El nuevo pedido de auxilio al Fondo Monetario Internacional, que no puede tener una resolución inmediata y del cual el déficit cero es la prenda de cambio excluyente, apunta a asegurar, a través de un anticipo multimillonario de desembolsos, el pago de todos los vencimientos de deuda del año electoral. Sin embargo, aunque se descuente que el reclamo será atendido y aunque Macri haya hecho pública este martes una charla telefónica en la que recibió el respaldo de Donald Trump, el mercado parece ciego y sordo.
Los inversores siguen por ahora el mismo camino que en mayo, cuando se acudió por primera vez al organismo, y que en junio, cuando las esperanzas estaban centradas en el ingreso de 15.000 millones de dólares frescos. También lo ocurrido tras el reemplazo de Federico Sturzenegger por el más hábil Luis Caputo. Las señales han sido incesantes y el resultado, invariablemente negativo.
Las explicaciones sobre el comportamiento del “mercado” son siempre ex post y muchas veces buscan racionalidad donde no la hay. De hecho, muchos jugadores se preguntan hoy qué más hace falta.
Será que la recuperación de la confianza depende de un combo complejo de pruebas de amor, difíciles de alcanzar a esta altura. Más cuando el tendal de heridos es impactante: según el Financial Times, uno de los grandes fondos internacionales que acudió a cada llamado de Caputo, Franklin Templeton, perdió 1.230 millones de dólares solamente en las últimas dos semanas por sus colocaciones en papeles nacionales. La anorexia por el riesgo argentino durará bastante, parece, tanto como la necesidad de mantenerle colocado al país el respirador artificial de FMI.
El primer escollo es político. No se le escapa a nadie que el Dujovne que viajó a Washington para negociar el rescate 2.0 con el Fondo es un funcionario desgastado, cuyo nombre estuvo en todas las especulaciones de reemplazos durante un fin de semana en el que los rumores partían del corazón del propio Gobierno. Al final se quedó, como Marcos Peña, resistido por los inversores, y el único cambio fue la “compactación” del gabinete, según la definición presidencial. Un elenco compacto, sí, pero cerrado sobre sí mismo, sin figuras independientes, radicales o incluso peronistas que le dieran algo más de volumen.
Estas dudas de tipo político tienen un corolario de mediano plazo: ¿el debilitado proyecto que es Cambiemos será visto de aquí a un año como electoralmente competitivo? Porque, en la lógica del mercado, ¿si no es Macri, quién? ¿El "populismo" de nuevo? Estas preguntas pesarán más en el ánimo de los inversores cada día que pase.
A nivel estrictamente fiscal, si la gran apuesta oficial para cerrar la brecha es la imposición de retenciones a todas las exportaciones hasta fines de 2020, la insuficiencia de esa señal constituye una segunda explicación de la actitud hostil del mercado ante el que, se supone, es “su” gobierno.
El reproche apunta, en este sentido, a que el esfuerzo recaiga una vez más en el sector privado y no en el gasto público, sin que quienes cuestionan eso presten atención a que buena parte del mismo está atado al pago de salarios, jubilaciones y pensiones que nadie en su sano juicio querría deteriorar más para no correr el riesgo de que el incendio pase de la macro a la calle.
"No se le escapa a nadie que el Dujovne que viajó a Washington para negociar el rescate 2.0 con el Fondo es un funcionario desgastado, cuyo nombre estuvo en todas las especulaciones de reemplazos durante un fin de semana en el que los rumores partían del corazón del propio Gobierno".
En tercer lugar, el propio esquema parece un llamador para que los exportadores eviten liquidar sus divisas todo el tiempo que les sea posible. Al establecer como imposición una suma fija en pesos por cada dólar exportado (4 en el caso de las materias primas, servicios y manufacturas de bajo valor agregado; 3 para los productos industriales más sofisticados), cuanto mayor sea el tipo de cambio, menor será la alícuota efectiva que pagarán. Maliciosos, muchos recuerdan que, en el momento del anuncio, quien acompañaba a Dujovne era el secretario de Hacienda, Rodrigo Pena, a quien atribuyen un rol central como asesor de Martín Lousteau en los admitidos cálculos erróneos que dieron lugar a la crisis de las retenciones móviles en 2008.
Arnaldo Bocco, director del Departamento de Economía y del Observatorio de la Deuda Externa de la UMET, le dijo a Letra P que “al establecerse que la recaudación será a través de una suma fija en pesos, el exportador puede especular con el tipo de cambio. En la medida en que este suba, la recaudación resulta porcentualmente menor”.
En efecto, por poner un ejemplo, los $4 por dólar que deberá tributar un exportador de granos son un 10% con un tipo de cambio de $40, pero si este bajara a $35 la retención subiría al 11,42%. Inversamente, si la cotización trepara a $50, el tributo caería al 8%.
Cuarto, en estrecha relación con lo anterior, se advierte que la solución impositiva de hoy puede ser hambre para mañana. Por un lado, porque su fijación en pesos por dólar exportado será pronto licuada por una inflación que en los papers internos del Ministerio de Economía se proyecta ya en el 42% este año. De hecho, ese argumento es el que, sin disimulo, Elisa Carrió y el radical Mario Negri esgrimieron en público para contener la irritación del sector rural.
“Las metas que se están estableciendo son dibujos muy poco serios, porque si bien trascendió que había un borrador que daba cuenta de una inflación del 42% y una caída del Producto del 2,4% para este año, y de un crecimiento cero para el que viene, es absurdo hacer proyecciones sin tener previsiones reales, no borradores, sobre cómo va a evolucionar la economía. ¿Cómo saben que van a tener un déficit primario cero al final de 2019 sin saber cuánto va a ser el Producto Bruto Interno o la inflación?”, se preguntó, en diálogo con este portal, el profesor de la Universidad Nacional de Avellaneda Mariano Kestelboim.
“Es bastante difícil llegar al objetivo de déficit cero. Si miramos la historia, muy pocas veces en los últimos 40 años la Argentina tuvo equilibrio fiscal. Y si agregamos que en este caso sería en un año electoral es más inédito aún”, añadió Amílcar Collante, economista del Centro de Estudios Económicos del Sur (CeSur).
Así las cosas, en quinto lugar, no pocos economistas denuncian que Dujovne sobreestima el potencial recaudatorio de las nuevas retenciones, lo que, de ser cierto, pondría en duda el logro de los objetivos que en estas horas le está prometiendo al Fondo, llamativamente ambiciosos para un año electoral.
“Si en un documento interno, el Ministerio de Economía habla de una caída del Producto del 2,4% este año, cabe suponer que la recaudación de IVA y de Ganancias va a reducirse. De hecho, la recaudación siempre baja más que la economía en una recesión”, explicó el economista de la UMET.
De la mano de eso, y en sexto lugar, surgen dudas fuertes sobre el realismo de la meta de equilibrio fiscal para el año próximo.
“Veo que no es sustentable y, peor, el FMI lo ve”, advirtió Bocco.
La premura oficial por aplicar los nuevos derechos de exportación hizo que el Gobierno los aprobara por decreto. En el mismo, llamativamente, además de establecer los mencionados $3 y $4 por dólar exportado, se menciona una alícuota máxima del 12%. ¿Será que abre la puerta a un ajuste del gravamen a partir de otro decreto en caso de que, justamente, lo producido por este le resulte insuficiente?
Hablar de decreto lleva al séptimo problema: el debate sobre la legalidad de la medida. Para Economía y la Casa Rosada, con ese instrumento basta para que las retenciones se pongan en marcha. Sin embargo, es fuerte la idea de que el tema debería pasar por el Congreso, acaso con su inclusión en el proyecto de Presupuesto 2019. Mientras, se especula con que un simple amparo judicial podría poner al Gobierno en serios apuros y convertir las promesas a Christine Lagarde en papel mojado.
“El Gobierno tiene calculada una recaudación de $280.000 millones en 2019, pero todo eso puede ser objetado judicialmente”, estimó Bocco.
En octavo lugar, los economistas heterodoxos ponen en duda que el déficit fiscal sea el mayor problema de la economía argentina. En esto, claro, los liberales se ponen en la vereda de enfrente.
Entre los primeros, Leandro Ziccarelli, coordinador del Observatorio Monetario-Financiero del CEPA, le explicó a Letra P que “hay un error de diagnóstico o de prioridades, porque los funcionarios están obsesionados con bajar un déficit fiscal que ya está en niveles bajos. El verdadero problema hoy no es fiscal sino externo: los dólares que faltan, no los pesos del déficit”.
“Creo que van a fondo con eso porque pretenden adelantar los desembolsos del FMI, pero el problema principal se va a dar el día en que se acaben esos dólares”, agregó.
En la misma línea, Kestelboim señaló que “el fiscal es un problema muy importante, pero no es el principal que tiene el país. El problema más importante es el de la cuenta corriente”, es decir que son más los dólares que salen que los que ingresan.
“Recordemos que en 2000 y en 2001 hubo superávit fiscal primario, 1,2 y 0,2% respectivamente, y eso no implicó ninguna mejora. Al contrario, empeoró mucho todo, lo que es lógico en una economía, tanto aquella como la actual, en la que el nivel de actividad va cayendo porque el consumo se comprime mucho debido a las altas tasas de interés y la inflación”, le dijo a este medio.
El analista financiero Christian Buteler no opina igual. “La reducción del déficit fiscal es una de las medidas principales, uno de los principales drivers para revertir este momento. Lo que ocurrió en 2001 fue que no nos creían que íbamos a lograr el equilibrio y por esos se cayeron los créditos (del FMI). Es como en todo castillo de cartas: sacás una y se te viene todo encima. Eso es lo que pasó. Más allá de eso, creo que es la medida que se necesita: no gastar más que lo que ingresa, sobre todo para no depender tanto de los mercados internacionales”.
“La realidad es que en los últimos dos años no tuvimos déficit cero ni mucho menos y, mientras recibíamos muchos dólares, no hicimos los ajustes a la velocidad que había que hacerlos. Si se los hubiese hecho, esto no habría pasado. Ahora bien, el déficit financiero también es importante y no hay que dejarlo de lado, pero es un segundo paso. Una vez que se logre el déficit primario cero, hay que ir al financiero cero, pero con lo primero ya se da la señal de un país mucho más ordenado”.
El especialista alude a una diferenciación conceptual que es necesario tener en claro para entender por qué caminos pretenden llevar al país Macri y Dujovne.
El resultado fiscal primario es el saldo de los gastos y los ingresos sin considerar el pago de deudas. Si los primeros superan a los segundos, para financiar ese déficit se puede apelar a la emisión de dinero o al endeudamiento. En tanto, el resultado financiero sí incluye los gastos en pagos de intereses o capital de deuda.
“Hasta fin de 2019 hay que hacer frente a pagos de deuda por 47.000 millones de dólares, contando todo tipo de vencimientos. Una gran parte de eso se puede renovar, dependiendo de las condiciones de mercado. Sacando eso, habrá que contar con entre 12.000 y 15.000 millones de dólares. El Gobierno exagera cuando habla solamente de 2.000 millones”, calculó Bocco.
“El Gobierno está obsesionado con achicar el déficit primario, pero mientras siguen endeudándose en dólares y devaluando de manera feroz, todo ese esfuerzo fiscal se licúa y el déficit financiero vuela”, acotó Ziccarelli. La coherencia del programa financiero oficial, esto es cómo hará el país para honrar la deuda, algo para lo que depende enteramente del FMI, es el noveno problema que ve el mercado.
La insuficiencia de dólares es un drama estructural de la economía argentina. Cuando esta crece, la industria demanda más insumos y partes extranjeras y los consumidores, más bienes finales. Allí es cuando los dólares escasean y cualquier plan de desarrollo queda estrangulado. Los períodos de fuertes vencimientos de deuda convierten ese problema, la llamada “restricción externa”, en uno mucho más limitante.
La receta del Fondo es que el dólar suba todo lo que tenga que subir hasta que el país reduzca sus importaciones al mínimo posible y hasta que los argentinos pierdan las ganas de hacer turismo en Europa y Estados Unidos; juega con el fuego de los efectos sociales del ensayo. La recesión es parte consustancial del modelo de un organismo sobre el que, hasta hace poco, se discutía vanamente si había cambiado sus viejas recetas. En paralelo, con un dólar caro las exportaciones deben crecer.
“La corrección es por las malas. La cuenta corriente va a ir cerrándose porque se achica la economía. La devaluación hace que caiga el salario en dólares e inevitablemente que caigan las importaciones. Seguramente, en los próximos cuatro meses la balanza comercial tenderá a un déficit cero. Pero hay que considerar que se incrementó el pago de intereses (de deuda) ya que el stock es más alto: el país tomó cerca de 90.000 millones de dólares en dos años”, explicó Collante.
El contexto descripto, de fuerte incertidumbre, hace que, si bien el saldo comercial tiende a mejorar, la dolarización de carteras siga siendo un problema severo: como se ve día a día, la demanda de dólares para atesoramiento no cede. He ahí el décimo inconveniente de la hora, el más inmanejable.
“La dolarización tiende a exacerbarse en un contexto de extrema desconfianza y baja credibilidad del Gobierno. Sin estabilizar tipo de cambio, todos los cálculos que podamos hacer solo duran semanas”, dijo Collante.
“Esta ya es una crisis política y de confianza y no hay una solución mágica para volver a la normalidad. Recuperar esa confianza perdida no es sencillo y realmente no sé si va a alcanzar con las medidas que se anunciaron”, se sinceró Buteler.
La película de la turbulencia permanente promete nuevos episodios.