CUMBRE VIRTUAL

El Mercosur sufre la crisis de los 30 y espera tiempos mejores

Choque ideológico, falta de institucionalidad y caída del comercio. Con todo, el proyecto es irreversible y crucial. Desafíos de una promesa incumplida.

El presidente Alberto Fernández será este viernes el anfitrión de la cumbre del Mercosur convocada para conmemorar el trigésimo aniversario de la firma del Tratado de Asunción el 26 de marzo de 1991. La misma, que tendrá formato virtual dado el delicado momento sanitario que atraviesa la región debido a la segunda ola del nuevo coronavirus, contará con la participación de los jefes de Estado de Brasil, Jair Bolsonaro; de Uruguay, Luis Lacalle Pou; de Paraguay, Mario Abdo Benítez; de Bolivia, país aspirante al ingreso como socio pleno, Luis Arce Catacora; y de Chile, Estado asociado, Sebastián Piñera. Con el telón de fondo de la salida de Argentina del Grupo de Lima por el disenso sobre la suspendida Venezuela, la efemérides y la propia cumbre invitan a evaluar de los resultados y las carencias de un proyecto trascendente, pero cuyos beneficios lucen muy por debajo de los prometidos.

 

El encuentro comenzará a las 10 con un video que se emitirá desde el Museo del Bicentenario de la Casa Rosada. Fernández dará el primer discurso en su condición de presidente pro tempore.

 

Luego hablarán los otros mandatarios y, más tarde, el canciller Felipe Solá presentará el Estatuto de Ciudadanía del Mercosur, que establece, como producto de diez años de trabajo, los derechos de los habitantes de los países miembros, tales como las garantías a la libre circulación y residencia, empleo, seguridad social, educación, cooperación consular, comunicaciones y defensa del consumidor. El mismo facilitará la obtención de residencia cruzada y la posibilidad de trabajar y estudiar legalmente, así como acceder a la validación de estudios realizados en el resto de las naciones.

 

De acuerdo con un trabajo de Marcelo Elizondo, especialista en comercio e inversión internacional y director de la consultora DNI, “el Mercosur está (en tiempos normales y mas allá del accidente de 2020) entre las seis o siete mayores economías a nivel mundial, si se considera el PBI nominal de más de 2,5 billones de dólares producido por todo el bloque”.

 

“Posee las tres urbes más ricas, extensas y pobladas de Sudamérica –San Pablo, Buenos Aires y Río de Janeiro– y la selva tropical más grande del planeta: la amazónica. Además controla las mayores reservas energéticas, minerales, hídricas y petroleras del planeta”, continúa.

 

En lo productivo, se destaca por su preeminencia como proveedor de alimentos, ya que produce casi dos tercios de toda la soja del mundo y es el mayor exportador de carne vacuna y aviar, así como de hierro, maíz, café y otros productos.

 

La hora del balance

El Mercosur tiene un innegable valor comercial, en especial en lo que hace a bienes industriales que, por falencias de competitividad, le resulta difícil colocar en otros mercados. Con todo, en el caso de la Argentina, el intercambio con los socios se ha ido achicando con el correr de los años, lo que da cuenta de la crisis del bloque en lo que constituye su objetivo primario.

 

Según reseña Elizondo, las exportaciones nacionales a los demás socios fueron de apenas 10.010 millones de dólares el año pasado, una caída que superó las que tuvieron otras regiones y países como destino debido a las limitaciones de la pandemia. Sin embargo, el árbol no debe tapar el bosque ya que esa tendencia data de casi una década desde los récords exportados en 2011 y 2013, superiores a los 21.000 millones de dólares. Así, el país pasó de destinar al bloque el 29% de todas sus ventas externas a solo el 19%.

 

La crisis no es solo comercial. Para entenderla hay que empezar por admitir que la Argentina de la crisis macroeconómica perpetua es un elemento disruptivo para el proyecto. En efecto, su carencia crónica de dólares y su inestabilidad macro la llevan a administrar el comercio, esto es a pisar importaciones a través de mecanismos que muchas veces resultan irritantes para sus socios. Estos no son del todo ajenos a esas prácticas, en particular Brasil, pero nunca en la medida de la Argentina.

 

Brasil y Uruguay –con el acompañamiento más cauteloso de Paraguay– abogan por una amplia apertura del bloque, tanto en base a una reducción radical de su arancel externo común –masivamente perforado por excepciones, por otra parte– como a la firma de tratados de libre comercio con otros bloques y países. El problema es que no sobran los candidatos en el mundo pandémico y de globalización dolorosa, algo que aprovecha una Argentina necesitada de no desproteger su industria.

 

El acuerdo con la Unión Europea (UE), ya firmado, es el mejor ejemplo de eso. Francia, Irlanda, Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo, Austria y hasta Alemania han expresado reparos de diferente intensidad a su aplicación efectiva, aunque se han cuidado de justificarlos por la deforestación de la Amazonia, ante la que Bolsonaro hace poco y nada, y no confesar la verdadera razón: la resistencia de sus sectores agrícolas protegidos al ingreso de producciones mucho más eficientes. ¿Qué clase de libre comercio se propone entonces?

 

Esa diferencia sobre la medida en la que se debe abrir el Mercosur expresa la falta de sintonía ideológica actual de los gobiernos, nunca paliada por una institucionalización satisfactoria. En efecto, la suerte del club ha quedado librada desde su fundación a una suerte de diplomacia presidencial que, cuando funciona, facilita el trabajo que realizan los cuadros técnicos y diplomáticos, pero que, cuando no lo hace, convierte esos esfuerzos en una pérdida de tiempo y recursos.

 

Como se sabe, Uruguay y Paraguay son gobernados por el centroderecha, mientras que la ultra de Brasil contrasta fuertemente con el peronismo progresista de la Argentina. Así las cosas, el Mercosur hoy no funciona. Esas diferencias se expresaron el miércoles en el anuncio nacional de salida del Grupo de Lima, la reunión de halcones que pretende dar por tierra con el chavismo venezolano en base a sanciones económicas, acoso político y hasta amenaza militar. Salvo Uruguay, los demás miembros del Mercosur militan en sus filas.

 

Venezuela sigue suspendida en el ejercicio de sus derechos en el bloque, pero algo ha cambiado en el mundo que hace posible que Argentina salga del armario: la salida de Donald Trump de la Casa Blanca, que dejó huérfanos a esos gobiernos de línea dura, y la llegada de Joseph Biden, cuya política hacia ese país está en plena reelaboración a partir de la falta de resultados de la seguida hasta ahora. Allí ve la Argentina una hendija para trabajar en pos de una salida negociada desde el Grupo Internacional de Contacto (GIC).

 

Minimizada y maltratada como está, la integración es irreversible, algo que incluso relevantes sectores industriales brasileños debieron hacerle entender a un Bolsonaro siempre áspero con la Argentina que llegó al poder amenazando con romperla.

 

El bloque está en plena crisis de identidad. Nadie duda de que debe abrirse y buscar nuevos socios, incluso la Argentina, a la que le va la vida en incrementar sostenidamente sus exportaciones. La discusión es sobre la medida de esa apertura, sobre sus ritmos y sobre lo que se obtendrá a cambio. Esto es, que no se parezca a la boba de los años 1990, destructora de actividad industrial.

 

El Mercosur vive su crisis de los 30 años. Sin embargo, nada debe hacerlo dudar de que es un proyecto imprescindible para que, alguna vez, esta parte del mundo se desarrolle. Los tiempos mejores ya llegarán.

 

Javier Milei y Donal Trump, presidente electo de Estados Unidos.

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