LA NUEVA DEUDA. ENFOQUE

El estallido del dólar expone a Sturzenegger y llena de dudas al mercado

Nadie comprende la estrategia del Banco Central: ¿lo controla o lo libera? En el camino, el brusco movimiento pulveriza incluso la idea de una inflación del 27%. Ya un problema político.

El envión alcista del dólar registró este jueves un capítulo especialmente dramático pero, en rigor, comenzó hace ya casi dos meses. Un tiempo más que suficiente, de acuerdo con el consenso del mercado, para que el Banco Central logre, si no ponerle fin debido al componente internacional que conlleva, al menos sí un criterio ordenador, de modo de evitar nuevas complicaciones para la economía y la política.

 

Algunos lo dicen en voz alta y otros, en reserva, pero el cuestionamiento a Federico Sturzenegger y a la mesa de dinero del Banco Central es amplio, más por cuestiones operativas que de fondo, ya que, en medio de la incertidumbre actual, nadie se anima a decir cuál va a ser la escala final de la cotización.

 

Lo ocurrido en la última semana resulta revelador sobre el tenor de esas quejas, que añaden un elemento novedoso: el próximo día 20 se debe definir si la Argentina es ascendida por el MSCI de mercado de frontera a emergente, lo que expandiría el abanico de posibilidades de financiamiento del país. El timing parece jugar en contra.

 

 

En la conferencia de prensa del jueves pasado, Sturzenegger anunció junto a Nicolás Dujovne que el Central retiraría la megaoferta de 5.000 millones de dólares para mantener el dólar mayorista a $25 que había regido en las semanas previas. La divisa flotaría, se dijo, pero sería el Tesoro el que intervendría para moderar oscilaciones bruscas.

 

El lunes, en una rueda de escaso volumen, la cotización venía tranquila hasta que una única orden de compra de módicos 50 millones de dólares llevó el precio 25 centavos arriba. Como no aparecieron  ni el Tesoro ni el Central, algunos interpretaron que eso un aval a un dólar más caro.

 

La desmentida llegó al día siguiente, cuando el Central volvió a desdecirse de sus promesas recientes y puso casi 700 millones de dólares de reservas para retrotraer el billete verde al nivel del viernes, un costo elevado que en el momento adecuado se habría reducido a satisfacer aquella orden de compra simplemente con 50 millones.

 

La ruda siguiente siguió con una intervención inicial, otra vez de la autoridad monetaria, de unos 100 millones y con el anuncio de que El Tesoro pondrá a disposición del mercado contundentes 7.500 millones de dólares ni bien llegue al país el primer desembolso del Fondo Monetario Internacional, a priori, el próximo día 27. Muchos interpretaron esa señal como un freno definitivo, pero la retirada de la intervención le dio otra vez vía libre a la demanda.

 

Lo de este jueves directamente superó toda proporción. ¿Volverá a intervenir en medio del pánico? Nadie lo sabe.

 

 

 

Algunos economistas y operadores hablan de una decisión política de desatar completamente al dólar, de modo de restaurar el equilibrio del sector externo (balanza comercial, turismo, pagos de servicios, salida de capitales). Otros difieren e interpretan esas señales mixtas simplemente como mala praxis.

 

Pero ambos sectores tienen problemas. Los primeros, porque no pueden explicar esas apariciones extremadamente onerosas, que implican la quema de reservas abundantes a un precio menor para, de inmediato, convalidar una suba. En tanto, los segundos no saben qué decir cuando miran la curva marcadamente ascendente de la divisa.

 

Pese a que la evolución del billete estadounidense de este jueves asusta, la mayor parte de los cuestionamientos no apuntan a la cuestión de fondo sino más bien a lo instrumental. En ese sentido, si la decisión es, como afirma un sector, llegar a un dólar “recontra alto”, Guido Di Tella dixit, ¿para qué prolongar un proceso doloroso con intervenciones esporádicas y que no terminan sirviendo ni siquiera para suavizar las oscilaciones?

 

En el Banco Central se defienden diciendo que un poco de volatilidad es buena para no alimentar movimientos especulativos fáciles, pero basta con ver la curva del dólar desde, al menos, la última semana de abril para observar, más que volatilidad, un sentido ascendente con pocos escalones de descanso.

 

La suba desordenada del dólar ya es un problema político en toda la línea para Mauricio Macri y sus laderos políticos. Por un lado, porque complica la gestión cotidiana, con una inflación que, probablemente, en la próxima edición del Relevamiento de Estimaciones Económicas (REM) del Central pase del reciente 27% a un número que comience con 3. Y porque pulveriza más los salarios y hace que el nivel de actividad sufra más de lo previsto por la falta de precios de referencia y a la persistencia de tasas de interés elevadísimas que ya comienzan a afectar el financiamiento de las empresas y la cadena de pagos.

 

 

 

En el camino, se pierde el efecto pretendidamente positivo, al menos entre los agentes económicos, del acuerdo con el FMI, que no está sirviendo para aplacar el pesimismo.

 

Por último, en la medida en que prolonga la crisis, dilata también el momento en que esta toque fondo y, con ello, el momento del rebote, dificultando que este llegue a tiempo para el proceso electoral de 2019.

 

En medio de ese ambiente enrarecido, el nombre de Sturzenegger vuelve al centro de las versiones. Algo curioso, toda vez que hace muy poco, terminó de torcerle el brazo a Marcos Peña y Mario Quintana y su idea de bajar la tasa de interés.

 

 

 

Tampoco capitaliza un logro mucho más reciente, como fue la inclusión en la Carta de Intención elevada al FMI de previsiones para un “fortalecimiento del Banco Central”, con una nueva “Carta Orgánica (que) le dará mayor autonomía en su operatoria”. Parte de dicha reforma consistirá imponer “motivos bien definidos y limitados por los cuales el Presidente, el Vicepresidente y los miembros del directorio pueden ser destituidos de sus puestos”, continúa.

 

¿Cómo sería leída por el mercado, en este contexto, una concreción de lo que se dice en esos corrillos?

 

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