EL PACTO CON EL FMI

Dame todo el poder: Dujovne, ¿súper ministro de Macri o virrey de Lagarde?

Su influencia creció al calor de la crisis económica. La directora del FMI es su principal respaldo ante un Presidente dubitativo.

No fue en la tarde de este martes, después del cierre de los mercados. Tampoco el miércoles, cuando el presidente Mauricio Macri  ya esté de regreso de su viaje a Estados Unidos. Ni después de eso, cuando se espera el anuncio de la ampliación del Stand-by con el Fondo Monetario Internacional, que, al menos, podría haber ayudado a pasar el mal trago. Menos el viernes, cuando el fin de semana habría permitido digerir mejor la mala nueva. La decisión de Luis Caputo de cerrar del modo más ruidoso posible la puerta del Banco Central detrás de sí expresa su disconformidad terminal con la actual política económica y, en paralelo, consagra al gran ganador de una puja que mantenía desde hacía varias semanas: el ahora sí súper ministro Nicolás Dujovne.

 

La tirria entre ambos, se ve, llegó demasiado lejos. Un trader de corazón como Caputo no podía ignorar el impacto que tendría la noticia justo cuando estaba por comenzar la jornada financiera. Por eso, en la Casa Rosada primaba, incluso algunas horas después del anuncio, la confusión sobre el modo de presentarlo. Algunas fuentes filtraban que fue Macri quien decidió eyectarlo; otras hablaban de un divorcio de mutuo acuerdo. “Toto no se sentía cómodo con el acuerdo (con el Fondo) y tampoco estaba bien en términos personales (con el Presidente). Fue un poco y un poco”, dijo una de las segundas. Resulta lo más creíble: ¿acaso Macri podía tomar unilateralmente una decisión tan delicada como echar al segundo presidente del Banco Central en tres meses y medio, algo que pone en cuestión tanto su palabra como la coherencia de su administración, apenas horas después de haberle asegurado a la comunidad financiera de Nueva York que todo iría sobre rieles?

 

La velocidad a la que la cotización de los funcionarios sube o baja en la consideración del Presidente es reveladora de la confusión que impera en el Gobierno. Tras el primer acuerdo con el Fondo, en junio, Dujovne fue llamado, tal vez con cierto apresuramiento, “súper ministro” económico, aunque la verdad es que su poder recién estaba en construcción. Tras eso, a principios de este mes, durante el fin de semana de furia que dio lugar a la jibarización del elenco de gobierno, estuvo con un pie y medio afuera y solo lo salvó la resistencia de Macri a darle a Carlos Melconian la suma del poder: el Ministerio de Hacienda más el Banco Central. Lo mismo que ahora, urgido, le entrega a Dujovne.

 

Las miradas retrospectivas conllevan el riesgo del autoengaño: esos repasos siempre generan la ilusión de una racionalidad, de una sucesión de pasos lógicos.

 

Hace meses que a Dujovne se le fue despejando el camino. La salida de Federico Sturzenegger sacó del medio a su principal rival interno. El final de Juan José Aranguren le evitó tener que seguir lidiando con un guardián implacable de la rentabilidad de las empresas de energía y un yihadista de los ajustes tarifarios. El eclipse de Marcos Peña y la defenestración de Mario Quintana, por último, le limpiaron toda supervisión y mediación con Macri.

 

Pero su ascenso dentro del elenco presidencial fue más contingencia que estrategia y sus mejores aliados, la grave crisis financiera y económica que atraviesa el país y el salvavidas que, a su modo, le arroja el Fondo Monetario Internacional.

 

 

 

Dujovne fue el encargado de ejecutar una de las políticas acordadas en junio con el organismo: la reducción del déficit fiscal. Y ésa es la única que el Gobierno no incumplió. Las demás (inflación, reservas, tipo de cambio) se volvieron papel mojado en un abrir y cerrar de ojos. Eso le ganó la confianza de Christine Lagarde como su interlocutor argentino más confiable.

 

Caputo, en cambio, fue el mal alumno. Su vocación de trader lo llevaba a intervenir para, al menos, contener la suba del dólar en las ruedas más dramáticas, pero el Fondo le ataba las manos de varias maneras. Por un lado, con la exigencia de dejar volar la divisa todo lo que el mercado quisiera; por el otro, autorizando una venta acotada de reservas (en buena medida, prestadas por el organismo) a través de un sistema de subastas que Caputo sentía inocua. Las ventas directas desagradaban al staff técnico del FMI y, para realizarlas, había que pedir autorización día a día.

 

El nuevo súper ministro compartía el rechazo del Fondo por el interés de Caputo en usar reservas para frenar al dólar. La fuga total del adelanto de 15.000 millones de dólares enviado por el organismo hace tres meses terminó financiando, en parte, la salida de fondos de inversión con los que, se supone, el ex titular del Central tenía afinidad. Sorprende que las desconfianzas de parte de la sociedad y de la oposición política sobre el rol ambiguo de quien, además, fue el gran “empapelador” de deuda de la gestión Cambiemos, hayan permeado en el Palacio de Hacienda y en Washington.

 

 

 

En tanto, las rebeldías de Toto, a quien Lagarde acusaba de prometer una cosa un día y hacer lo contrario al siguiente, eran percibidas por Dujovne como trabas a la renegociación del Stand-by de junio.

 

Ya el 3 de septiembre, tras ser ratificado in extremis tras ese fin de semana de furia en Olivos, Dujovne se sorprendió de que Caputo se bajara a último momento de la comitiva que iba a iniciar el diálogo en Washington. Seguir de cerca la marcha del mercado era una excusa casi creíble, pero la negociación recayó en el titular de Hacienda y en el número dos del BCRA, Gustavo Cañonero, quienes asumieron los compromisos en materia monetaria que, supuestamente, aquel debería ejecutar.

 

Así las cosas, Dujovne se convierte en el hombre más poderoso de un gobierno en crisis. El apoyo del Presidente, se vio tres semanas atrás, es voluble. Esto hace que su verdadera base de sustentación provenga del FMI, la entidad que, definitivamente, tiene intervenida la economía argentina.

 

Dujovne gana terreno y se erige en súper ministro, pero, a la vez, no deja de ser una suerte de virrey de Lagarde. El poder hacia adentro del Gobierno parece ser debilidad hacia afuera. Una síntesis del presente nacional.

 

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Javier Milei

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