Mucho se ha dicho, en estas horas, acerca del último discurso de Mauricio Macri. Ya llegará el momento de los análisis detallados, pero, mientras esperamos que el tiempo nos permita adoptar una posición analítica más clara, avancemos con algunas apreciaciones.
Sabemos, por estudios anteriores, que es imposible no comunicar y que la comunicación es un proceso que excede lo que se expresa verbalmente. También sabemos que, como lo propone Mario Carlón —docente e investigador dedicado al estudio de la televisión—, los procedimientos mediante los cuales es construido un discurso mediático no ficcional tensionan de diferentes formas el estatuto de ese acontecimiento. Recuperando estos axiomas detengámonos en dos aspectos que, en el discurso en cuestión, establecen una diferencia significativa respecto de las anteriores intervenciones presidenciales: el modo en que se expresa el dispositivo de la puesta en escena y la dimensión retórica que se asume.
Sobre el primer punto, advertimos que todos los mecanismos empleados —esto es, todo el proceso de semiotización puesto en juego— parecen ubicar el “mensaje” de Macri, manifiestamente, en el lugar de un discurso presidencial. Si, por ejemplo, comparamos los dos últimos discursos del Presidente, las diferencias no tardan en aparecer: desde la duración (de tan sólo 1´40´´ a casi media hora) hasta el emplazamiento (se pasó de una toma al aire libre en la Quinta de Olivos a una detallada escenografía interior ubicada en el Salón Blanco de la Casa Rosada), pasando por un complejo entretejido de elementos no lingüísticos.
La estetización de la puesta en escena recargada de símbolos patrios, el cambio en el grado de formalidad de la vestimenta, el cuidado trabajo sobre el comportamiento kinésico que se evidencia en la postura corporal, así como en la prolija conexión entre lo que se dice y el empleo de los gestos ilustradores que acompañan y acentúan o el recurso de los silencios y el manejo de los tiempos de la enunciación son sólo parte de una larga lista de elementos que podríamos, por caso, considerar.
Toda puesta en escena es, ineludiblemente, una puesta en sentido, y viceversa; así lo señaló el semiólogo Eliseo Verón en El cuerpo de las imágenes. En este caso, se trata de una puesta en escena que no se muestra pero tampoco se esconde del todo.
A diferencia de otros discursos presidenciales del escenario político local, no se ven las cámaras ni otros recursos de la maquinaria mediática, ni aparece el público que presencialmente acompañó a Mauricio Macri durante su alocución. Y, sin embargo, en cierto modo el absoluto control de todos los elementos que componen la transmisión parece evidente: nada quedó librado al azar; esta vez no tuvo lugar la retórica de la improvisación, la transparencia, la alegría y la espontaneidad, habitual en la estrategia comunicacional de Cambiemos. Claramente, ya no estamos ante el Macri “breve, seco, [y] sin cadena nacional” que tan bien describe José Luis Fernández al analizar el mensaje anterior del presidente.
Y si no estamos ante este breve y seco Macri, significa que nos encontramos ahora con otra construcción de la propia imagen del Presidente que, paradójicamente, parece ubicarse en el terreno de la “vieja política”, esa que fue y sigue siendo blanco de críticas del gobierno actual.
Lejos de aquella espontaneidad que caracteriza a la comunicación de gobierno, lo que sucedió en el discurso de este lunes, en términos del enunciado lingüístico-verbal, da cuenta de una recurrencia a los componentes esenciales del discurso eminentemente político: podemos fácilmente distinguir momentos tanto descriptivos como didácticos, prescriptivos y programáticos.
De este modo, el Presidente describió el estado de situación e identificó sus causas (“los argentinos llevamos décadas de crisis recurrentes”), adoptó una posición pedagógica (“voy a explicarles por qué estamos pasando lo que estamos pasando”), señaló el camino a seguir (“debemos madurar como sociedad y no seguir viviendo por arriba de nuestras posibilidades”) y se comprometió a futuro (“vamos a reforzar los programas alimentarios en todo el país”).
Por su parte, la apelación a los sentimientos se evidenció tanto en el contenido verbal como en las cuidadas expresiones faciales y gestuales. Prueba de esto es la metafórica alusión a la propia emoción y la relación con momentos personales traumáticos (“les voy a hablar desde el corazón”, “estos fueron los peores cinco meses de mi vida después de mi secuestro”), o la expresiones de empatía con la vivencia popular (“sé perfectamente todas las cosas que deben estar pensando y sintiendo, y las sé porque yo también lo siento”).
Analizar los acontecimientos con escasa o nula distancia temporal, tal el caso de estas páginas, nos obligan, so pena de caer en una postura futurológica, a observar, cautelosos, las pequeñas transformaciones de las que el discurso de Mauricio Macri es objeto. En este sentido, aún no es posible saber si estos cambios en los rasgos centrales de la estrategia de comunicación de gobierno son del orden de lo excepcional ante una coyuntura de crisis económica e institucional o si, por el contrario, forman parte de una nueva trayectoria.
Gindin es becaria del CONICET-Centro de Investigaciones en Mediatizaciones (CIM) / Universidad Nacional de Rosario (UNR).
Raimondo Anselmino es investigadora del Conicet, UNR, Centro de Investigaciones en Mediatizaciones (CIM) e Irep (Pograma de Investigación Industrias Culturales y Espacio Público, UNQ).