La agudización de la crisis social provocada por la devaluación post-primarias es uno de los temas que mayor atención suscita en el equipo de Alberto Fernández. Sobre todo, porque las variables económicas no frenan su caída y amenazan con sumergir a miles de personas más en la pobreza, lo que implica una latente conflictividad social y laboral. Bajo esa premisa, el presidente electo tiene tomada la decisión de colocar a Claudio Moroni al frente de un ente clave para contener ese foco de conflicto: el Ministerio de Trabajo.
Su muy probable designación, que sólo podría frustrarse para que ocupe otra función de igual o mayor importancia, implica que asumirá la delicada tarea de articular las políticas de empleo en un escenario de crisis con la muñeca necesaria para consolidar, en paralelo, al poder sindical como una base de apoyo y gobernabilidad.
La elección de este abogado, que en pocos días cumple 60 años, no es arbitraria. Al contrario, es un hombre de extrema confianza de Fernández e integra su reducido dispositivo de poder. De hecho, no hay día que no esté en funciones de transición con el gobierno macrista en el nuevo búnker del Frente de Todos, trasladado de la calle México, en San Telmo, a un edificio lujoso de Puerto Madero.
Ese grupo se completaba con Julio Vitobello y Claudio Ferreño, todos ellos dirigentes con los que Fernández trabaja espalda con espalda desde hace un cuarto de siglo y que también ocuparán lugares de máxima trascendencia durante el gobierno que empezará el 10 de diciembre. El esquema se complementa con Alberto Iribarne, un viejo sherpa del peronismo porteño con el que este grupo hizo sus primeras armas políticas.
Moroni en 2008, por entonces titular de la AFIP.
Moroni y Fernández se conocieron cuando transitaban juntos los claustros de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y trabaron una relación personal que rápidamente se proyectó a la escena política. El ex titular de la AFIP se convirtió en un alter ego del presidente electo en la construcción de su poder propio.
En imbricados enroques, Fernández y Moroni se alternaron puestos clave en los ministerios u organismos durante los noventa y, al llegar Néstor Kirchner a la Casa Rosada, volvieron a confluir con el sector de Iribarne, que en la década anterior había concentrado su poder en la Ciudad de Buenos Aires, de la mano de Carlos Grosso.
Apenas iniciado el gobierno de Carlos Menem, Fernández asumió la Superintendencia de Seguros de la Nación (SSN). Seis años después, Moroni lo reemplazó en ese cargo cuando al presidente electo pegó un salto a la provincia de Buenos Aires para sumarse al gobierno del entonces gobernador Eduardo Duhalde.
Durante ese tiempo, todos compartían largas horas en el San Juan Tennis Club, un oasis deportivo en pleno San Telmo, concurrido por buena parte del peronismo, donde el ascendente dirigente supo ocupar un cargo en su dirección.
En febrero de 2002, durante la presidencia interina de Duhalde, volvió a ese organismo para trabajar durante dos años hasta que fue designado como síndico de la Sindicatura General de la Nación (SIGEN), el organismo que debe controlar los pasos del Poder Ejecutivo. Como dato de color, los memoriosos recuerdan que durante su gestión, en consonancia con su pasión por la música, en particular la latinoamericana, la SIGEN abrió un espacio cultural propio que se nutrió de los abultados fondos artísticos del organismo y los abrió a consulta y exposición del público.
Durante el año y medio que separó su salida de la SIGEN y la renuncia de su jefe político al Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, Moroni dirigió otros dos organismo fundamentales antes de retirarse a la actividad privada: la Administrador Nacional de la Seguridad Social de la Nación Argentina (ANSES), donde reemplazó a otro ascendente dirigente como Sergio Massa, y la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), donde lo sucedió Ricardo Echegaray, que luego se mantuvo hasta el fin de la era kirchnerista.
DENUNCIA Y CENSURA. Su extensa trayectoria en la función pública, la misma que le daría el background fundamental para el cargo que lo espera después del 10 de diciembre, también lo proveyó de una mancha, no menor, surgida de su paso por la SSN. Una investigación de un ex funcionario del organismo lo señalaba como parte de una trama de supuestos acuerdos para transferir recursos a las aseguradoras por incidentes menores o inexistentes y, a la vez, habilitar el funcionamiento de empresas insolventes, en desmedro del Estado y de pasajeros de transportes de media distancia. La denuncia adoptó la forma de un libro, titulado "Saqueo asegurado" y escrito por Roberto Guzmán, el ex titular del Instituto Nacional de Reaseguros (INdeR), un organismo clave en la SSN.
El caso tomó estado público cuando el periodista Julio Nudler relató los hechos denunciados por el ex titular de INdeR. La nota fue inicialmente censurada por el diario Página/12 y provocó un escándalo político.
Lo cierto es que la causa judicial contra los directores del INdeR, que no incluía a Fernández ni a Moroni, trascendió sin pena ni gloria y fue cerrada sin procesados. Cerca del presidente electo señalaron que el caso se trató de "una serie de notas periodísticas y un libro plagado de errores" pero se abstuvieron de hacer mayores comentarios, considerando que "no corresponde discutir con dos personas que no están en condiciones de defenderse".
Finalmente, en abril del año pasado, se cerró el INdeR, un cuarto de siglo después de que se ordenara su liquidación administrativa.
LOS VÍNCULOS. Tal como anticipó Letra P, el nombre de Moroni sonó desde un primer momento para ocupar la cartera laboral, producto de su conocimiento profundo de las áreas que involucran la negociación con los sectores empresarios y de trabajadores, pero también por conocer quién es quién en el mundo sindical. Durante su paso por la AFIP, el abogado conoció a Héctor Daer. Por entonces, el líder de Sanidad impulsaba la creación de una tarjeta de compras para los beneficiarios de planes sociales, que les descontara el IVA en los productos de primera necesidad.
El actual secretario general de CGT le acercó esa propuesta que no prosperó por los tiempos políticos pero que inició el acercamiento entre ambos. La relación entre ambos se fortaleció después por el fanatismo que comparte por Huracán, que durante años los juntó en la Comisión Directiva del club de Parque Patricios.
"No tengo dudas de que el próximo ministro de Trabajo va a ser Claudio Moroni". dijo el propio Daer, esta semana aunque aclaró que la central obrera que codirige no lo colocó en ese puesto. En esa línea, otro integrante de la cúpula de CGT evaluó como "muy positiva" la posible designación del hombre de Fernández pero negó que haya habido una comunicación formal.
"El que pone a los ministros es Alberto Fernández", se atajó Daer. Es una verdad a medias, ya que una de las exigencias que puso la CGT para cerrar filas con el próximo presidente fue tener opinión vinculante en la designación del futuro ministro de Trabajo, algo que por los visto se cumplió.