Réquiem para el chamán amarillo

Como parte del duelo post PASO, el Gobierno se alejó de Durán Barba, estratega de los triunfos de Macri y el PRO. Así, se expone no sólo a una derrota, sino al desafío de proyectar su identidad.

El duelo que debe elaborar el oficialismo no sólo carga con la categórica derrota en la Nación y en la provincia de Buenos Aires (además de otras provincias y numerosos municipios “propios”), sino con el apartamiento, en plena conmoción por los resultados, del libretista mayor de esa obra post 2001 plagada de éxitos y un amargo presente llamada “macrismo”, Jaime Durán Barba.

 

Además del desafío de intentar acomodarse a un escenario que casi nadie previó, con una gestión en retirada, y de presumir de la vocación de revertir o atenuar el margen de diferencia con el peronismo del Frente de Todos en un apretado calendario hacia las elecciones generales de octubre, la coalición gobernante tramita la orfandad de encuadre narrativo en el momento más aciago desde la fundación del PRO.

 

Antes de hacer renunciar al exministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, el presidente Mauricio Macri alejó de su entorno más íntimo a quien oficiaba de ecualizador político comunicacional, asesor de imagen y explorador demoscópico, funciones que el PRO combinó más que cualquier otra formación política en la Argentina. La paliza de las PASO consumió, así, dos figuras clave del elenco dirigente. Los relevos en Economía y, sobre todo, la distancia con el estratega del relato oficial son indicadores del desconcierto de una cultura política que, paradójicamente, se había expandido con la invocación del éxito presuntamente individual y de la riqueza familiar y personal de sus líderes como recurso de storytelling con el que apuntaló una seguidilla de triunfos en la Ciudad de Buenos Aires primero y luego en casi todo el país.

 

Las elecciones del 11 de agosto detonaron un coro de críticas a la labor de Durán Barba. Opinadores de grandes medios comerciales, ligados al Gobierno, pretenden explicar su derrota a partir de supuestas deficiencias metodológicas en las encuestas gestionadas por el oficialismo y en el consecuente análisis adulterado que habría hecho el consultor. Más directa, la diputada Elisa Carrió le endosó la culpa: “Vos estás acá para hacernos ganar elecciones, rajá de acá”, habría dicho.

 

 

 

Todo eso es algo injusto con Durán Barba. Si bien es cierto que este cultivó un perfil de hechicero de las imágenes como condensación de identidades y proyectos políticos superadores de las palabras -como sostiene Andrés Fidanza, autor del libro “El mago de la felicidad”-, y que la pose posmoderna y la producción estética fueron parte del ADN macrista desde sus orígenes hace 15 años (que capitalizó frente a la versión más hosca aunque semióticamente saturadora de los tramos finales delkirchnerismo), Durán Barba nunca creyó que la sociedad come aire.

 

En su libro “La política en el siglo XXI. Arte, mito o ciencia”, en coautoría con Santiago Nieto, Durán Barba escribió que “la política no es marketing, tiene que ver con valores, visiones de la vida, ilusiones y desvelos. Nos vuelve irracionales, incapaces de reconocer nuestros defectos y los méritos de los adversarios. Por eso es curioso que algunos candidatos crean que las elecciones son marketing, cuando los electores buscan en realidad un presidente, y no una caja de cereal (…) El ciudadano negocia su pequeña parcela de poder que le otorga el voto y apoya a quien le gusta y le parece que le conviene más. La publicidad es una herramienta importante de la campaña, pero confunde cuando no se encauza dentro de una estrategia política”.

 

Si algo muestra el voto de la sociedad argentina es que los efectos materiales y el imaginario asociado a las consecuencias más duras (empobrecimiento de la mayoría, endeudamiento y desempleo desfigurados por la filosofía oficial de darwinismo social) de las políticas aplicadas por el gobierno de Macri en estos años hallaron en la construcción de Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa y los gobernadores del peronismo un canal de interpelación y proyección a futuro que la coalición gobernante no ofreció. Para alguien con las aptitudes de Durán Barba en la producción de encuadres e interpretaciones para actuar políticamente, la combinación del descalabro económico provocado por sus clientes y su impericia política fue demasiado.

 

El conjunto de cuadros políticos e intelectuales del Gobierno (no sólo Durán Barba) cometió un grueso error de diagnóstico ante la candidatura de Alberto Fernández y la amplitud y la prudencia del armado opositor. Mientras Fernández eludió la polarización que alimentaron el macrismo y el kirchnerismo en los últimos diez años, el oficialismo se obstinó en extraer más riquezas de una grieta que luce reseca en el ánimo de los argentinos. Autocrítico, Durán Barba hoy reconoce que Fernández fue “un buen candidato al que no supimos interpretar”. Una vez más en la historia reciente, no es la comunicación lo que único que falló, o la estrategia de interpelación a la ciudadanía, sino algo previo e insustituible en una campaña eficaz: la economía y la política.

 

De hecho, Durán Barba ya había advertido en los primeros meses de este año sobre los estragos causados por la economía de Macri y sus funcionarios en la opinión pública. Esta advertencia, filtrada oportunamente a algunos periodistas, fue un cortocircuito en el triángulo que conformaba con Macri y el jefe de Gabinete y de campaña, Marcos Peña. Quizá adoptar a Durán Barba como chivo expiatorio intente purgar la conciencia de esos otros dos vértices por no escuchar la premonición del asesor, pero si la tendencia de las PASO es ratificada en las elecciones generales, el veredicto popular pondrá las cosas en su lugar y será una íntima y tardía revancha para Don Jaime.

 

En parte, esa reivindicación ya ocurrió de facto con las intervenciones grotescas de Macri y sus funcionarios y voceros más estrechos (Peña, la diputada Carrió) en las horas y semanas posteriores a las PASO. Frente al incendiario discurso de Carrió, que incluyó denuncias de fraude y amenazas de “condena” a “quienes informen sobre reuniones falsas”, Durán Barba recordó en su más reciente columna en Perfil que “en todos los países, cuando terminan las elecciones existen personajes marginales que alegan que hubo fraude, mientras los políticos republicanos aceptan que han perdido y que deben trabajar para tratar de volver al poder en el futuro. Saber aceptar el resultado favorable o contrario de las urnas es parte de la democracia”.

 

Sin el revestimiento narrativo de Durán Barba, el discurso oficial luce resentido, enajenado de la realidad y clasista (como bien observó Maristella Svampa en su balance de las PASO). María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta son perjudicados directos de esta etapa de sinceramiento brutal sin la red de contención retórica que Durán Barba tejió laboriosamente durante años. Tanto la gobernadora bonaerense como el jefe de Gobierno porteño lo reconocen de modo abierto a sus colaboradores.

 

Como señalaba entrevistado por La Izquierda Diario Gabriel Vommaro, coautor de “Mundo Pro. Anatomía de un partido fabricado para ganar” junto a Sergio Morresi y Alejandro Belloti: al partido de Macri&co. aún le falta arraigar su construcción identitaria pues, “más allá de cierta simbología”, es precisa la inserción “en alguna tradición, en algún tipo de familia discursiva".

 

Por ello, si no recalcula el hasta hace poco tiempo eficaz algoritmo entre fondo y formas made in Durán Barba, el PRO (tal vez en una eventual evolución postmacrista) puede perder mucho más que una elección. Lo que está en juego es su proyección futura, su encuadre identitario y, en consecuencia, su capacidad de interpretación y representación de un porcentaje nada desdeñable de la sociedad.

 

La moda de hacer leña del árbol caído y cancelar a los marcados con el sino del infortunio, que Durán Barba alimentó en sus momentos de gloria, hoy devora la fama del chamán amarillo sin cuyo oficio los cimientos de una de las grandes novedades de la política argentina de este siglo no se hubiesen sostenido durante más de una década.

 

Javier Milei con Cristina Fernández de Kirchner. 
Martín Menem discute con Cecilia Moreau. 

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