La escena es bizarra. El ex ministro de la Alianza y el kirchnerismo Gustavo Béliz se abraza con Juanse, de los Ratones Paranoicos, con música de fondo en medio de una concurrida premier cinematográfica. La sala de cine del shopping DOT albergó el martes último a hombres y mujeres de negocios, políticos y artistas, todos convocados por el empresario multi-rubro Hugo Sigman. El jefe del grupo Insud, aficionado al celuloide, produjo la película El Ángel, que cuenta la vida de Carlos Eduardo Robledo Puch y fue dirigida por el talentoso Luis Ortega.
Congregó Sigman a los Sielecki, de Elea; a Alberto Álvarez Saavedra, de Gador; al economista Martín Redrado, al gestor cultural y dueño del ND Ateneo, José “Pepe” Albistur; al ex ministro de Salud Ginés González García, al “Vasco” José De Mendiguren y a dirigentes políticos opositores como los camporistas Mariano Recalde y Wado De Pedro. En los pasillos se colaron algunos temas económicos, quejas por deudas del Estado con laboratorios y hasta una preocupación por los efectos que puede tener el acuerdo Unión Europea-Mercosur a nivel propiedad intelectual de los remedios.
Boudou, en los años de buenas migas con Roggio.
Pero la vedette fueron las bromas nerviosas por el tembladeral que produjo en el Círculo Rojo el escándalo de los cuadernos del chofer de Roberto Baratta, ex mano derecha de Julio De Vido. “Qué quilombo, ¿no? Esto no tiene fin y no es bueno para nadie. Es una razzia peligrosa”, comentó un CEO a otro. El primero de ellos había estado hacía unas horas en la Casa Rosada, de café con un funcionario de rango alto, uno de los que llega a Macri. Se enteró allí de que en el Gobierno el shock de corrupción dividió aguas, porque eran pocos los que creían que una serie de escrituras de un remisero pondría a declarar a los que jamás pisaron los palacios de tribunales. “Es el sueño cumplido de Néstor y Cristina”, se rió un tercero, mientras pasaban a ver la obra del mayor asesino serial de la historia argentina. El país sin CEOs que pensaron los Kirchner en el candor de la contienda con Clarín, Techint y la Asociación Empresaria Argentina (AEA) se había producido gracias a las malas artes de sus propios funcionarios y de una burguesía nacional que se confirmó corrupta varios años después, en pleno gobierno de los CEOs.
Algunas horas después, el juez Claudio Bonadio citó a declarar e imputó a Luis Betnaza, mano derecha de Paolo Rocca en Techint, y luego convocó a prestar testimonio a Aldo Roggio, el jefe de la constructora que, además, opera el subte porteño a través de Metrovías. Dos de los barones más importantes del núcleo de poder económico habían pasado del poder intocable a la vulnerabilidad del posible delito. Antes, Ángelo Calcaterra, primo del presidente de la Nación y ex dueño de la firma IECSA, se presentó espontáneamente y declaró haber pagado efectivo para las campañas políticas del kirchnerismo. Bonadío le cumplía el sueño a la líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, que los persiguió en su momento de menor poder. Y hasta manifestó públicamente el desprecio para con Rocca, sólo cedido cuando el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, intentó meter por la ventana a una empresa china en la mega obra de los gasoductos cordobeses. “Antes que los chinos, prefiero a Paolo, y eso que no es santo de mi devoción”, les dijo a sus pares legisladores cuando trataron el tema, en el año 2016.
Betnaza, mano derecha de Rocca en Techint, declaró dos veces ante Bonadio.
Todos estos acontecimientos generaron psicosis en el Círculo Rojo. La sensación de que el poder político dejó de controlar acontecimientos judiciales. No por pericia pro transparencia, sino, más bien, por el descontrol propio de una evidencia múltiple que va más allá de la estéril discusión que se intentó trazar respecto al origen de los cuadernos Gloria del Oscar Centeno, el chofer escritor. Naturalmente, la patria contratista argentina da la pelea en silencio y no se olvida de los daños. La comidilla que más ha corrido, en la búsqueda de razones, es que el cuaderno gate se inició con una filtración guiada por la brasileña Odebrecht, la misma firma que puso un CEO quebrado, Marcelo Odebrecht, para darle inicio a la Lava Jato. Una vendetta de la constructora, que encontró el momento justo para no quedar sola en el delito de coimas.
Parte de la confusión de los empresarios en medio de la razzia tiene que ver con qué ningún funcionario les puede garantizar qué pasará en el corto plazo. Macri fue concreto: “llegar hasta donde sea”. Los que se preocupan son los que manejan las licitaciones: el ministro del Interior, Rogelio Frigerio; y sus pares de Transporte, Guillermo Dietrich, y de Energía, Javier Iguacel. “El tema es que los empresarios que hay son estos, no hay más”, confesaron ante Letra P en el entorno de uno de los ministros. Pelean internamente para subirles el ánimo de cara a las próximas compulsas, como la de corredores viales. Es que la mayoría de los que participaban están seguros de que perderán negocios a manos de las multinacionales, no afectadas en este caso por las esquirlas del Cuaderno Gate.
Calcaterra, saliendo de Comodoro Py. El primo de Macri está investigado por pagos de IECSA, firma que luego le vendió a Mindlin.
Mientras los nervios invaden la cabeza de los CEOs, el Presidente deja jugar hasta donde dé, a riesgo de que la razzia simulada termine no sólo afectando los niveles de actividad, sino colapsando a la burguesía nacional con denuncias de fondos buitres que ya miran los rumores de corrupción en representación de los tenedores de acciones fuera del país. Macri, en este contexto, parece sentarse a esperar y se cierra sobre un círculo de los CEOs que no son contratistas del Estado. Esquiva a los “leprosos” y descansa en banqueros amigos como Enrique Cristofani, del Santander Río; Gabriel Martino, del HSBC, y sus emprendedores favoritos, Martín Migoya, de Globant, y Marcos Galperín, de Mercado Libre. Lo propio hizo esta semana la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal. Según contó La Nación, almorzó en el Pony Line con Martino, Cristofani y otros empresarios Macri friendly.
Lejos de la lógica de las segundas líneas de tratar de recomponer la vieja patria contratista, Macri ostenta cierto disfrute por el mal paso judicial de un conglomerado de empresarios que, siente, se quedaron a mitad de camino con el apoyo a la gestión. Toda una manera de hacer política, con altos riesgos y altos beneficios. Más, viniendo de un funcionario que vivió su vida empresaria en una familia que hizo fortuna de la misma manera que el resto de los citados a la Justicia.