“Miren a los Estados Unidos: la economía vuela, tienen el índice de desempleo más bajo de los últimos 50 años (...) Algunos se dieron cuenta de que tenían que volver a generar trabajo industrial dentro del país para volver a generar riqueza”, dijo en mayo Cristina Kirchner durante una de las presentaciones de su libro, Sinceramente, al elogiar, aunque sin nombrarlo, a Donald Trump. Esta semana, después de un llamado telefónico cálido desde Washington y de un avance en los contactos bilaterales, fue el presidente electo, Alberto Fernández, quien decidió tratarlo con guantes de seda. “No promovemos un polo progresista en contra de” nadie, dijo en Ciudad de México en relación al próximo encuentro del Grupo de Puebla, la nueva movida progresista, en Buenos Aires. “Espero un buen vínculo con Estados Unidos”, agregó, evitando aludir a cualquier diferencia en un país donde eso es lo que se espera de un aliado progresista, dado que la idea estadounidense de erigir un muro en la frontera y repetidas declaraciones xenofóbicas generaron resentimientos fuertes. ¿Será posible una amistad política entre Fernández y Trump?
La idea de que la política debe empujar a la economía a partir de un liderazgo carismático; el objetivo de reindustrializar a los Estados Unidos frente al avance de China, incluso avasallando la independencia de la Reserva Federal, a la que le exige permanentemente que recorte la tasa de interés; el recurso al proteccionismo comercial; la alianza de clases; el pragmatismo y un lenguaje de tono populista parecen colocar a Trump, en la opinión de muchos, casi en el lugar de un peronista del norte.
Si de populismo se trata, el hombre que transformó el lazo tradicional entre el líder y las masas en una cuenta de Twitter incendiaria parece llenar muchos de los casilleros. Apelando a las categorías que María Esperanza Casullo despliega en su libro "¿Por qué funciona el populismo?", ese fenómeno se define por la existencia de un “mito”, una idea de “pueblo”, el señalamiento de enemigos, la traición a la patria por parte quintas columnas, amenazas exteriores y un discurso divisivo en torno a “nosotros” y “ellos”.
El de Trump es un lenguaje que cualquier presidente peronista puede entender fácilmente, incluso uno como Fernández, al parecer dispuesto a volver a transversalizar al movimiento e incluir formas discursivas más liberales.
Todo eso vive en Trump. “Hagamos grande de nuevo a Estados Unidos” (Let's Make America Great Again) es el mito. El pueblo, compuesto por los sectores dejados atrás por la globalización, es su interlocutor directo, con el que se comunica ya no desde un balcón sino a través de las redes sociales, sin intermediarios aborrecidos como la prensa. Esta y la oposición demócrata son parte de la traición interior, mientras que China, el comunismo, el terrorismo y los inmigrantes son la acechanza externa. Y todo es “nosotros” contra “ellos”.
He ahí un lenguaje que cualquier presidente peronista puede entender fácilmente, incluso uno como Fernández, al parecer dispuesto a volver a transversalizar al movimiento e incluir formas discursivas más liberales.
Hay, se sabe, populismos y populismos… Y el de Donald Trump es uno de derecha, ya que no es un presidente que haya llegado para desafiar en lo profundo un statu quo, que no discute la primacía del sector financiero sino que es parte de él, que no pretende distribuir progresivamente el ingreso y que redujo los impuestos a los más ricos. Pero el peronismo también puede entender esto, ya que algunas de sus versiones históricas, como la de Carlos Menem en los años 1990, no fueron ajenas a ese programa.
Si se lo juzga por sus actos conocidos, el hombre exige alineamientos totales. Rechazo total al chavismo, distancia prudente con China y alianza contra el narcotráfico y el terrorismo en clave de guerra. Como moneda de cambio, Trump le ofrece a Fernández elogios y sus buenos oficios para allanar la renegociación con el Fondo Monetario Internacional, lo que no es poco. Al fin y al cabo, una salida de ese entuerto también es de su interés, ya que fue él quien intercedió para que el organismo concediera el mayor préstamo de su historia a un país que apenas un año y medio más tarde se muestra insolvente. ¿Será, acaso con algún relajamiento de las conocidas exigencias de ajuste radical y reformas previsional y laboral?
El argentino pretende encontrar una avenida del medio que alcance para saciar al magnate inmobiliario. Sobre Venezuela, no dirá que sufre una dictadura, pero sí seguirá planteando que su gobierno es autoritario. La prometida salida del Grupo de Lima, la herramienta que busca esmerilar al régimen bolivariano, podría no ser tal y la membresía, mantenerse de modo solo testimonial. La búsqueda de una solución negociada en ese país en conjunto con el Grupo Internacional de Contacto tendrá como premisas la salida de Nicolás Maduro y el llamado a elecciones anticipadas y verificablemente libres. Los otros puntos de la agenda deberían ser más manejables.
Trump es un populista de derecha y, si tiene puntos de contacto (en estilo y discurso) con el peronismo, será, en todo caso, un peronista imperial. En algunas semanas o meses se sabrá si su consigna America First (“Estados Unidos primero”) resulta compatible con las terceras posiciones de los peronistas realmente existentes como Fernández, irremediablemente periféricos.