Alberto Fernández lanzó el viernes de un modo extraño su nueva guerra, una que viene después de la librada con el virus SARS-CoV-2 y que esta vez tiene en la mira a la inflación. La mención del tema, su caracterización y el tono racional del discurso respondieron a la necesidad de demostrarle a la sociedad que el Gobierno no es ajeno a la realidad y tiene conciencia de lo que no ha logrado resolver sino, más bien, agravar. El problema, como tantas otras veces, proviene de otras fuentes: la brutal interna del Frente de Todos, que limita lo que el Presidente puede decir y hacer, y un modo basto de comunicar que –ya que se habla de "batallas"– convierte el fuego real en cebita y la cebita, en fuego real siempre a contramano de las necesidades. Esa es la triste realidad de la Argentina presa de la urgencia de los cinco minutos inminentes, la que jamás se detiene a pensar en la importancia de los cinco años que, inexorables, la esperan.
Las medidas contra la inflación que se irán anunciando buscarán pegar con un pomo vencido de La Gotita los trozos rotos del Frente de Todos. Va a ser difícil cuando las partes no confían entre sí, cuando una llama por teléfono y la otra no atiende y cuando esta última acusa a la anterior de, por lo menos, mirar con complacencia un ataque a piedrazos. Son los cinco minutos de la reyerta permanente.
Sin embargo, hay en marcha otras medidas contra la inflación insoportable de las que se hablará menos: las metas fiscal y monetarias que constan en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el plan del Gobierno, según el Presidente, y el plan del organismo, según la vice Cristina Kirchner.
La fractura entre el Frente de Unos y el Frente de Otros es expuesta y las diferencias, de fondo. Nada nuevo bajo el sol.
En su debate presidencial con Mauricio Macri, el actual jefe de Estado avisó que, de acuerdo con la naturaleza de los desafíos, "van a ver en mí soluciones ortodoxas y heterodoxas".
En ese duelo, acusó a los "dogmáticos" de la derecha, representados entonces por el saliente. Sin embargo, las palabras se resignifican y hoy podrían apuntar a sus enemigos íntimos.
El heredero de 2019 era un crítico implacable en 2013. En una ocasión, le recordó a la entonces presidenta que "tirar una cantidad de dinero en favor de los planes sociales provoca (…) un incremento de los precios. Eso lo resuelven mandando a los chicos, a los militantes de La Cámpora a controlar a los comercios (…). El problema es que usted no tiene en cuenta la cantidad de dinero que ha emitido sin respaldo y que ha sido una causa de inflación enorme".
La cita no pretende señalar contradicciones que todos y todas tienen en la Argentina. Apunta, en verdad, al presente, porque ese Alberto ortodoxo, su mister Hyde, no se ha esfumado, aunque hoy no diga parte de lo que hace para evitar que sus enemigos íntimos lo terminen de destrozar. En esos términos, con un gobierno sin espalda ni coherencia interna, ¿qué resultado cabe esperar?
Aunque la dirigencia dickhead no lo advierta, la Argentina no es una mariposa hermosa, pero frágil y de efímero ciclo vital. De ningún modo.
Un futuro posible
La aporía de "los cinco minutos o los cinco años" se expresa en el sector de la producción de carne como en ningún otro. En los años finales del segundo gobierno cristinista, los voceros de aquel fatigaban radios y canales de TV con el argumento de que los mercados doméstico y de exportación reclamaban cortes diferentes y que liberar lo primero permitiría subsidiar "la mesa" de las familias. El "modelo uruguayo", lo llamaban. La lógica impecable pudo haberse puesto en práctica en los cuatro años de macrismo, ese intento de gobierno de interés privado en el cual "el campo" quedó al mando del Ministerio de Agroindustria. La angurria y la nula visión política del sector hizo que la promesa nunca se cumpliera y que millones de argentinos y argentinas debieran encariñarse con la incertidumbre del día después: ¿se comerá, no se comerá?
Hoy, cuando la carne sube fuerte y el Gobierno busca disciplinar al sector con amenazas de corte de las exportaciones, se vuelve a hablar del "ciclo de cinco años". Un ternero tiene un tiempo de gestación de nueve meses, nos explican, y hacen falta al menos 18 más para que pueda ser faenado. Si la Argentina quiere ampliar la oferta, tiene que repetir el ciclo dos veces, lo que lleva unos cinco años. "Es la biología", señalan mientras a un pibe o a una piba de cinco años les pica la barriga.
El problema es que hoy se habla de cinco años del mismo modo en que hace cinco años se hablaba de hoy. Como se advierte, la aporía de los "cinco minutos o cinco años" tiene mucho de engaño.
«"En un plazo mínimo de cinco años, si se pusiera en producción la mitad del potencial de Vaca Muerta, la Argentina podría exportar hidrocarburos por una cifra equivalente en hasta dos complejos sojeros", dijo Nicolás Arceo.»
La misma también tiene mucho de pereza. Hace cinco años se lamentaba haber perdido cinco años para explotar la gran esperanza nacional: los yacimientos no convencionales de gas y petróleo de Vaca Muerta. Y hoy harían falta cinco años más para realmente ponerlos en valor. En el medio, saldos de petróleo y gas se exportan a Chile porque no hay ductos que traigan los productos al Gran Buenos Aires, la zona de mayor consumo. Para satisfacer esa demanda vacante, hay que importar gas natural y, sobre todo, licuado, mucho más caro y que, avatares internacionales mediante, saltó de los 8,4 dólares por millón de BTU del año pasado a 34 dólares el viernes.
Ese negocio de boludos tendrá fin cuando se finalice el gasoducto Néstor Kirchner, con terminal en Bahía Blanca. Si todo va bien, para el invierno del año que viene permitiría ahorrar nada menos que 1.000 millones de dólares en importaciones. Más adelante, cuando se lo concluya, ayudará a cambiar de raíz una ecuación absurda.
"En un plazo mínimo de cinco años y uno máximo de diez, en condiciones adecuadas, si se pusiera en producción la mitad del potencial de Vaca Muerta, la Argentina podría exportar hidrocarburos por una cifra equivalente en hasta dos complejos sojeros de la actualidad", le dijo a Letra P el consultor Nicolás Arceo, director de la consultora Economía y Energía.
Un cálculo propio y aproximado permite señalar que, con inversiones de orden de los 44.000 millones de dólares en los próximos cinco años, a los que habría que sumar unos 2.000 millones en infraestructura, la Argentina podría exportar alrededor de 35.000 millones de dólares anuales de petróleo y gas hacia 2027. Eso surge de considerar un barril de la variedad de crudo de Brent de 100 dólares.
El mismo cerró la rueda del viernes en la Bolsa de Londres a 107,93 dólares, pero el dato va mucho más allá del corto plazo. En el contexto de la invasión de Rusia a Ucrania, los especialistas en energía del banco de inversión Morgan Stanley elevaron sus previsiones de precios de 100 a 110/120 dólares para el tercer y cuarto trimestre del año, y de 95 a 100 para 2023. Con cotizaciones de Brent superiores a los 60 dólares por barril, las explotaciones de Vaca Muerta –de mayor costo que las convencionales– resultan rentables y la señal de precios de mediano y largo plazo parece apta para captar inversiones en cantidad.
Se engaña quien piense que las implicancias de la guerra en Ucrania terminarán cuando se dispare el último tiro. Si algo aprendió la Unión Europea de esta coyuntura es que debe independizarse del petróleo y el gas de Rusia, de los que depende en 30 y 40%, respectivamente. Esa reconversión requerirá de nuevas fuentes de oferta y, si bien el hallazgo de reservas no convencionales prolifera en diversas partes del mundo, las argentinas están ya detectadas y calculadas, así como a punto en base a tecnologías que han ido bajando los costos de extracción.
La guerra en Ucrania indica que la Argentina debe subirse ya, sí o sí, a la oportunidad de Vaca muerta, a riesgo de dejar bajo tierra para siempre una riqueza enorme.
Sin embargo, la conducta agresiva de Rusia –tercer exportador mundial de crudo– también acelerará los planes hacia una reconversión energética más radical, esto es hacia energías no fósiles. Ello hace que, con las debidas prevenciones ambientales, la Argentina tenga que subirse ya, sí o sí, a esta nueva oportunidad, a riesgo de dejar bajo tierra para siempre una riqueza enorme.
De lograrlo, el país podría decirle adiós a muchos problemas que hoy parecen no tener solución: la restricción externa, las reservas escuálidas que hacen del tipo de cambio un Ludo Matic, el cepo, la falta de divisas para que la industria se abastezca de insumos y partes importadas… El desarrollo, en definitiva.
La Argentina no es una mariposa moribunda y nada relevante se juega en los próximos cinco minutos de griterío, imposición de una dirigencia sin la más mínima vocación de generar una épica de la esperanza.
Lo clave son los próximos cinco años. Volver a hablar de esto en 2027 daría otra vez… inmensa pena.