Por “la libertad y la justicia”, contra el fantasma de “Venezuela”, la “Infektadura”, el “comunismo”, el “5G”, “Soros” y “las vacunas”, sobre todo aquellas que, decían algunas personas de las que concurrieron al “Banderazo nacional” del 9 de Julio, están fabricadas con “fetos de niños abortados”. Esto último es recurrente en las movilizaciones anticuarentena y es un (viejo) falso argumento de quienes se oponen al aborto alrededor del mundo. Entre las presencias estelares, la convocatoria alentada por referentes del PRO como Patricia Bullrich y Fernando Iglesias y de algunos comunicadores como Baby Etchecopar, se mezclaron jóvenes libertarios con pañuelos celestes de los antiderechos adaptados como tapabocas, personas mayores que protestaban contra “la chorra”, defensoras y defensores de los dueños de Vicentín y fans de las conspiraciones que militan contra la evidencia científica y niegan la existencia del covid 19.
“La misoginia violenta y organizada es un componente central de esta nueva derecha. De hecho, es mucho más importante que cualquier principio económico en todo el mundo." (María Esperanza Casullo, politóloga)
Más allá de su magra asistencia, este banderazo representa una especie de hito en la composición de una nueva derecha, más diversa y menos identificable con referentes tradicionales como Alejandro Biondini, Juan José Gómez Centurión o Cecilia Pando. La combinación de distintos actores sociales que se expresan con violencia y con demandas tan diferentes como extremas tiene sus frondosos antecedentes en la región y en el mundo y debe ser mirado con atención por la dirigencia y la militancia alineada con la defensa de los derechos humanos.
“La misoginia violenta y organizada es un componente central de esta nueva derecha. De hecho, es mucho más importante que cualquier principio económico en todo el mundo; la misoginia es más central que la agenda económica, porque no se les puede decir a los votantes ‘aspiramos a que sean aún más pobres’", sostiene la politóloga María Esperanza Casullo, autora de “¿Por qué funciona el populismo?”. Consignas como “con mis hijos no te metas” y fantasmas como la “ideología de género” resultan mucho más digeribles y pegan en el centro de los miedos de la sociedad.
En el libro "Políticas antigénero en América Latina: Brasil", Sonia Corrêa e Isabela Kalil analizan el triunfo electoral de Jair Bolsonaro y encuentran una combinación de la acusación de “comunismo” e “ideología de género” a partir de la movilización de miedos, pánico y repulsión. “En Brasil, ‘género como comunismo’ y viceversa fluctuaron libremente en el denso espacio cibernético de la campaña, cada uno de esos elementos alimentando la imaginación política y la adhesión de diferentes grupos de potenciales electores. Si la ‘ideología de género’ suministró el pegamento para juntar las muchas formas de ‘corrupción moral’, el ‘comunismo’ funcionó como significado de ‘cosas malas’ (corrupción, petismo, protección del Estado en detrimento del mérito) que van a ser ‘barridas’ al momento en que la administración, que se instala en enero de 2019, implemente sus políticas individualistas, de privatización y que son ampliamente favorables a las fuerzas del mercado”, explican.
El miedo, el llamado “pánico moral” por cientistas sociales que analizan el crecimiento de estos movimientos conservadores en la Argentina y en el mundo, se ve agudizado en tiempos de coronavirus. El biólogo especialista en neurociencia y autor del libro “Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión”, Pedro Bekinschtein, da cuenta de que “en los experimentos de laboratorio se ve que la ideología de derecha se asocia con una mayor reactividad a estímulos que producen miedo que no tienen contenido político” y, aunque no hay evidencia aún, sí “podría especularse con que las personas más reactivas al miedo, en una situación de pandemia donde hay una amenaza constante, pueden activar más fácilmente pensamientos de derecha y radicalizarse”.
No los une el amor sino el espanto sería una síntesis de lo que convoca en conjunto a estos grupos con muchos componentes antiderechos. “No tienen principios ‘positivos’ muy claros", sintetiza Casullo y amplía: “Uno puede pensar que una identidad política necesita ambas cosas: un principio de unidad positivo (quiénes somos, qué principios seguimos, qué historia común tenemos) y un principio de unidad negativo (qué nos diferencia del ‘otro’)”. El macrismo, agrega, está débil en el primer punto: “No tiene una historia heroica que reivindicar ni una memoria de una gestión con hitos exitosos ni una tradición intelectual. Entonces, necesita invertir el triple en el odio al otro porque, si no, se le disgrega la propia coalición”.
Aunque existen elementos en común con el bolsonarismo en lo discursivo, también hay diferencias sustanciales, dice Casullo. La combinación con la más pura tradición liberal argentina podría licuar un poco las expresiones más reaccionarias y convertir el celeste antiderechos rabioso en un disimulado gris menos fundamentalista religioso y más de derecha secular.
La necesidad de confrontar con ese “otro” está en el nudo de la reacción conservadora acá y a nivel global. En la Argentina es el antiperonismo, comparable, según Casullo, con “el Tea Party en 2010 en los Estados Unidos”: posiciones minoritarias, en principio, pero con muchísimo espacio en los grandes medios de comunicación. La preocupación, para la politóloga, no está en estos sectores dispersos de las marchas anticuarentena, sino en las élites que “son tanto o más ultras que sus bases”. Es que los puntos identitarios de las derechas actuales tienen una agenda común: “Antiinmigrante, antiislam y antigénero”. Por ahí, sostiene Casullo, van a pasar las disputas políticas de la próxima década.
La violencia política contra las mujeres, las reacciones de las iglesias evangélicas conservadoras y de las jerarquías de la iglesia católica en contra de los derechos sexuales y reproductivos, el surgimiento de nuevos líderes jóvenes “libertarios” asociados a los grupos globales antiderechos y el avance de estos sectores en los organismos internacionales forman parte de esta reacción conservadora que apela a los miedos para ganar seguidores. No tienen organicidad, pero sí objetivos en común. Correa suele hablar de procesos de “des-democratización” que, a diferencia de cambios autoritarios de régimen ya conocidos y de procedimientos formales de suspensión de las democracias, se trata de una erosión gradual del tejido democrático de la política que potencialmente transforma la arquitectura institucional de regímenes democráticos en simulacros.
Las defensoras y defensores de la democracia y los derechos humanos necesitan prestarles atención y pensar en cómo prevenir los avances que se vienen.