"¡Dale, che, que la tenemos viva! ¡Dale, cheeeee…!” Con lo que le queda de su voz ronca, gastada de gritar, el flaco mueve la perilla del clamor. “Presideeentaaaa… Cristina presideeeentaaa…!”, canta la hinchada que lo rodea.
Son las tres y pico de la tarde de otro día peronista.
En la Plaza ya no cabe un alfiler.
Sobre la calle Bolívar, frente al Cabildo, tampoco.
Por San Martín, por el lateral de la Catedral, no se puede salir: alguien tuvo la idea brillante, larreteana de tabicar esa salida hacia el microcentro. La Ciudad de las vallas.
Por Rivadavia viene una columna apretada que se identifica como la gloriosa JP.
Por Perú, el tránsito pedestre fluye mejor, pero 30 metros antes de la siguiente esquina ya hay que volver a caminar de costado, para ocupar menos lugar.
Por la vereda norte de Avenida de Mayo, que está de bote a bote, la marcha del pingüino -de la pingüina- de doble mano: pasitos cortos para un lado, pasitos cortos para el otro.
La Plaza, dos cuadras para el río, revienta.
Hace 18 horas que a Cristina Fernández de Kirchner casi la matan otra vez – literal, esta-.
Hace 18 horas, Fernando Sabag Montiel, 35 años, hater declarado, cuchillero y pistolero, le puso una Bersa 9 milímetros en la cabeza y gatilló.
La bala no salió.
Cristina vive, pero ya es santa. Santa en vida.
El pueblo peronista o, para más precisión, la feligresía K la consagró. Convirtió el santuario recoleto de Juncal y Uruguay en una multitudinaria misa de beatificación para pedirle que vuelva. Clama Cristina Presidenta.
¿Mito o realidad? ¿Candidata o electora? ¿Posibilidad o espejismo? ¿Presidenta o leyenda? ¿Alcanza o no alcanza?
Las respuestas, si alguien se animara a darlas, estarían en el terreno de la ciencia ficción. Ni siquiera es posible imaginar cómo será este sábado; qué Argentina volverán a trajinar los millones de personas que se fueron al fin de semana largo casi trágico -políticamente trágico- en un país que perdió la certeza -acaso la única- que le ofrecía la democracia.
Sin embargo, hay una verdad que es realidad, una realidad que es verdad para el pueblo peronista o, para más precisiones, para la feligresía K que revienta la Plaza a las tres y pico de la tarde del día 1 después del atentado: Cristina es santa en vida. La santa maldita, para el otro pueblo. Esa es la otra verdad que también es una realidad.