Sin la potencia electoral que en 2015 le dio las llaves de la Casa de Gobierno de la provicnia de Buenos Aires y que alcanzó para irradiar un triunfo arrollador en 2017, la versión bonaerense de Cambiemos encarnada en María Eugenia Vidal ajusta una minuciosa ingeniería de campaña para afrontar una elección que se vislumbra palo y palo. Con encuestas sobre la mesa que ratifican la paridad con el flamante candidato del post kirchnerismo, Axel Kicillof, la usina vidalista inicia el despliegue de un trabajo hormiga con una consigna clave: “Sumar voto a voto, por todos lados”.
La estrategia consta de tomar varios caminos. Uno, acaso el más difícil, en lo inmediato: empujar al presidente Mauricio Macri para que suba al menos tres puntos en el conurbano. Vidal necesita que, en esos terrenos donde la oposición pisa fuerte, los jefes comunales del oficialismo pierdan el menor caudal posible de votos. Apuestan a ganar, pero estiman que perderán votos en comparación con la última elección.
Del mismo modo, los candidatos en distritos opositores, los “sin tierra” que van camino a una derrota casi segura, deben, de todos modos, desplegar toda estrategia que permita sumar y arrimar lo que más pueda.
La estrategia de Vidal incluye, también, aprovechar el DNI kirchnerista de Kicillof para alimentar los fantasmas del populismo K y, sobre todo, la vuelta de la agrupación La Cámpora. Ahondar la grieta o, al menos, mantenerla en el centro de la escena. Todo, montado sobre el protagonismo de la gobernadora, abocada exclusiva y obsesivamente a la campaña en la provincia.
Las últimas encuestas que manejan en la gobernación bonaerense marcan un porcentaje que se acerca al 30% de intención de voto para Macri en el conurbano. La cifra es coyuntural y puede moverse de acuerdo a cómo termine el armado electoral del post kirchnerismo. Pero, en lo inmediato, obliga al oficialismo a engordar el número para asegurarse la base que dice necesitar.
Las encuestas del oficialismo ubican a Vidal tres puntos promedio arriba de Kicillof, pero cinco puntos abajo cuando se consulta con la boleta entera.
“Con dos o tres puntitos es suficiente”, dicen en La Plata, conscientes de que la cifra, aunque magra, es muy igual difícil de conseguir. Justifican la escasa ambición en una realidad: Macri nunca tuvo una intención de voto alta ni le sobró buena imagen. Ni siquiera cuando ganó la jefatura porteña.
Afirman que, cuando miden a Vidal con Kicillof, las encuestas no son mucho más amables. La gobernadora supera en tres puntos promedio al candidato peronista cuando se los mide solos, pero baja en cinco puntos aproximados cuando se los testea en boleta entera, es decir, acompañados de Macri y de Alberto Fernández y CFK, en fórmula presidencial, respectivamente.
La caída en la intención de voto del jefe de Estado, que además arrastra a la gobernadora, deja su huella en cada uno de los distritos de Cambiemos, por lo que se espera un menor caudal de votos distritales, aunque –creen- no lo suficiente para perder intendencias, salvo alguna excepción.
El problema de esta situación es que la diferencia de votos juega en contra de las candidaturas provincial y nacional, por lo que el pedido a los jefes comunales es que jueguen a fondo la campaña para rescatar votos del fondo de la olla. Perder lo menos posible comparado con la elección pasada.
La exigencia va también para los candidatos del oficialismo en distritos opositores, especialmente a los postulantes del PRO en el conurbano. La comanda, aunque reforzada, tuvo un primer capítulo en septiembre del año pasado, cuando la gobernadora encargó a su equipo que ordenara un foro de candidatos “sin tierra”, con la misma lógica del foro de intendentes de Cambiemos, donde, de manera mensual y con la exposición de un ministro invitado, se desarrollan encuentros para informarse y apropiarse de medidas de gestión que la mandataria pretende replicar en todos los distritos.
Vidal sabe que muchos de los candidatos en municipios peronistas del Gran Buenos Aires tienen nulas posibilidades de ganar, pero, si desarrollasen un trabajo minucioso, de hormiga, podrían aportar a la canasta que necesitan llenar entre todos para lograr la reelección y sostener a Macri en su mismo objetivo.
“Yo sé muy bien lo que es tocar el timbre de una casa y que no te conozcan, que te miren con desconfianza porque temen que les vayas a robar, que cuando te abran las puertas tengas que explicar que sos del equipo de Mauricio Macri. Pero nunca me di por vencida y, desde el primer día hasta el último, trabajé pensando en ganar”, arengó la gobernadora en marzo pasado cuando reunió a todos los pre candidatos en distritos opositores -sin excluir a quienes podrían disputar una interna- en la localidad de Monte para incentivarlos a jugar fuerte en una batalla que para muchos arrancará a pérdida.
La confirmación de la fórmula Kicillof – Verónica Magario también suma un condimento extra a la estrategia electoral. Conocedores de las pujas internas del peronismo y conscientes del deseo de poner el candidato o la candidata a la gobernación que tenían hasta la fecha los jefes comunales, los vidalistas aprovecharon esos tironeos, que finalmente concluyeron en la fórmula oficial, para alentar algunos rumores.
Vidal y los intendentes peronistas Cascallares, Insaurralde y Gray, el jefe del PJ bonaerense.
En charlas informales, los vidalistas se entusiasman en comentar la versión del enojo de los intendentes y el supuesto temor a la irrupción de los camporistas en el futuro gabinete bonaerense, si Kicillof ganara la gobernación.
De fondo, la idea es recrear la vieja pelea territorial entre peronistas históricos con los “jóvenes” camporistas que, alentados por el recambio ordenado por CFK cuando conducía el Estado Nacional, se animaron a pelear intendencias del PJ.
Así, dejan abierta la posibilidad a que algunos peronistas atrevidos se animen a fomentar el corte de boleta en favor de Vidal, una posibilidad que nunca puede ser descartada pero que no parece en lo inmediato que vaya a ser central para ninguna de los dos espacios que hoy pelean poder en la Argentina.