Nadie en el seno de Juntos por el Cambio hubiese imaginado a Mauricio Macri en el medio de la Avenida 9 de Julio, de espaldas al Obelisco, gritando a viva voz, pidiendo el voto y encabezando un acto tradicional, con desfile de personas coreando su nombre, bombos, cánticos y hasta choripanes. Ni durante un acto en Boca Juniors, ni en una campaña porteña, ni en ninguna pelea electoral. La derrota por más de 16 puntos frente a Alberto Fernández trastocó todo los planes del oficialismo, pero, fundamentalmente, los proselitistas.
En el oficialismo nadie tampoco duda de que Macri es el líder del espacio ni pone en cuestionamiento su capacidad de movilización. Pero ni el más pesimista de los dirigentes amarillos hubiese apostado a que el Presidente renunciaría a las banderas históricas de campaña del PRO y se sumergiría a un acto político tradicional. El Presidente mezcló épica con un mensaje destinado a su núcleo duro, al tiempo que reforzó su perfil de outsider.
En la previa del 11 de agosto, el oficialismo apeló a su experimentado manejo de herramientas tecnológicas para encarar la campaña con la microsegmentación y la plataforma de voluntariado Defensores del Cambio como estrellas del proselitismo digital. Hubo poca presencia en las calles, discursos cortos, se esquivó la épica y se posicionó a la polarización con el kirchnerismo como la viga maestra de la campaña, un diseño a la medida de lo que siempre trabajaron el jefe de Gabinete y de campaña, Marcos Peña, y el asesor Jaime Durán Barba. Pero no alcanzó y las urnas castigaron al oficialismo con una dura derrota en la Nación y en la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof le sacó más de un millón de votos de diferencia a María Eugenia Vidal, presente pero ausente en el Obelisco: la gente coreó su nombre, pero ella no subió al escenario y el Presidente no la nombró.
El Gobierno hizo borrón y cuenta nueva desde las PASO. No cerró los libros de marketing y Big Data, pero los puso un estante más abajo en la biblioteca de campaña que, pese a las críticas, todavía custodian Peña y Durán Barba. En cambio, los textos que tomaron lugar son los de la política tradicional: con el nacimiento de la gira del #SíSePuede, Macri apostó la mística, la calle, el abrazo y el calor humano, que, a pedido del Presidente, deben estar "si o sí" en cada marcha. Este sábado, quiso ir caminando los 100 metros que separaban el vallado del escenario para cruzarse con la gente que lo esperaba.
¿La búsqueda de épica es un triunfo del ala política? ¿Un barajar y dar de nuevo? Después de las primarias de agosto y ante la espiral inflacionaria y la escalada del dólar que sacudió al Gobierno, los popes de Juntos por el Cambio sublimaron los roces internos para caminar en unidad la campaña hacia el 27 de octubre. Se tomaron dos decisiones electorales: esperar hasta fines de septiembre para arrancar la campaña con cierta paz cambiaria y, desde la calle y con recorridas por 30 ciudades en 30 días, apostar a un efecto contagio que aumente la participación y logre forzar un ballotage. Para muchos dirigentes del Gobierno existe chance de lograr "el milagro", mientras otros apuestan a que Macri haga la mejor elección posible para quedar firme en el redil político si el 10 de diciembre tiene que dejar la Casa Rosada.
Quienes tributan en este último grupo destacan el mensaje del Presidente en cada marcha, destinado a consolidar a un electorado propio que, por ahora, nadie logra aglutinar o cosechar dentro de Juntos por el Cambio. Pero este sábado, en la 9 de Julio, hubo doble núcleo duro: del lado de adentro de la alianza, Peña, Hernán Lombardi y Miguel Ángel Pichetto fueron los que tuvieron mayor protagonismo; afuera, en la calle, furiosos cánticos contra la candidata a vicepresidenta por el Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner. "Presa, presa, presa", cantaba la multitud que se acercó a respaldar a Macri, que esquivó esos cánticos y se limitó a escuchar.