier Milei y el ultraderechista húngaro Viktor Orban.
Las gaffes de la noche del 19 de noviembre, cuando, pleno de entusiasmo, Javier Milei invitó a Buenos Aires a Donald Trump y a Jair Bolsonaro, se convirtió en el conato del ingreso de la Argentina al club de la nueva (ultra) derecha internacional.
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El viaje de Trump, se supone, quedaría para más adelante, pero Bolsonaro, rápido de reflejos, se apuró a hacerse invitar a la jura y sacó de la cancha a su gran enemigo, Luiz Inácio Lula da Silva, quien no se iba a prestar a semejante desdén.
Diferente fue el caso del chileno Gabriel Boric, quien sí acudió a la jura a pesar de la presencia de su rival pinochetista José Antonio Kast, otro miembro del club ultra. La diferencia entre Chile y Brasil es abismal: su izquierda es más herbívora y su grieta, menos intensa.
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Con Bolsonaro y Kast llegaron otros derechistas radicales.
Uno es el español Santiago Abascal, líder del partiro Vox, quien viene de incendiar la calle en Madrid con su denuncia absurda de que el acuerdo de Gobierno de Pedro Sánchez con el independentismo catalán constituía un golpe de Estado.
Otro, el primer ministro húngaro Víktor Orban, inspirador de una ley que multa el hablar de homosexualidad ante menores y quien viene de llamar a que se impida que la inmigración contamine la “raza húngaro”.
A new hope for Latin America! I congratulated President @JMilei today on his landslide victory at the presidential elections in Argentina. Thank you for the invitation! pic.twitter.com/lFg70mq6aX
No sé si es correcta la categoría -si es provocativa- pero un diplomático, en referencia a la jura de Milei, dice que solo viene la “ultraderecha pobre”.
Bolsonaro -un sin tierra hasta 2030 debido a la proscripción que le impuso la Justicia electoral por haber calumniado el sistema de votación-, Kast -otro sin tierra-, Abascal, Orban… Pero no Trump por ahora ni Marine Le Pen ni Giorgia Meloni… Como observó con acierto el periodista Pablo Ibáñez, la ultraderecha que se ha convocado en Buenos Aires es, acaso, la más pobre e ideológica, no la de Europa Occidental que, de a poco, va mutando por imperio de la realidad en una suerte de conservadurismo más tradicional.