Cada cuatro años, el martes siguiente al primer lunes de noviembre tiene una importancia particular para el mundo: Estados Unidos elige a su presidente. Es lo que ocurrirá en tres meses, cuando el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden disputen una ajustada elección. El magnate busca su reelección en un clima adverso y el ex vicepresidente de Barack Obama intentará llevar a su partido de nuevo al Salón Oval. La Argentina mira de lejos pero ansiosa, porque, aunque no vote, sabe que se definen cosas importantes para su futuro.
En política exterior hay una importante similitud entre los candidatos: la principal preocupación es la disputa con China por la hegemonía mundial. El resto de los asuntos parte un escalón por debajo de esa base, como América Latina y la Argentina.
El contexto nacional e internacional tendrá un rol protagónico. A la crisis sanitaria generada por la pandemia, con más de cuatro millones y medio de contagios y más de 155 mil muertes; se le suma la crisis económica, que provocó un desempleo récord del 14,7% en mayo, y la tensión social tras las protestas luego de la muerte del afroestadounidense George Floyd a manos de la policía. Quedaron muy lejos los sondeos de fin de año, que mostraban una casi segura reelección de Trump y hoy, al contrario, todas las encuestas lo muestran segundo. Su manejo irresponsable de la pandemia y de las protestas ponen en riesgo su victoria al punto tal, que la semana pasada difundió la idea de postergar las elecciones hasta después de la pandemia. Su escenario es complejo, pero esto no significa que la elección ya esté definida porque, como dicen, no está perdido quien pelea.
Como los dos hombres -EEUU deberá seguir esperando para tener una presidenta mujer- tienen posibilidades de ganar, los distintos países deben mantener un equilibrio entre la atención que demanda la elección y la imparcialidad política para evitar un posible favoritismo que luego sea derrotado. Como le ocurrió a Mauricio Macri, quien apostó por Hillary Clinton y quedó en offside ante la victoria de Trump. Es por esto que desde el Palacio San Martín le recomiendan a Alberto Fernández no pronunciarse hasta que el resultado sea definitivo.
En política exterior hay una importante similitud entre los candidatos: la principal preocupación es la disputa con China por la hegemonía mundial. Ambos coinciden en que Pekín es una amenaza a la supremacía de Washington y que la política internacional debe tener como objetivo la defensa de la superioridad estadounidense. El resto de los asuntos parte un escalón por debajo de esa base, como América Latina y la Argentina.
En diálogo con Letra P, el doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) Esteban Actis aseguró que el mundo vive una “bipolaridad emergente” entre estos países y explicó que “la principal variable de la política exterior norteamericana es la relación con Pekín y cómo seguir manteniendo la supremacía militar, económica y tecnológica global”. En este marco, afirma, América Latina “vuelve a tener una relevancia estratégica central para los Estados Unidos dada la influencia económica, comercial y financiera” del gigante asiático.
Esta disputa quedó en evidencia para la Argentina en dos aspectos. Por un lado, el acuerdo de Macri con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que contó con el apoyo directo de Trump, como reconoció su asesor Mauricio Claver. Esto guiará las futuras relaciones bilaterales porque, después del acuerdo con los acreedores privados, llegará el momento de negociar con el organismo y la Casa Blanca será un actor clave. La influencia de Washington en la deuda externa nacional es muy importante, como lo demuestra la nota del New York Times que asegura que el director ejecutivo de BlackRock, uno de los tenedores de deuda más duros del reciente acuerdo, Laurence Fink, aparece como posible secretario del Tesoro de Biden.
El otro aspecto es la elección por la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Rompiendo la regla tácita que indica que el puesto le corresponde a un latinoamericano, Washington presentó por primera vez a su candidato: Claver. Esto afecta especialmente a la Argentina, porque Fernández presentará a su secretario Gustavo Béliz, quien, hoy por hoy, no tiene serias posibilidades de ganar ya que el norteamericano contaría con los votos. Si Estados Unidos decide apretar las tuercas en lo que siempre reconoció como su “patio trasero”, la región perderá autonomía y el BID es un ejemplo.
Para Actis, la principal diferencia entre los candidatos se centra más en el cómo que en el qué, ya que ven a China como una amenaza y coinciden en los principales problemas de la región, pero difieren en la forma de resolverlos. “Con Biden, la agenda va a ser la misma”, afirmó y enumeró a la crisis venezolana, la cuestión migratoria y el combate del crimen organizado y el narcotráfico como puntos centrales, pero remarcó que el demócrata “puede intentar cambiar el enfoque” y “ofrecer más zanahorias que palos”. Ante las amenazas y el unilateralismo de Trump, Biden propone más diálogo y consenso.
Estas diferencias pueden parecer menores, pero no lo son. Biden es un hombre del establishment político que cree en el multilateralismo y en el liberalismo económico y propone afianzar las relaciones dañadas por el nacionalismo y el proteccionismo de Trump. Para la Argentina, que sufre una crisis económica profundizada por la pandemia, el espacio que pueda llegar a ofrecer una gestión demócrata puede ser importante para ordenar las cuentas y volver a crecer.
“Alberto Fernández no lo va decir, pero debe estar deseando un cambio de gobierno que permita tener otros interlocutores y pensar otras negociaciones”, afirmó Actis y analizó: “Si Argentina logra encaminar la deuda y hay un cambio en la Casa Blanca, la agenda bilateral recibirá un renovado aire”.
Faltan casi 90 días para las elecciones y, a pesar del optimismo demócrata, nada está definido. Argentina deberá esperar a que termine un juego que marcará gran parte de su futuro sin participar, pero atenta para adaptarse a las nuevas reglas que imponga su dueño, sea el nuevo pero conocido Biden o el ya familiar Trump.