OPINIÓN | UN AÑO DE MILEI

Entre polarizaciones y dualidades

La consultora analiza los primeros 12 meses de gestión libertaria y sus logros. El discurso confrontativo, la opinión pública y la oposición fragmentada.

La llegada de Javier Milei a la Presidencia en 2024 significó el desembarco de la derecha radical a un país gobernado en los últimos tiempos por coaliciones electorales, con distinto signo ideológico y respetuosas de las formas democráticas, que se alternaron el ejercicio del poder. También marcó el inicio de una nueva forma de gobierno con características inéditas, peculiares, autoritarias y a menudo autocráticas.

Se ha explicado ya la confluencia de los múltiples factores que coadyuvaron al triunfo de La Libertad Avanza en las elecciones presidenciales del año pasado: una aguda crisis económica, estancamiento, caída de los ingresos populares, precarización del empleo, una persistente crisis de representación con ausencia de liderazgos en los espacios políticos tradicionales, el avance de la extrema derecha a nivel global y el acertado uso de las plataformas digitales para canalizar los novedosos tipos de comunicación combinados con narrativas disruptivas y funcionales al contexto social.

En todos nuestros estudios destacamos que la sociedad argentina expresaba hastío y malestar por la grave crisis socioeconómica de los últimos años. En este sentido, demostramos grosso modo que: 1) la demanda social se centraba en la necesidad de estabilizar la economía y equiparar los salarios a la inflación; 2) la ciudadanía no estaba dispuesta acompañar una agenda como la que proponía la derecha radical. Esto es, no admitía el retiro del Estado de áreas medulares como la salud, la educación y la ciencia, desaprobaba la privatización de las empresas públicas y que se conculcaran derechos civiles logrados por conquistas de la sociedad civil.

Eso explica por qué durante este primer año de gestión se registró una alta y lógica conflictividad social. Los once puntos en los que se disparó la pobreza explican también buena parte de ella. La memoria trae al recuerdo las imágenes de la policía reprimiendo protestas de jubilados, médicos y obreros afectados por el cierre de industrias y empresas. Acaso las masivas movilizaciones de docentes y estudiantes universitarios a lo largo del país también mostraron que la sociedad civil está dispuesta a defender los bienes comunes que recuperan valores históricos y que atraviesan los distintos segmentos de opinión política.

Durante este año, Milei aplicó el habitual programa ortodoxo de contracción fiscal y monetaria con un sesgo fuerte contra los ingresos reales que, por la vía de una depresión de la demanda, redujo relativamente el ritmo de indexación de precios.

Este esquema siempre tuvo en sus etapas tempranas un bloque de apoyo social en la Argentina que no es mayoritario porque el brutal programa de ajuste que instrumentó desde su llegada al Ejecutivo produjo severas consecuencias en la vida cotidiana.

La dinámica de polarización de opiniones (una modalidad que va a cumplir 17 años en la Argentina) ahora se reproduce por medio de una dualidad. La polarización ya no gira en torno a la forma de administración de la economía política de pleno empleo que ni siquiera Mauricio Macri pudo abatir. Muy por el contrario, Milei supone el cambio de ese paradigma por otro vinculado a las actividades extractivas, el capital financiero internacional y el nuevo poder de las plataformas tecnológicas. Dicho cambio se expresa, por cierto, de manera radical y agresiva.

El programa de Milei dividió a la ciudadanía entre beneficiados y perjudicados. Hay ganadores y perdedores. Pocos ganadores y muchos perdedores.

La economía argentina está funcionando con las nuevas reglas que derivan de una fuerte caída del gasto público y la contracción monetaria. “Menos pesos” circulando tienen un impacto sociopolítico que va más allá de lo estrictamente económico. La dualidad también se manifiesta en una pedagogía cruel que justifica el padecimiento como parte del sendero hacia la normalización.

La estabilidad económica convive con demandas y críticas en otras áreas fundamentales como la educación pública universitaria, la ciencia, la seguridad, la transparencia institucional y el desempleo. Este último problema es especialmente particular. Luego de estar ausente de la agenda pública, durante 2024 reingresó como principal problema para la opinión pública.

La política de desregulación instrumentada también demuestra que Milei está cumpliendo otra de sus promesas de campaña: el retiro del Estado como articulador de las relaciones sociales y económicas y el reinado de la mano invisible del mercado con sus frías leyes de oferta y demanda. Poco queda de un otrora Estado protector.

Es cierto que el Gobierno pudo controlar la agenda de discusión pública, pero lo hizo porque en frente tuvo a una oposición fragmentada y a un peronismo con una crisis de liderazgos. Otro logro de Milei fue convertir su programa económico en el eje ordenador de la política argentina. Eso tuvo consecuencias inexorables en la reconfiguración del sistema político.

Finalmente, el discurso político confrontativo y provocador del oficialismo fue otra característica de este año de gobierno. Los blancos son varios: “la casta política”, “los peronistas”, “los periodistas ensobrados” y todos aquellos que no comulgan con las banderas de La Libertad Avanza. En cualquier caso, se trata de un problema no solo creciente sino además preocupante. Los discursos de odio y violencia instigan, legitiman y habilitan formas de violencia indiscriminada.

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