El peronismo sin energía: las campañas que no supieron leer el momento político
Sin relato ni lectura del contexto, las estrategias de Jorge Taiana y Mariano Recalde terminaron desconectadas del electorado y atrapadas en la inercia.
El peronismo sin energía: las campañas que no supieron leer el momento político.
La última campaña electoral expuso a un peronismo que transitó la elección sin un relato claro. Lo que se pudo observar desde el profesionalismo y por fuera del dispositivo partidario, fue una comunicación fragmentada, sin historia capaz de dar sentido y dirección a la acción política.
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Las cuentas de la red más politizada de la actualidad, Twitter, ejemplifican el problema que el espacio no logró resolver. Basta observar los timelines de los candidatos en los principales distritos -Jorge Taiana en la Provincia de Buenos Aires y Mariano Recalde en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires- para notar que no lograron conectar con el clima real de la discusión pública.
Taiana y Recalde intentaron transmitir compromiso, identidad y coherencia; pero desde lógicas y momentos que no coincidieron con lo que se hablaba en la calle. Las dos campañas se mostraron disociadas de la realidad cotidiana: mientras la sociedad discutía precios, inseguridad o futuro, los mensajes del peronismo giraban en torno a valores, consignas o reivindicaciones en las que no lograron diluir los pecados del pasado de la propia fuerza política. Cuando lograron intervenir en la conversación pública, ya era tarde o en el tono equivocado. El resultado fue un mensaje sin empatía y sin efecto político.
Las campañas de Jorge Taiana y Mariano Recalde
En la cuenta de Taiana predominó un tono institucional, casi diplomático. Sus publicaciones giraron en torno a la soberanía, la defensa nacional y la memoria histórica. El exministro eligió hablar desde la experiencia, con un lenguaje contenido, más cercano a la gestión que a la disputa electoral. Intentó transmitir autoridad y serenidad, pero en el contexto de una campaña dominada por el malestar y la bronca, ese tono sonó distante. Sus mensajes fueron correctos, pero sin tensión; consistentes, pero sin emoción. Y en política, sin emoción no hay persuasión.
Recalde, en cambio, apostó a la resistencia. Su discurso fue combativo, militante, con apelaciones constantes a la defensa del Estado y al orgullo de la identidad kirchnerista. Intentó transmitir fuerza y lealtad, y hasta trató de discutir el concepto de “libertad”, que el oficialismo nacional logró instalar como bandera cultural. Pero se quedó en la intención. No alcanzó a resignificar la idea ni a convertirla en una narrativa propia que interpelara desde la justicia social o la igualdad de oportunidades. El intento de contrarrelato quedó atrapado entre consignas conocidas y gestos de militancia que ya no despertaron entusiasmo fuera del núcleo duro.
En conjunto, las dos estrategias compartieron el mismo problema: no lograron proponer una historia capaz de interpelar a quienes no estaban ya convencidos. Ni la solemnidad de Taiana ni la resistencia de Recalde funcionaron como marco de contención frente al discurso libertario, que supo capitalizar la bronca, apropiarse de la épica del cambio y convertir la indignación en identidad. El peronismo, en cambio, respondió con diagnósticos parciales, sin relato de futuro ni sensibilidad frente a la agenda real de la sociedad.
mariano recalde
Los traspiés del Gobierno
Incluso frente a los traspiés del oficialismo, como los casos Diego Spagnuolo y José Luis Espert, el PJ no consiguió instalar su voz en el centro de la conversación. Intentó reaccionar, pero sin narrativa ni timing. Las respuestas llegaron tarde o fueron percibidas como parte de la misma política que la gente cuestionaba. Las campañas peronistas no ofrecieron soluciones lo suficientemente convincentes como para convertirse en alternativas. Comunicar no es sólo emitir mensajes, sino leer el momento, el tono y la necesidad emocional del electorado. En eso, el peronismo falló.
Durante años, el kirchnerismo había sido un modelo de relato político. Supo transformar la gestión en causa, la causa en emoción y la emoción en voto. En esta campaña, esa energía se apagó. Las publicaciones parecieron más un archivo que una historia. No hubo antagonista claro, ni horizonte, ni épica de futuro. Taiana habló desde la historia; Recalde, desde la trinchera. El primero conservó legitimidad simbólica, el segundo identidad militante. Pero ninguno logró construir expectativa.
¿Y los votos independientes?
Las dos campañas terminaron comunicando hacia adentro. Apuntaron a retener la base, pero no a ampliarla. No interpelaron a los votantes independientes —ese espacio volátil y decisivo que define todas las elecciones argentinas—, y por eso apenas lograron sostener su núcleo duro sin sumar nuevos apoyos.
La escena final de la campaña fue elocuente: Taiana mirando hacia la historia, Recalde resistiendo en el presente y Javier Milei apropiándose del futuro. El peronismo quedó atrapado entre la memoria y la defensa, sin relato que lo proyectara. No se trató de falta de discurso, sino de falta de lectura del tiempo político. Porque en una democracia fatigada, donde la gente busca certezas simples y soluciones concretas, una narrativa desajustada equivale a hablar solo.
Y eso fue, en definitiva, lo que mostró esta campaña electoral: un peronismo que habló, pero que nadie escuchó.