Cuando asuma al mediodía hora de Washington de este miércoles, Joseph Biden pondrá en marcha en Estados Unidos lo que, de un modo más literal que político, podría ser definido como una revolución: un giro total para volver al punto de partida.
Esto es así porque, si los cuatro años turbulentos de Donald Trump significaron un interregno de populismo de derecha dura, el inminente jefe de la Casa Blanca buscará reencauzar a su país hacia modos no necesariamente mejores, pero sí más conocidos. Regreso a las viejas alianzas en Europa, ninguneadas en los últimos años; resolución de los grandes temas internacionales en coordinación con esos socios y ya no en base a un unilateralismo de primera opción; y un manejo más suave del conflicto dado por la emergencia de China como nueva superpotencia.
En ese marco, América Latina será, como siempre, apenas un pedacito de esa política exterior y la Argentina, todavía menos: para el gobierno de Alberto Fernández, el desafío es encontrar un lugar más o menos confortable bajo ese sol que puede resultar calcinante.
En teoría, los elencos de transición no pueden mantener contactos con embajadas extranjeras, pero se sabe cuál es la distancia que media entre el deber ser y la realidad. En ese contexto, la diplomacia nacional ha interactuado lo suficiente como para gestar buenas sensaciones respecto de lo que viene.
En el próximo trimestre, la agenda internacional de la Argentina girará en torno a las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Para cerrarlas con éxito será necesario el visto bueno del peso más pesado en el Board: el gobierno de los Estados Unidos.
Desde que la caótica transición estadounidense dejó en claro que la victoria demócrata era un hecho consumado, la acción de los principales organismos internacionales viró hacia las posiciones esperables por parte de la nueva administración. En el caso del Fondo, eso no implicó demasiado trabajo para su directora gerente, Kristalina Georgieva, quien, en el caso argentino, hace pocos días mandó a su vocero, Gerry Rice, a dejar sentada la visión compartida sobre un necesario “balance de políticas para restaurar la confianza, proteger a los más vulnerables, lograr la estabilidad y sentar las bases para un crecimiento sustentable e inclusivo”, no sin reclamar, para quien quiera oír, “un plan económico de mediano plazo”, tendiente a la estabilización macro. Esa y no otra será la postura del gobierno de Biden en el directorio de la entidad. El reto, en ese sentido, no es menor para Martín Guzmán, atenazado como está entre el Fondo y el mercado cambiario, a la derecha, y las necesidades electorales y las presiones del cristinismo, a la izquierda.
Otro foco de trabajo conjunto con Washington será la situación de Venezuela, respecto de la cual el Gobierno espera más pragmatismo que ideología y más articulación en la búsqueda de una salida negociada que sanciones sin fin y unilateralismo. He ahí una oportunidad para un rol activo de la diplomacia argentina.
Este último punto sería, si se concretaran las expectativas nacionales, representativo de lo mejor que podría esperarse de Biden: el regreso de Estados Unidos a instancias multilaterales que abandonó, avasalló o maltrató.
En la misma línea, sobre Cuba cabe esperar una distensión alla Barack Obama.
Un aspecto central del bidenismo también será relevante para la Argentina: el énfasis en la pelea contra el cambio climático. Esto le daría al país un canal más de acercamiento, en contraste con el Brasil de Jair Bolsonaro, quien no solo se plegó hasta último momento a las denuncias infundadas de fraude de Trump sino que es considerado un villano internacional por su laissez faire respecto de la acelerada deforestación de la Amazonia.
La Cancillería valora positivamente varios rasgos de Biden y su equipo, opuestos a la política de “te doy una, me das diez” de Trump y a las formas prepotentes de este.
Elenco
Para empezar, que el futuro presidente tenga una experiencia de casi 25 años de involucramiento en la política exterior de su país, primero como miembro y luego titular de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado –a donde llegó en 1997– y luego como vice de Obama, cargo desde el que desarrolló una intensa actividad en la materia, expresada en 16 viajes, en buena medida a América Central, donde el tema migratorio y sus causas, la violencia y las trabas para el desarrollo, centraron su prédica. Para bien o para mal, dadas las cosas que han pasado en el ínterin, a diferencia del magnate saliente, al menos sabe de qué habla.
Además, la diplomacia argentina rescata el perfil profesional y más dado al diálogo multilateral de los principales nombramientos que involucran a la región, casi todos con antecedentes en la era de Obama y hasta de Bill Clinton. Para comenzar, el del secretario de Estado, Antony Blinken, sucesivamente consejero adjunto de Seguridad Nacional y subsecretario de Estado en la anterior administración demócrata.
Por debajo de él, y en contacto directo con la región, estará Wendy Sherman, confirmada el último sábado como subsecretaria de Estado para Asuntos Hemisféricos. Otra obamista y clintoniana, que sacó patente de pragmática y moderada como negociadora jefa de su país en el proceso que llevó al acuerdo nuclear de 2015 con Irán.
El Palacio San Martín rescata, en lo que hace a las señales, algo más: la designación, la primera vinculada a la región, de Juan Sebastián González, un hombre nacido en Colombia, como director de Asuntos Hemisféricos del Consejo de Seguridad Nacional, todo un avance en comparación con uno de sus más cercanos antecesores, el hoy presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, el halcón cubano-estadounidense Mauricio Claver-Carone. En tiempos de Obama, González ocupó el cargo que ahora será de Sherman.
Más allá de responder al modelo de diplomático de carrera y de pertenencia obamista, González llevará diplomacia a un cuerpo en el que la política exterior es analizada en clave de, justamente, seguridad nacional. Así, Argentina lee que, después de los años de Trump, cuando la relación con América Latina pasó más por el Consejo que por el Departamento de Estado, con Biden el río vuelve a su cauce y el segundo recupera su vieja preeminencia.
Así se hecha a andar la administración Biden, la módica “revolución” que espera a los Estados Unidos.