Estaba parado enfrente de la zapatería de la esquina, sobre la avenida Asamblea. Horacio Rodríguez Larreta conversaba con dos señoras mayores mientras un flaco estiraba el brazo para alcanzarle una nota, que era gentilmente interceptada por una secretaria. Un grupo de vecinos y curiosos se arremolinaba en torno de la sorpresiva presencia del jefe de Gobierno aquel sábado a la mañana en Parque Chacabuco. No había motivo aparente ni anuncio de gestión que justificara la recorrida. Era septiembre de 2018. Faltaba casi un año para las elecciones en las que el alcalde obtuvo su reelección en primera vuelta.
El “método Larreta” es una religión que ordena con mano de hierro a la primera burbuja que orbita en torno del presidenciable amarillo, se trate de la campaña electoral o de la gestión. Sistemático, milimetrado y obsesivo, el esquema de trabajo al que se apega desde hace años el jefe de Gobierno lo transformó en el maratonista que hoy ya atisba la línea de llegada electoral, mientras lidia con el cascoteo del ala dura del partido amarillo y con los vaivenes del expresidente Mauricio Macri.
Reuniones al alba con funcionarios a bordo de la camioneta rumbo a la sede de Uspallata y el cálculo de metros recorrido por semana en las calles porteñas en busca de cercanía son algunas de las tantas historias que acumulan quienes le siguen el trayecto al alcalde y esperan que ese camino termine en la Casa Rosada.
“¿Llega o no llega?”. La pregunta atraviesa al oficialismo y a la oposición y clava la mirada en el ritmo constante pero sin vértigo que trasunta Larreta. En algunas oficinas más críticas consideran que ese andar pausado y mesurado a veces parece dubitativo. Cerca suyo refutan esos análisis y recuerdan las anécdotas que cuentan que a los 6 años el niño Rodríguez Larreta ya decía que quería ser presidente.
La pretemporada 2023 llegó con upgrade. Horacio nadador, Horacio surfer, Horacio jugando al tejo en la arena. Una sucesión de fotos para ablandar la imagen del candidato, alejarlo de la rosca y acercarlo a figuras populares, como la Mona Jiménez y el Chaqueño Palavecino. Ser humano. Maratonista de la política, pero con tiempo para hacer las cosas que divierten a la gente.
El movimiento trae a la memoria la maniobra comunicacional que en el mismo sentido debió articular Macri para entibiar el perfil frío y empresarial que transmitía su figura. Juliana Awada fue la clave en aquella operación. Como contó Gonzalo Prado en Letra P, estas semanas para el larretismo la prioridad de los viajes del jefe de Gobierno es "mostrarlo en modo verano y no metido en la rosca política. Lejos de las peleas internas, su equipo de campaña organiza sus actividades proselitistas pensando también en la difusión que tendrán en las redes sociales”.
La malicia que pulula en Twitter combinada con una militancia opositora sin rumbo, que se va al pasto con las dos ruedas, le sumó de rebote un capítulo más a la saga de humanización del alcalde. Larreta respondió a la burla este miércoles con una serie de tuits en la que volvió a hablar de su enfermedad, el “temblor esencial”.
Con una postura inclusiva, explicó su padecimiento y alineó lo que comenzó como un episodio desagradable dentro de su línea discursiva. “Me lo diagnosticaron a los 5 años. Es una condición que afecta el pulso, aunque nunca modificó mi vida”, posteó. Vaya paradoja, se trata de la misma época en la que ya se imaginaba sentado en el sillón de Rivadavia.
Después de todo, quién puede decir que no soñó alguna vez con ser Presidente.