Busca su lugar en medio del fuego. Ochenta días después de asumir su cargo, Luis Basterra ya comprobó que le toca sentarse en una silla de alta tensión: en un país sediento de dólares, con una economía de perdedores en masa y en relación con un sector estratégico que le trae los peores recuerdos al kirchnerismo y resulta vital para la recaudación del Estado.
Gildo boy. Basterra es chaqueño, pero durante ocho años militó para la Formosa peronista de Insfran.
Nacido en Chaco hace 61 años, el ingeniero agrónomo Basterra fue seis años ministro de Producción de la Formosa xde Gildo Insfrán, ocho años diputado nacional y dos, vicepresidente del INTA. En él se puede ver la disyuntiva de un gobierno que busca al campo como aliado, pero le pide de entrada un esfuerzo mayor.
Los voceros del agropower ya lo bautizaron como un ministro sin poder, gobernado por la urgencia y subordinado a la disciplina fiscal que impone el jefe de Economía, Martín Guzmán. El hilo es delgado. Fernández no quiere pelearse con un actor fundamental y considera, a contramano del bolsillo de los sojeros, que la suba inicial que ordenó (de 24,5% al 30%) no fue un aumento sino una “actualización”. En Agricultura lo saben: si los quiere de aliados, Basterra necesita herramientas, pero las que tiene hoy no parecen suficientes para desandar una enemistad cargada de historia.
LA CARENCIA. Desde hace dos meses, la Casa Rosada busca subir las retenciones a la soja un 3% más, tal como fue autorizado por la ley de Emergencia sancionada en diciembre. Intenta, pero no puede. Para peor, en un contexto internacional que lleva a la baja de la cotización de la oleaginosa. De larga experiencia política y con relaciones con todo el arco opositor, el vegetariano Basterra es la cara de esa imposibilidad. Se decida o no la suba, su debilidad es también la del gobierno de Fernández. Puede hacerlo, aunque deberá enfrentar consecuencias, que no están claras.
Enfrente tiene la resistencia de un bloque de poder social y económico que ya dio muestras de su fortaleza y una dirigencia ruralista que, presionada por ir a un conflicto prematuro, se esfuerza por eludirlo. Según pudo saber Letra P, el cuadro que el ministro le presentó a la Mesa de Enlace ofrece bajar las retenciones al girasol, el maíz, al arroz, a las peras y a las manzanas. Pero todos lo reconocen: lo que marca el humor del agronegocio es la soja.
De Basterra se dice en todas las mesas que tiene cintura política, conoce el sector y busca el diálogo más amplio. De perfil bajo y operación subterránea, aparece corriendo desde atrás para evitar un conflicto. De su capacidad de negociación, también elogiada, todavía no pudo dar muestras. Sin embargo, hasta en el antikirchnerismo más rabioso le reconocen que habla con todo el mundo. Es habitual -sucedió en las últimas semanas- que se cruce con dirigentes de Cambiemos, incluso de los más críticos, y pueda entablar una charla sin dificultades.
Llegar a un acuerdo es otra cosa. Mandatado por Fernández, su preocupación principal es detectar el ánimo de los productores del interior, que animaron el conflicto de 2008 y hoy se mantienen alertas. No se inquieta tanto por los “Guardianes de la República” que militaron por la reelección de Macri o por la dirigencia que se incorporó al actual Juntos por el Cambio. El foco de inquietud es el humor de los chacareros no alineados, que no se ven representados por la Mesa de Enlace ni por el macrismo agrario. Cuando ese sector se cansa y sale a la ruta, puede ser tarde.
EL MINISTRO. Nestor Kirchner solía aludir con malicia a Javier De Urquiza, el radical santacruceño que fue su secretario de Agricultura y renunció en medio de la batalla con el campo: “A este -decía- lo tengo para saber lo que piensan ellos”, en alusión al ruralismo. Urquiza renunció el 20 de julio de 2008, tres días antes de que Alberto Fernández se fuera a su casa. La verdad era que, desde la árida Santa Cruz, era difícil dimensionar el poder del agronegocio. Carlos Cheppi no logró hacer pie, el temeroso Julio Cobos fue héroe por un día y llegó Julián Domínguez con el poder de ministro con ánimo de reconciliación. Ya la tensión mayor había sido resuelta. Pasó una vida, el macrismo quedó atrás y todos dicen haber aprendido, pero el conflicto está otra vez sobre la mesa. Hay diferencias, entre ellas, el discurso no confrontativo del Gobierno, muy diferente al que Cristina Fernández y su marido inauguraron contra los piquetes de la abundancia.
Lejos del estereotipo de De Urquiza, Basterra se convirtió en ministro a último momento. Había sido reelecto por tercera vez como diputado y sonaban otros nombres. Pero, según se dice, fue CFK la que intercedió para que un político se quedara con el cargo. Hoy, cerca del ministro afirman que la relación con el Presidente es muy buena, pero no tan fluida como debería ser en momentos de alta pirotecnia. “Si Alberto no pregunta, yo no lo llamo” es una frase que le atribuyen al chaqueño.
Basterra se inició en la militancia junto a Guillermo Estévez Boero en el Partido Socialista Popular, aquel político al que sus detractores acusaban de ser “socialista y estanciero”. Más tarde, cursó la escuela técnica del poder dentro del peronismo: hizo su carrera al amparo de Insfrán y conectó, de alguna manera, con el cristinismo. Ese último componente es el que perturba al ruralismo.
DOS CAMINOS. En el ministerio, el sucesor de Luis Etchevehere decidió cruzar trayectorias opuestas. Su jefa de gabinete es Diana Guillén, una funcionaria de carrera del Senasa que fue su titular 2013 y 2015 y recaló después en el Instituto Patria. El secretario de Agricultura y virtual viceministro es Fernando Echazarreta, un abogado que fue subgerente general de la Asociación de Cooperativas Argentinas y vicepresidente de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Acredita haber cursado agronegocios en Illinois y administración de empresas en el CEMA. En el sector agropecuario, afirman que Julián Domínguez incidió en su designación, así como en la del subsecretario de Gestión Administrativa, Julio Cesar Vitale, que fue coordinador del ministerio en 2010 y prosecretario administrativo de la Cámara de Diputados.
En la Mesa de Enlace, hay elogios para ese tipo de interlocutores, de los más afines, pero críticas para el secretario de Agricultura Familiar, Miguel Gómez, que proviene del Frente Agrario del Movimiento Evita y el Movimiento Nacional Campesino Indígena-Vía Campesina. Gómez expresa la línea de trabajo con movimientos campesinos y familias de agricultores que, desde hace años, sufren los desalojos en todo el país con el avance de la frontera agropecuaria y la expansión de la soja. Entre sus objetivos figura un programa nacional de entrega de tierras fiscales, el impulso a la regularización dominial, una ley nacional de emergencia que frene los desalojos y una reforma a la ley de Arrendamiento Rural.
Los sectores más duros de la Mesa de Enlace miran con recelo esa política que insinúa Basterra. Afirman que está “alimentando” una “quinta entidad”, en un intento similar al que hizo Emilio Pérsico entre 2012 y 2015, cuando la Subsecretaría de Agricultura Familiar tomó rango de secretaría. A ojos de los sojeros, el objetivo sería construir una base de sustento social combativa y alineada con la Casa Rosada con grupos que apoyaron al kirchnerismo en el conflicto de 2008. Mientras, afirman -no sin razón- que ese sector no es mayoría en el campo y no tiene capacidad de lobby, añoran la política del macrismo que los dejó sin aire y los arrinconó: la secretaría vio reducido su presupuesto y hubo despidos masivos. Recuerdan, también, que durante la gestión Dominguez (2009-2011) no tenían mayor espacio.
De cómo evolucione la relación con un campo heterogéneo, depende el equilibrio que el ministro pretende hacer entre la Bolsa de Cereales y los campesinos expulsados de su tierra.