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Durante las situaciones de crisis, los ciudadanos exigen más de lo habitual a sus representantes. El sistema político cuya función desde una perspectiva sistémica consiste en tomar decisiones que sean vinculantes para el colectivo queda expuesto a las demandas sociales y debe ser capaz de generar confianza. Las crisis representan verdaderos desafíos para los liderazgos políticos que se ponen a prueba y se someten al tribunal de la opinión pública.
Transcurridos ya siete meses del desembarco de la pandemia de COVID-19 en nuestro país, en líneas generales se pueden hacer algunas lecturas respecto de las percepciones ciudadanas sobre el accionar del Gobierno, de la Oposición y de otros actores que adquirieron relevancia en la coyuntura.
La ciudadanía ha reconocido la política sanitaria trazada por el Gobierno y ha acompañado al presidente Alberto Fernández en las políticas públicas tendientes a proteger a las familias y al empleo. Conforme el deterioro económico se fue acumulando y la crisis sanitaria se hizo más cruda, aparecieron naturalmente mayores demandas.
De la oposición valoró su rol en los primeros meses del inicio del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) pero luego se mostró crítica con sus movimientos envalentonados. Algo similar ocurrió con los medios de comunicación a quienes se cuestiona, desde los últimos meses, la falta de responsabilidad en la cobertura noticiosa. Respecto de los grandes empresarios y su compromiso con la recuperación de la Argentina, la visión siempre se mantuvo igual: la opinión pública cree que colaboran poco o nada.
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El cuadro actual de opiniones muestra un descontento generalizado que no está relacionado necesariamente con el desencanto hacia la dirigencia política- aún cuando muchos busquen presentarlo de esa manera- si no más bien con exigencias a todo el sistema social. En efecto, de nuestros estudios se desprende que la ciudadanía no sólo le reclama al Gobierno la resolución de los múltiples problemas derivados de la policrisis sino también colaboración a la oposición, a los empresarios y a los medios. Es un llamado de atención a todos aquellos que de una u otra manera están involucrados en este contexto.
Es cierto, sin embargo, que la principal responsabilidad recae en el Gobierno que es el que debe trazar la política social, económica y sanitaria. En este sentido, la gestión se ha mostrado sólida, por un lado, en su decisión de colocar al Estado como gran articulador de las relaciones sociales, consolidando así la centralidad de su rol en los momentos de crisis y, por otro, en la defensa de los intereses de los sectores humildes que han sido los más afectados por el desastre macroecómico que provocó la pandemia.
Con todo, también se encuentran falencias importantes. Se evidencia cierta incapacidad para contrarrestar y desafiar la agenda mediática que, por sus objetivos políticos y económicos, siempre le será adversa. Tal vez, el problema más importante para el Gobierno es que no logra deshacer las antinomias, maniqueísmos y dicotomías que realiza la oposición antiperonista y la prensa de referencia que simplifican el debate político y al mismo tiempo son muy efectivas para influir en la percepción de la realidad. Oposición dura y medios hegemónicos abroquelados constituyen un cóctel explosivo para los efectos cognitivos del público.
Al Gobierno le cuesta, en definitiva, disputar la construcción de encuadres. Se trata de estructuras mentales que conforman nuestra cosmovisión y funcionan como marcos de interpretación. Sin encuadres, observaba el sociólogo Erving Goffman, no se puede comprender el entorno.
Umberto Eco sostenía que desde niños experimentamos la necesidad cultural de escuchar cuentos que se mantiene a lo largo de toda nuestra vida. En eso debe trabajar la comunicación gubernamental. La ciudadanía espera que el Gobierno le cuente un cuento. Por eso, tiene que crear una narrativa, un encuadre, que sea capaz de transmitir confianza, esperanza e identidad. Hasta el momento parece tener dificultades en poder lograrlo.
Los griegos nos enseñaron que la política es, entre otras cosas, la interpretación de la vida en común. La comprensión del escenario actual no puede soslayar la construcción de un relato cuya idea descanse en la advertencia durkheimiana de que la sociedad no es sólo el conjunto de hombres y mujeres que la conforman y habitan si no, y ante todo, la idea que tienen de sí mismos.