Cristina Fernández de Kirchner ha bautizado con un mote algo desdoroso, "letanía", el clamor por una candidatura presidencial que no será, uno que volvió a sonar largamente en este lluvioso 25 de Mayo durante su discurso. Sin embargo, ni en el acto por el vigésimo aniversario del kirchnerismo ni en televisión ni en su última carta abierta pronunció las cinco palabras mágicas –"no voy a ser presidenta"– porque eso es algo que hará solamente cuando señale, con palabras o con gestos, un heredero para ir por la pelea en las elecciones de este año. Para eso falta, al menos, un par de semanas.
Si este jueves algunos y algunas, tanto en el campo propio como en el de enfrente, esperaban definiciones, la única fue el pistoletazo de salida de la temporada de rosca en la que ella pondrá su impronta, pero no sin escuchar a los factores de poder del panperonismo, desde intendentes y gobernadores, hasta sindicalistas y referencias varias, sin ignorar tampoco los ecos que le lleguen desde el ámbito empresarial y hasta de la política internacional. Más que un tiempo de dedo, lo que viene es uno de conducción.
Todos y todas pusieron este jueves un punto final satisfactorio a lo que debía ser un día de paz. En la primera fila ubicada detrás de la vicepresidenta, en el palco, brillaban la familia –Máximo y Alicia Kirchner, sus nietos– y los tres presidenciables a los que sigue endulzando sin darles certezas: Wado de Pedro, Sergio Massa y Axel Kicillof. Los dos primeros sonreían como los boxeadores que, aun magullados, levantan sus brazos en señal de triunfo cuando termina la pelea; el tercero asentía, fiel, aceptando que su destino será el que ella defina: candidato a la reelección en la provincia o púgil en una pelea nacional demasiado cuesta arriba.
Si el "Cristina presidenta" y ahora el "una más y no jodemos más" son para ella una "letanía", hay que decir que los tramos de sus discursos en los que vuelve a ensalzar las bondades del modelo K también suenan cada vez más de ese modo.
El primer tramo del discurso fue anodino y para nada sorprendente; no es fácil encarar desde ese lugar una campaña presidencial en la que la sociedad clama por respuestas a problemas viejos, respuestas que no pueden ser sino nuevas dado que cada uno de los últimos tres gobiernos no hizo más que duplicar su mayor flagelo, la inflación.
Embistió, siempre sin nombrar a los aludidos, contra Javier Milei, la dolarización y la herencia de los 90. También, contra la gestión hiperendeudadora de Mauricio Macri y contra sus herederos de hoy. Contra los endeudadores, el FMI, los poderes concentrados, los medios de siempre y la Corte Suprema, a la que considera incluso más "mamarrachesca e indigna" que la que Néstor Kirchner, el celebrado de la jornada, apartó en 2003.
El kirchnerismo, para ella, nació con la asunción de este el 25 de mayo de 2003 y se fue de su mano el 9 de diciembre de 2015, cuando pasó de princesa a calabaza. Amagó con volver el 10D de 2019, pero un año después terminó de perder el rumbo al no acusar recibo de su advertencia de que el crecimiento pospandemia se lo iban a quedar "cuatro vivos".
Ratificó sus diferencias con el Presidente, cuyo gobierno dibujó como fallido, algo que no es kirchnerismo porque no distribuye la riqueza, lo que deja los últimos tres años de la historia nacional como una suerte de agujero negro sin responsables, una experiencia con la que "todos saben las diferencias que he tenido y que tengo".
Aun así, enfatizó, "este gobierno es infinitamente mejor que lo que habría sido otro de Macri". En sus términos, el elogio fue minúsculo.
Consenso o (mini)competencia
En un par de semanas o algo más habrá fórmula, una que encabezará uno de los tres mencionados al principio. Será "su" fórmula ante un escenario en el que le resulta imposible descartar que las PASO tengan competencia, una que, si no es posible el consenso, imagina lo más acotada posible.
Por lo pronto, la otra fórmula, una que Daniel Scioli se juramenta sostener, será la del albertismo o, lo que es lo mismo, la del agujero negro. ¿Habrá competencia? Si es así, será una entre hijos y entenados y acaso ella ni necesite hacer gestos obvios de apoyo. Fue curioso, en ese sentido, ver en el palco a la aparente compañera de fórmula del embajador en Brasil, la albertista Victoria Tolosa Paz.
Otro de los que se anotan, Agustín Rossi, debería mostrar sus cartas esta semana.
El lapsus de 2019 es una llaga para el panperonismo que entonces prometía "volver mejor" y no cumplió. Así, insistió Cristina, esta vez será con programa, una garantía de cumplimiento de un ideario que aceptaría entregarles con plenos poderes a De Pedro o a Kicillof, pero no a Massa, sapo de otro pozo.
A quienes la amaban cantándole letanías, los y las mandó a militar y "a romperse lo que hay que romperse" en lugar de "pedirle al otro que haga cosas que nosotros no estamos dispuestos a hacer". La tarea, les dijo, es explicitar quiénes son los responsables de esta crisis.
La historia continúa. ¿Cómo lo hará? ¿Con un heredero bien propio como De Pedro o Kicillof, capaz de consolidar el piso, o con un aliado como Massa, apto para elevar el techo captando votos de centro en el contexto de una sociedad que parece volcarse hacia la derecha?
Los mencionados esperan su palabra. La misma contendrá la respuesta a interrogantes totalmente basales. ¿Cristina cree que es posible ganar un ballotage? ¿Apuesta a eso, con los riesgos del caso, o a cavar trincheras en los territorios y en el Congreso para resistir una era de hielo que presiente inevitable?