“Hemos logrado evitar una crisis que podría ser mucho más grave todavía”, definió a Letra P uno de los inquilinos de la Casa Rosada cuando el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, participaron de una inusual conferencia de prensa desde el consulado argentino en Nueva York para aportarle a la administración de Cambiemos el oxígeno necesario para atravesar la etapa más crítica del tercer año de mandato de Mauricio Macri.
La ampliación del crédito otorgado hace dos meses por el FMI fue anunciado como un puente financiero para los próximos dos años, con una mirada de mediano plazo, que no se condice con las urgencias que se respiran en Balcarce 50, donde la definición de “mediano plazo” gira en torno a los recursos políticos y económicos que tendrá el Gobierno para transitar el último trimestre de 2018.
La demostración de esa soga corta radica en la incertidumbre que respiró el elenco presidencial durante las últimas tres semanas: el tránsito lento y tortuoso que transitó Macri hasta obtener una heterodoxa señal del organismo internacional durante este miércoles, desde la sede consular criolla en la Gran Manzana, con la comunicación de una decisión del staff del Fondo, que deberá analizar el directorio del organismo, aunque por ahora se desconoce la fecha de realización de ese debate.
El dato confirma la gravedad de la fragilidad económica del gobierno argentino, que en estas últimas tres semanas redobló sus esfuerzos para arrancarle al organismo internacional una serie de gestos inusuales que, en caso de fracaso, podrían haber arrastrado con parte de su staff.
En ese hiato silencioso radican los contornos de la crisis que los voceros oficiales consideran “superada”, con un optimismo que no se condice con la hoja de ruta que le espera al derrotero económico nacional para los próximos meses: una recesión superior a los seis meses y las desconocidas consecuencias que tendrá la decisión oficial de secar el mercado de billetes, frenar la emisión e imponer un cerrojo de acero sobre el gasto público, tres componentes que traerían calma a los mercados y al establishment financiero global pero que anticipan los ingredientes de un final de año que estará signado por una alta conflictividad social, tanto en los territorios golpeados por el ajuste como en los trabajadores asalariados y desocupados, cuyos ingresos continúan depreciándose ante una inflación que podría superar el 43% anual.
Dentro de esa angustia contenida radica el alivio que los escuderos presidenciales eligen amplificar. Lo hacen desde que Macri partió hacia Nueva York para participar de la 73° Asamblea de las Naciones Unidas, pero con una agenda concentrada en contener el escepticismo de Wall Street y cosechar el auxilio del FMI, donde la última palabra no depende de Lagarde sino de la acción de oro que posee Estados Unidos a través del subdirector del organismo, David Lipton, que ha ejecutado las instrucciones de la Casa Blanca con la misma eficacia que pusieron los funcionarios del Departamento del Tesoro para atender las urgencias de Buenos Aires.
Hasta la mini gira de Macri y Dujovne en Mahattan, buena parte del entorno presidencial volvió a vivir días tan amargos e inestables como los que comenzaron a quitarle el sueño al Presidente luego de la primera corrida cambiaria de mayo.
El funcionario que se animó a hablar sobre una crisis evitada siguió los anuncios desde Nueva York como si aguardara el desenlace de una película de suspenso, una actitud similar a la que adoptó buena parte de los habitantes de Balcarce 50 durante los últimos diez días, cuando la mayoría desconocía que ya estaba programada la partida de Luis “Toto” Caputo de la presidencia del Banco Central en un enroque que algunos interpretan como “una desprolijidad inesperada”, mientras otros la describen “como una ofrenda, en el momento justo, a los funcionarios del FMI”, que ya habían puesto el grito en el cielo por los métodos que utilizó para contener la estampida del dólar.
La serie de gestos políticos y económicos destinados al Fondo no pasan por los acercamientos personales de Macri con Lagarde, sino en la cesión técnica de la conducción de la política monetaria a través de su nuevo presidente, Guido Sandleris, y del diseño de la macroeconomía, que corre por cuenta casi exclusiva de Dujovne, legitimado en Nueva York como el principal interlocutor del Fondo. Tanto, que el Presidente eligió llamarlo “mi ministro de Economía”, cuando en los papeles sigue siendo el titular de la cartera de Hacienda, con un ascenso que no pasó de los amagues y quedó obstaculizado por una crisis política que empeoró con la estampida del dólar.
Resta saber si los espaldarazos financieros que cosechó Cambiemos en Manhattan le alcanzan a sus principales referentes para atravesar una crisis económica que preanuncia seis meses de estancamiento, recesión e inflación. Será un cierre de fin de año que no se condice con las señales esperanzadoras que la Casa Rosada buscará construir, sin ninguna iniciativa política que se aleje del déficit cero, una norma impuesta por el Fondo que alcanzó para evitar una crisis aún peor, pero que pesa como una lápida para los arquitectos electorales del oficialismo, que en la intimidad siguen dudando sobre la capacidad de Macri para llegar sin daños a las elecciones del año próximo.