El pasado de la Argentina
Semejante lenguaje implica una presentación capciosa del pasado nacional, atribuible a una entidad, el "socialismo", marginal en la tradición política al menos desde el nacimiento del peronismo.
Si fuera el intelectual que dice ser, Laje sabría eso. Tal vez lo entiende y de cualquier manera se sube a la marea de las ultraderechas internacionales traduciendo de ese modo una herencia que correspondería, en todo caso, designar con términos más vaporosos como "estatismo", "intervencionismo" o, más en concreto, "nacionalpopulismo".
El problema es que las personas a las que se comienza a designar como no aptas para la convivencia social viven entre nosotros. De hecho, somos muchos de nosotros.
Si las palabras significan algo, donde Milei habla de darle muerte "al socialismo", Laje, uno de sus gurúes ideológicos, tacha y escribe "a los socialistas". Esto no debería pasar desapercibido, incluso para algún fiscal con ganas de trabajar.
Populistas de manual, en su caso de extrema derecha, ambos –y tantos otros, por acción u omisión– le ponen una etiqueta ideológica a las deudas del presente nacional, muchas, serias y de difícil resolución. En su narrativa, no existieron regímenes militares ni gobiernos democráticos "no socialistas", en tanto nombres como los de Álvaro Alsogaray, Roberto Alemann, Adalbert Krieger Vasena, José Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Cavallo, Nicolás Dujovne y Toto Caputo, entre otros, no son parte de la historia que nos ha traído hasta aquí.
Sólo hubo "socialismo".
El presente de la Argentina
El presente –uno que empezó mucho antes de Milei, vale aclarar– es un desastre en niveles que exceden largamente la inflación y la falta de crecimiento, aunque se vinculen con esos factores.
Una expresión brutal de ese estado de cosas fue la muerte de Thiago Correa, de siete años, por una bala que se perdió entre las 11 que el policía federal Facundo Daniel Aguilar Fajardo, de 21 años, disparó desaprensivamente en dirección a cuatro asaltantes de su misma edad que lo habían atacado en La Matanza. Hay mucho allí: marginalidad, ausencia del Estado, pobreza, delito, amplios bolsones juveniles sin horizonte, miedo colectivo, crónica mala praxis policial, aliento gubernamental a la mano dura y las ejecuciones extrajudiciales…
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Si siempre hay que leer a Jorge Liotti en La Nación, su artículo de este domingo –aterradoramente preciso– merece una atención especial.
"En el complejo La Tablada (La Matanza), esos grupos (narcos) hicieron un temerario golpe comando en febrero. Entraron una noche a punta de pistola y desalojaron 60 viviendas, le pusieron camiones a la gente para que saque sus pertenencias e instalaron en el edificio un centro de venta de drogas. A pocas cuadras de ahí, esta semana se produjo la muerte del chico Thiago Correa, quien recibió el balazo de un policía que disparó contra un grupo de delincuentes", escribió Liotti.
La nota no trata sobre la tragedia del pequeño, sino sobre el modo en que "el negocio de la droga perforó la malla de contención social y amenaza las dinámicas familiares" en el Gran Buenos Aires, asunto que se discutió la semana pasada en un encuentro de 60 sacerdotes de los Hogares de Cristo. Los relatos que recogió Liotti generan un sentimiento peor que la preocupación o el temor.
Una canchita comunitaria baleada en Quilmes y el emplazamiento en el círculo central de un puesto de venta de drogas. El asalto violento como una constante. La creciente apropiación de territorios por parte de narcos locales que imponen condiciones a través de la violencia, el emplazamiento de armas y drogas en viviendas familiares, la usura que crea dependencias permanentes a quienes no llegar a comprar comida y hasta la expulsión de quienes quieren repartirla para ayudar a los más desesperados.
Más: la convivencia masiva de los jóvenes con el submundo del consumo y la venta, la ausencia absoluta de instituciones de contención, ya no el Estado, sino incluso las iglesias en general y la católica en particular, cuya acción paliativa, cada vez más difícil, describió Guillermo Villarreal en Letra P.
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Cáritas Argentina, el ministerio de la solidaridad de la Iglesia
"Esta realidad se deposita sobre procesos que vienen desde hace mucho tiempo y que nunca fueron abordados con seriedad por el poder político. Es uno de los déficits de la democracia con mayor cantidad de responsables. Sin embargo, ahora hay dos razones que estarían complejizando más la situación. Por un lado, el deterioro económico en los segmentos más carenciados y la ausencia de alternativas laborales para jóvenes y adultos poco instruidos", siguió Liotti.
Según el artículo, en esos territorios de la Tercera sección electoral, "Cristina Kirchner es claramente la figura más popular, pero también es un fenómeno que parece menguante, que atrae emocionalmente a quienes tienen más de 30 años y recuerdan la época gloriosa del kirchnerismo (…). Axel Kicillof transmite en el territorio casi lo mismo que la expresidenta. La gente los asume como parte del mismo proyecto y ni se imagina las razones del distanciamiento entre ellos. Pero ambos simbolizan una iconografía cuyo mensaje está desgastado. El Estado presente o la economía popular ya son enunciaciones vacías".
Seguir extrayendo tramos de esa gran y extensa nota es empobrecerla. Mejor leerla.
El futuro de la Argentina
Como escribió George Orwell en 1984, "quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado".
Con su narrativa, Milei, Laje et alli producen un monstruo –el socialismo y los socialistas, la izquierda y los zurdos– para generar un rechazo tan brutal que valide la concreción de la distopía que traen en los bolsillos.
Por haber sido ordenada desde el Gobierno y dirigida a una persona en especial –un dirigente opositor– entre las muchas que realizaban la toma del Instituto Nacional Juan Perón, la detención de Juan Grabois encendió luces amarillas no sólo en el peronismo, sino en el radicalismo y otros sectores.
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El momento parece gestar la lenta –o no tan lenta– fragua de un régimen político que erosione la democracia por derecha y que, supuestamente, resultaría de ese modo más efectivo para resolver dramas de larga data como la inflación, la inseguridad y el narcotráfico. "Cárcel o bala" es la consigna facilista que parece llevarnos a un futuro inexorable, atractivo para muchos que padecen el día a día, a no ser que la política atine por una vez a dar una respuesta eficaz y de unidad nacional.
Esa salida es incompatible con un plan económico basado en la desgravación a los más ricos y en la aplicación de la motosierra a casi todo programa que establezca acciones socialmente reparadoras.
Se puede meter toda la bala que se quiera, pero no se sale de este laberinto reprimiendo –o algo más– a "zurdos", proclamando que la justicia social es una perversión o, como dijo Laje en Madrid, que "la desigualdad es intrínseca a la libertad humana. Si queremos ser libres tenemos que aprender a ser desiguales. Que sea bienvenida la desigualdad".
Se mencionó más arriba a Thiago, a La Matanza, a CFK –¿candidata allí o presa inminente?–, al peronismo y a la política que nos ha metido en este baile. El aparente secreto a voces de la ratificación de la condena e inhabilitación de la expresidenta en la causa "Vialidad" supondría, de concretarse, el final de lo que aún queda en pie del viejo sistema político, uno sobre el que vale realizar una evaluación crítica, pero cuya destrucción inapelable, sin nada superador que lo reemplace, no augura buenas noticias. Esto apunta a pensar el futuro de la política argentina y va mucho más allá de una opinión sobre los méritos o los deméritos de lo que diga la Corte Suprema.
El pasado no se puede modificar, el presente sobresalta y el futuro es una incógnita que urge despejar. Si lo anterior ya no sirve, no se entiende cómo es posible salir del peligro que se cierne sobre el país con un gobierno divisivo, violento, cancelador de la política social, represor del derecho a protestar y empeñado en destruir lo que queda del Estado.
Al revés: es necesaria la contención, la recreación virtuosa de la autoridad estatal en la escuela, el hospital y la comisaría amiga de la gente. También, una economía estable en cuyo marco se induzca un desarrollo equilibrado, algo opuesto al proceso de mercado desatado y de apropiación desordenada de lo público, una verdadera acumulación originaria, que hoy ofrece el Gobierno.
Se escucha, inquietante, el tictac de una sociedad profundamente fracturada. Lo viejo muere y lo nuevo tiene que nacer. Es urgente.