La devaluación acumulada, que inició en 2018 y se profundizó en el post PASO, produjo una mini crisis en uno de los sectores más sensibles de la economía doméstica. Los molinos harineros, con Molino Cañuelas a la cabeza, empezaron a comunicarles a los panaderos que aquellos que se demoren en el pago del producto deberán cumplir con la deuda a precio dólar. Para Cambiemos, el precio del pan nunca fue prioritario, admiten en el sector, pero en plena recesión la posible disparada de los valores inquieta a la funcionarios del Ministerio de la Producción. Si bien la fabricación de harina está repartida en 140 compañías, Cañuelas tiene más del 23% del mercado, muy por delante del segundo, Lagomarsino.
El caso de la firma es tan particular como el bajo perfil y la multiplicidad de negocios de su CEO y dueño, Aldo Navilli. Una figura de la que, en parte, depende la viabilidad del acuerdo de precios que prevé establecer, de ganar, el candidato Alberto Fernández. La firma, un gigante con 21 plantas de producción en todo el continente, compila crecimiento parejo en las ventas con deudas millonarias: en marzo de este año, el Banco Macro pidió la quiebra de Cañuelas por una deuda superior a los 1.000 millones de dólares con decenas de entidades de bancarias, una de ellas el banco de los Brito.
Una de las plantas de Cañuelas.
Los Navilli empezaron en 1930 con un pequeño molino en la localidad cordobesa de Laboulaye y de allí fueron comprando compañías para establecerse como el principal exportador de harina de trigo del país y como el productor de casi el 30% del trigo procesado a nivel nacional. La crema del negocio la consiguió cuando en 2016 le compró siete molinos a la multinacional Cargill. “Aldo es apolítico”, cuentan los que lo conocen y admiten que es cultor de un perfil tan bajo que niega tener operadores políticos en los gobiernos de turno.
Así construyó un imperio que excedió al pan. Además de harina, aceites y galletas (fabrica los famosos 9 de Oro y las galletitas Paseo), tiene una planta que abastece de los envases que usan sus productos. Cuenta también con una fábrica de punta de panificados congelados (en Carlos Spegazzini) que provee a las estaciones de servicio de YPF y a varios hoteles de primera línea. A través de su esposa, es dueño de la marca de ropa Vitamina y maneja, vía sus hijos, la fideera San Agustín, la cadena de pizzerías La Pala y otra perla de un holding poderoso pero poco conocido: la Terminal Las Palmas, del puerto de Zárate. Su hija, en tanto, creó una marca de alpargatas de lujo (Chimichurri) que exporta en la región.
El crecimiento le permitió a los Navilli, además, edificar el Club de Golf de Cañuelas, que recibió una fecha del PGA Tour y hasta tener un country propio en Córdoba. Su problema, que ahora suma más daño luego de la última devaluación, fue el millonario pasivo: según cifras del sector financiero, le adeuda casi 40 millones de dólares al Banco Galicia, 55 millones al Nación y casi 25 millones al BBVA.
En 2017, con el rojo a flor de piel, intentó una jugada, un último recurso. Asesorado por el HSBC, JP Morgan, Itaú y UBS, la familia salió a buscar financiamiento en Wall Street para hacerse con 400 millones de dólares a cambio de un tercio del paquete accionario de Cañuelas. En 2018 se reunió Navilli con Facundo Gómez Minujin, CEO del Morgan, quien le aclaró que no era el mejor momento para salir a buscar capitales. En el sector harinero aseguran que “la empresa es un caso extraño, porque a pesar de la deuda, todos dicen que se cae pero sigue trabajando con sus más de 3.000 personas”.
Cañuelas será clave, según observan en el albertismo, a la hora de cerrar un hipotético plan de 180 días si es que el candidato del Frente de Todos es elegido presidente en octubre. Para el espacio, los rubros de aceites y panificados están apuntados como dos de los los más concentrados y son eje en el acuerdo para que haya una canasta sin subas por seis meses.