Aunque pretendieron ungirlo candidato, Antonio Bonfatti no será de la partida en las próximas elecciones. Así se lo asegura el exgobernador santafesino y último presidente del Partido Socialista a su círculo íntimo: jura y perjura que cumplirá con su palabra. Mientras aguarda por la segunda dosis de la vacuna Sputnik V, el médico nacido en Las Parejas lamenta la falta de unidad del socialismo en Rosario, al tiempo que frunce el ceño cuando lo consultan por el sector del radicalismo que hace equilibrio entre el Frente Progresista y Juntos por el Cambio. Banca la candidatura para el Senado de Clara García, diputada provincial y última compañera de vida del exgobernador Miguel Lifschitz.
“Muchos no creían, porque se miente mucho en política, pero la campaña de 2019 fue la última de mi vida política”, le avisa a su entorno, que no dejó de consultarlo desde que el fallecimiento de Lifschitz sacudió el tablero político de su provincia. El propio intendente rosarino, Pablo Javkin, dejó trascender en aquellos primeros días de mayo sus intenciones de que Bonfatti encabece la boleta nacional, pero la respuesta fue siempre la misma. Aunque restan algunas jornadas para el cierre de listas, es un asunto cerrado.
Iniciando su séptima década de vida, el exgobernador prefiere que lo tomen como una especie de patriarca, un consejero aunque sin autoridad. Un Antonio Cafiero del partido de la rosa, dirán algunos. Desde ese lugar, aprueba la candidatura de Clara García, a quien entiende como una genuina representante del socialismo en el Frente Progresista. La diputada provincial deberá primero sortear la interna con su par Rubén Giustiniani, quien tejió un acuerdo con Javkin.
Bonfatti considera que se apresuran quienes consideran al intendente rosarino el jefe natural del Frente Progresista. Le reconoce habilidad en su acuerdo local para garantizar gobernabilidad (él también tuvo el Legislativo en contra, lo que superó con concesiones que hoy siguen teniendo consecuencias), pero para transformarse en líder -piensa- hacen falta otras cosas.
Regresando a su rol de consejero superior del socialismo, les dice a quienes lo consultan que, antes que presentar dos listas para el Concejo de Rosario, lo mejor para el partido hubiera sido la unidad. Considera un error la jugada unipersonal de Miguel Cappiello, cuyo sector perdió en la elección interna de abril pasado, lo que debió ser respetado. “Falta madurez”, suele repetir en los últimos días quien gobernara Santa Fe entre 2011 y 2015.
Cuando Bonfatti estaba por terminar su mandato en la Casa Gris, el Frente Progresista comenzó a sentir las esquirlas de la grieta. A principios de 2015, el radicalismo decidió acompañar al PRO en la candidatura nacional de Mauricio Macri y ya nada fue igual. Aunque a nivel provincial la alianza que logró doblegar al peronismo siguió firme, los chispazos se volvieron moneda corriente. Tras la muerte de Lifschitz, todo fue peor. El resultado es lo que se cuenta en Letra P: el nacimiento de la Unión Bífida Radical.
“Lamentablemente, hubo algunos que han puesto el pie en dos barcos al mismo tiempo. Esto no es bueno en política”, le dice el médico a quien quiera escucharlo. Para él, hay dirigentes que perdieron definitivamente la coherencia, un valor que considera fundamental, aunque reconoce que es un elemento cada vez más extraño en la política vernácula. “Que lo expliquen ellos”, devuelve cuando lo consultan por la actitud de algunas boinas blancas.