¿Ganará Luiz Inácio Lula da Silva, como anticipan las encuestas, las elecciones presidenciales que se celebran este domingo en Brasil? ¿Necesitará competir con Jair Bolsonaro en un segundo turno, que se realizaría el 30 de octubre, o podrá liquidar el pleito sin ese trámite? De la mano de lo anterior, ¿aceptaría Bolsonaro una derrota o denunciaría su fraude imaginario para atizar algún bolsón de golpismo militar y movilizar a militantes armados, como dijo su hijo diputado, Eduardo? ¿Filmaría la remake de La toma del Capitolio, dirigida por Donald Trump, y desestabilizaría a un gigante económico y demográfico de 210 millones de habitantes?
Joe Biden teme ese escenario, por lo que le ordenó a la CIA plantear reservadamente su preocupación a la cúpula militar brasileña y al Departamento de Estado, defender públicamente el sistema de urnas electrónicas, usado sin cuestionamiento alguno desde 1996. Por eso, se espera que sea uno de los primeros en validar el resultado que emane de la Justicia electoral para sacarle oxígeno a un posible incendio.
El futuro –un probable gobierno de Lula al frente de una alianza acaso demasiado heterogénea qué ocurriría con el Brasil conservador y rabioso que destapó el excapitán– será harina de otro costal.
Un escenario y sus repercusiones
Este jueves, Lula y Bolsonaro gastaron sus últimos cartuchos en el debate televisivo más importante, por ser el último y el que emitió la red Globo. Todas las encuestas dan como ganador al líder histórico de la izquierda, con ventajas que oscilan entre los diez y los 14 puntos porcentuales. El escrutinio solo considerará los votos válidos y positivos, por lo que, para evitar el ballotage, Lula debería sacar un voto más que la suma de todos sus rivales. Es un objetivo difícil: desde el retorno de la democracia, solo fue alcanzado por Fernando Henrique Cardoso.
Con o sin segunda vuelta, un regreso de Lula al poder cerraría un ciclo político frenético que empezó en 2003 con su primer mandato, se plasmó en la victoria del "hambre –casi– cero", trastabilló con el mensalão y el petrolão y culminó parcialmente en 2010 con su retirada como el político más popular del país. Siguió con la entronización de Dilma Rousseff, se interrumpió en 2016 con el viciado juicio político que la desalojó del Palacio del Planalto y se prolongó con una ofensiva judicial y mediática aluvional que lo llevó a la cárcel por 580 días y lo sacó de la cancha electoral, en la que era favorito, en 2018. De la nada a la cumbre, de la cumbre a la cárcel y de allí, de nuevo al poder. Una vida para el asombro.
Lula proclama que el Supremo Tribunal Federal (STF) consagró su inocencia. No es así. Fue condenado en tres instancias en una causa con tintes de sainete, la del tríplex en Guarujá, pero esa alta corte terminó por considerar que no se había respetado el derecho de defensa ni el debido proceso, algo obvio para muchos durante toda la saga del exjuez Sergio Moro. La "jurisprudencia creativa" de la operación Lava Jato ("lavadero de autos") fue avalada por el STF hasta que la indignación social –estimulada ampliamente por muchos medios– cedió.
Después de todo ese proceso, Lula ya no es el intocable que dejó el gobierno en 2010 y carga tanto con sus logros en materia social como con el lastre de escándalos estructurales de corrupción que fueron efectivamente probados, pero que, en su caso, no convirtieron su indudable responsabilidad política en una penal. No se puede condenar a una persona por la mera "convicción" de un magistrado, sobre todo uno como Moro, que terminó siendo ministro de Bolsonaro para luego pelearse con este, intentar una candidatura presidencial, fracasar y terminar postulándose al Senado. Una chanchada.
La Argentina, involucrada
Brasil es el principal socio comercial de nuestro país y cada punto de crecimiento del PBI en el vecino impacta aquí entre un cuarto y un tercio de punto. Si a Brasil le va bien, a la Argentina se le abre el futuro.
En caso de triunfo de Lula, el Mercosur se reactivaría como herramienta de desarrollo y el uruguayo Luis Lacalle Pou quedaría en soledad con su porfía de romperlo para avanzar hacia el libre comercio con China.
Por otro lado, Alberto Fernández perdería su condición de principal referente del progresismo sudamericano, pero ganaría en acompañamiento.
Sin embargo, el impacto en nuestro país va más allá…
La gran pregunta
Si Lula ganara, ¿Cristina Fernández de Kirchner podría aprovechar el efecto demostración y convertirse, el año próximo, en la carta ganadora del Frente de Todos?
Esa es la gran pregunta y la apuesta de muchos y muchas en el cristinismo. Spoiler: Cristina, en principio, encontraría muy difícil replicar la resurrección del brasileño.
Para empezar, la diferencia entre Brasil y Argentina es la actualidad: Lula es el candidato de la oposición, mientras que aquí gobierna el panperonismo. Una digresión… ¿lo que crece en la región es el progresismo o las oposiciones? En otras palabras, ¿Gabriel Boric y Gustavo Petro se convirtieron en presidentes por los méritos de sus proyectos para abordar las crisis sociales de sus países o, en una medida acaso mayor, por haber expresado el descontento con gobiernos que no dieron las respuestas deseadas por las mayorías, antes, durante y después de la pandemia?
El contexto es especialmente cruel para el peronismo. El propio Lula criticó el martes, en una cena, a Fernández. Aunque lo aprecia especialmente, sobre todo después de que el argentino lo hubo visitado en la cárcel, le recriminó haber cedido ante el Fondo Monetario Internacional (FMI). Según él, el Gobierno debería haber roto con el organismo aprovechando los efectos de la pandemia. "Fernández está en problemas. La inflación está en el 70% y no sé qué va a pasar en Argentina. Hay demasiada hambre (…). ¿Qué es este empobrecimiento? Es la falta de opciones políticas de quien quiere gobernar. Es sencillo: solo hay que elegir", dijo, yendo más al hueso que la propia Cristina.
¿Será, entonces, que la solución de Todos para reeditar la resurrección sería, simplemente, poner a Cristina en lugar de Alberto?
Cristina no es Lula y no parece que pueda serlo. El brasileño tiene un importante nivel de rechazo, pero, al revés de CFK, uno no tan alto como para no poder ganar una elección. Además, aquel pudo articular una amplia alianza que sumó a la izquierda y a la derecha democrática, algo que está fuera del alcance de la exmandataria. En relación con lo anterior, el brasileño cuenta con condiciones de gobernabilidad que la argentina no tendría de ninguna manera. ¿Cómo sería la calle si, por alguna razón, la vice debiera asumir el poder? Por último, aunque no fue declarado inocente sino un perseguido por el Poder Judicial, Lula ya no tiene causas abiertas, al revés de Cristina, que podría encaminarse a una condena en primera instancia en la llamada "Vialidad" y acaba de recibir un revés fuerte de la Cámara Federal en un proceso sobre el presunto uso del avión oficial con fines particulares.
Lo dicho, desde ya, no es inmutable, pero conviene tener en cuenta que la situación de la vicepresidenta en las encuestas no mejoró ni siquiera con un intento de asesinato de por medio.