Hay una diferencia. En el arranque del año no electoral, el PJ parece haber retomado -a paso lento- la disputa por gobernar la Argentina, que había abandonado en los dos primeros años de Mauricio Macri en el poder, atontado por la derrota después de un cuarto de siglo de predominio absoluto. Lo hace posible, primero que nada, el rumbo errante, contradictorio y deficitario en lo económico del gobierno de los CEOs. La eclosión que generó la reforma previsional y el verano adverso que pasó la alianza gobernante confirmaron lo que parecía ya evidente: no es negocio ser socios del macrismo en el fracaso. Hace falta construir una alternativa electoral que ampare a los desahuciados de la era Cambiemos y se eleve, además, como posibilidad de recambio para un poder económico que -quedó demostrado en estos días- está lejos de compenetrarse con el entusiasmo presidencial.
Pichetto coordina sus movimientos con los gobernadores del PJ y el bloque de diputados que orientan Pablo Kosiner y Diego Bossio. Pero es el alma de la resurrección con la que se ilusiona el peronismo del orden para transformar la fuerza legislativa en la base de un armado político que encuentro su candidato a tiempo, antes de 2019. La primera decisión parece tomada: en la tarea ingrata de votar las leyes que hasta los oficialistas esquivan, el peronismo parlamentario pierde y pierden los gobernadores.
De la Sota volvió del exilio académico en España. Fichó para el pichetismo.
MARCA DIFERENTE. Gabinete en las sombras, oficinas, asesores, equipos de trabajo, papers; el lenguaje de la campaña electoral impregna a los cuadros del PJ que se mueven bajo la orientación del senador rionegrino.
Como parte de una actividad intensa, Pichetto recibió en los últimos días a dos hombres ligados al peronismo que, hasta el momento, se declaraban prescindentes: Miguel Peirano y José Manuel De la Sota. El ex ministro de Economía de Néstor Kirchner y asesor de Sergio Massa comenzó a colaborar con perfil bajo y trabajos puntuales en busca de afinar un plan económico alternativo al que llevó adelante el kirchnerismo y al que exhibe el macrismo. Peirano sintoniza también con Marco Lavagna, el hijo del ex ministro que reivindica todo el peronismo y que está en el massismo pro acuerdo con el Bloque Justicialista.
El ex gobernador de Córdoba, que se llamó a silencio durante después de la derrota de Massa en 2015, discrepa con el seguidismo que Juan Schiaretti hace de Macri en la provincia que le dio el gobierno a Cambiemos. Antiguos socios, divididos, sólo favorecen el huracán amarillo en parte de la zona núcleo sojera.
Los animadores del PJ moderado y antikirchnerista no se desesperan, pero están atentos. Con el español Antonio Solá como asesor, Juan Manuel Urtubey salió a diferenciarse del Gobierno dos veces en temas de agenda: el caso Chocobar y la atención a los miembros de la comunidad boliviana en Argentina. Schiaretti acaba de romper el mandamiento presidencial: el techo paritario del 15% en la negociación con los docentes, sin cláusula gatillo.
Abanderado del anticristinismo, el gobernador de Salta advirtió finalmente en octubre que pone en riesgo su provincia. Entre sus colaboradores corre frío por la espalda, por la ambición conquistadora de Cambiemos y por el escaso negocio de no objetar a un gobierno que transita muchas veces senderos ya conocidos.
Eso no quiere decir, jamás, que los gobernadores del PJ se confundan o aúnen con el cristinismo. Sólo Alberto Rodríguez Saá, de San Luis, y Sergio Uñac, de San Juan, se muestran abiertos a una confluencia de todos los sectores, pese a que se mantiene lejos de la unidad que funde en abrazos a kirchneristas, randazzistas y massistas en fuga. Lo reiteró el propio Pichetto a fin de año en el Palais de Rouge, al lado de Urtubey: “Nosotros no somos la izquierda argentina, una izquierda con visión minoritaria, contestataria, de fuerte radicalización, tratando de que ocurra siempre lo peor en Argentina. Nosotros no somos eso. Somos un partido, que tenemos historia de gobierno”, reiteró. Fue cuando vapuleó la última etapa del kirchnerismo en el poder, cuando se puso en marcha -según dijo- un modelo “casi pro soviético”. “Control de cambios, dólar barato, no pagar a los holdouts, no hay importación, rompimos con los sindicatos, todo el movimiento obrero era malo, nos peleamos con la Justicia, nos peleamos con los medios de comunicación, bueno... Aún así, podríamos haber ganado”.
El déficit más grande, lo asumen, está en los nombres para competir con Cambiemos. Massa, Urtubey y, en menor medida, Florencio Randazzo están entre los pocos nombres que el espacio tiene para presentar en 2019.
SONDEAR AL PERONISMO. El cambio en la percepción social indica que lo que viene no sólo no será mejor: puede ser peor. Eso abrió una puerta para que el peronismo se deslizara en sintonía electoral hacia un rol más opositor que refrendatario. ¿Por qué se ilusionan en el peronismo con la chance de ganar en un hipotético ballotage? Por el derrumbe en las expectativas que muestran las encuestas. Al sondeo de Analía Del Franco que difundió Letra P hace dos semanas, se suma un trabajo de Hugo Haime que circula entre los gobernadores del PJ.
De acuerdo a ese trabajo, la principal problemática del país sigue siendo la desocupación (31%), seguida por la inseguridad (27%), la corrupción (25%), la inflación (24%), los bajos salarios (22%) y la pobreza (18%). Pero cuando se consulta al entrevistado por el problema que más lo afecta en su vida cotidiana, el 49% responde la inflación y el 32%, los bajos salarios. Son las ciudades medianas y pequeñas del país, las que más se ven afectadas por esta problemática y también los jóvenes.
Fuente: Hugo Haime & Asociados.
El sondeo indica que hoy la sociedad está compuesta por un 58% de opositores y un 42% de adherentes al Gobierno. Pero, además, muestra áreas altamente deficitarias del gobierno de Cambiemos, en base a mil casos en todo el país. Los balances más negativos están en las políticas hacia los jubilados (- 64,1) hacia los pobres y necesitados (-61,1), en la generación de puestos de trabajo (-59,1), política inflacionaria (-57,9), política económica en general (-56,8) y políticas de seguridad (-43,3).
Lo fundamental para el peronismo no es sólo eso, sino los datos que surgen sobre la oposición que hace falta hoy en Argentina. Entre noviembre de 2017 y febrero de 2018, creció un 7% la demanda de que el peronismo dialogue, pero defienda sus banderas: del 41 al 48%. Y bajó un 11 por ciento la adhesión a un PJ que colabore con el Gobierno: del 43 al 32%. Además, aumentó entre los consultados la idea de confrontar, pese a que sigue siendo muy bajo, según estos números: del 9 al 15%.
Por eso, el peronismo asume un cuadrante opositor. Si la política económica del Presidente no cambiase, el mensaje sería cada vez más frecuente: como le dijo a Letra P, un hombre clave del armado pejotista: “Damos muestras de la gobernabilidad, pero también decimos 'esto no va bien'”.
Es un peronismo que se para desde el futuro y apuesta, además, a que en 2019 se imponga con una comparación dañina para el macrismo: cuando Macri termine su mandato, deberá ser comparado no con el Frente para la Victoria en retirada sino con el primer mandato de Néstor Kirchner. Tanto el santacruceño como el ex alcalde porteño hicieron un diagnóstico similar: a su manera, los dos dijeron venir del infierno. Si la población se preguntara quién superó la prueba y quién no, piensan peronistas que fueron parte del primer kirchnerismo, el PJ tendría una nueva oportunidad para tomar las riendas del poder.