Este lunes, 196 países dieron inicio en Glasgow, Escocia, a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 202 con sentimientos encontrados. El positivo: el mundo todavía puede actuar para revertir los efectos de la erosión del ecosistema. El negativo: no lo está haciendo. La ausencia del presidente de China -el país que más gases de efecto invernadero produce-, Xi Jinping; de su homólogo ruso, Vladímir Putin, y las tibias referencias del G20 sobre esta lucha así lo demuestran. Es un escenario difícil para una certeza que marca la actualidad mundial: no hay tiempo que perder en este desafío.
El encuentro retomará la agenda de la COP21, cuando se firmó el Acuerdo de París, que en su segundo artículo hizo un llamado para “mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2°C con respecto a los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento a 1,5°C”. Es por esto que no se buscarán nuevos objetivos ni nuevas metas, sino profundizar las medidas ya adoptadas y que, hasta el momento, no logran alcanzar los objetivos deseadas porque, como aseguró la propia ONU, a este ritmo, si no se reducen “las emisiones actuales a la mitad, el mundo asistirá a un peligroso aumento de la temperatura global de al menos 2,7°C”. Su propio secretario general, António Guterres, dijo hace unos días: “A menos de una semana de la COP26, seguimos encaminados hacia la catástrofe climática”. Como otros desafíos que enfrenta el mundo, la agenda ambiental debe pasar del dicho al hecho y, para ello, debe transitar un importante trecho.
Para dar este paso, la COP26 contará con una participación importante: Estados Unidos. Luego de la retirada ordenada por el expresidente Donald Trump del Acuerdo de París en 2017, el actual mandatario, Joe Biden, llega con iniciativas propias y un discurso centrado en el clima. De todas maneras, al cambio climático no podrá combatirlo una sola capital, por más poderosa que sea, y, además, su propio gobierno enfrenta serios desafíos internos que limitan su accionar. La participación de Biden y su incidencia en los anuncios finales de la cumbre serán un termómetro internacional para determinar si su agenda de “America is Back” -Estados Unidos está de vuelta- logra hacer mella en el mundo o todavía Washington y el mundo sufren los embates tardíos de un Trump derrotado, pero no acabado.
Por el otro lado, la cumbre enfrentará serias ausencias. Ni Xi Jinping ni Putin ni Jair Bolsonaro, el presidente brasilero anticiencia a cargo de la selva tropical más grande del mundo, ni el mandatario de México, Andrés Manuel López Obrador, ni su par de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, asistirán. Sus asientos vacíos serán una muestra de lo lejos que está el mundo de alcanzar un acuerdo discursivo y práctico para trabajar sobre uno de los asuntos más apremiantes de la historia mundial. Además, el documento final de la reciente cumbre del G20, realizada en Roma, no genera grandes expectativas. Los líderes de los países que producen el 80% de los gases de efecto invernadero apenas convocaron a actuar de forma “significativa y efectiva” y, si bien destacaron la importancia de detener las emisiones del contaminante gas metano, no detallaron un plan ni tiempos ni formas para lograrlo. “Me marcho de Roma con mis esperanzas insatisfechas”, dijo Guterres. Si abandona Glasgow con el mismo sentimiento, el mundo estará en serios problemas.
En esta nebulosa, la cumbre atenderá una serie de objetivos puntuales que se consideran decisivos para abordar la emergencia. Los primeros están relacionados con las acciones climáticas para alcanzar la meta de 1,5°C para 2030 y 2050. A este ritmo de producción, no se cumplirán y las consecuencias climáticas serán irreversibles. Los segundos están vinculados con las ayudas a los países en desarrollo, especialmente a través de un paquete de ayuda de 100 mil millones de dólares anunciado en la COP15 de Copenhague, en 2009, que, hasta el momento, no se cumplió. Este punto está atravesado por la discusión entre los países pobres que sufren la disyuntiva de haber sido los Estados que menos aportaron al cambio climático, pero los que más lo sufren y exigen ayuda para revertir esta situación a merced de los países ricos, que viven una disyuntiva al revés. Tercero, distintos tipos de acuerdos para desarrollar alternativas a las producciones de carbono, gas y petróleo, industrias altamente contaminantes.
Muchos países no estarán contentos, pero la cumbre climática recibirá un incentivo extra: la presión de la sociedad civil. Como contó Letra P desde Glasgow, al mismo tiempo de las deliberaciones estatales se desarrollan importantes manifestaciones que exigen tomar medidas. Además, a nivel mundial se registra un sostenido empuje de distintas organizaciones civiles y de diferentes movimientos juveniles que en recientes elecciones, como las de Estados Unidos y Alemania, encontraron resonancias políticas. En Washington, la retórica anticlimática de Trump dio paso al discurso ambientalista de Biden y las fuerzas verdes tienen casi asegurada su participación en el próximo gobierno alemán. Es decir, hay una importante cuota de la comunidad civil que estará atenta a lo que ocurra en Escocia, que genera importantes cambios en la política interna de sus respectivos países. Las decisiones que se adoptarán en el Scottish Event Campus no quedarán entre cuatro paredes. La “ira del mundo” será “incontenible” si la COP26 fracasa, dijo el premier británico, Boris Johnson, en la apertura de la cumbre, y advirtió: “Si Glasgow fracasa, todo fracasa”.
El mundo está observando lo que ocurre allí, porque está en juego su futuro.