El presidente Mauricio Macri inauguró las sesiones legislativas enunciando algunos resultados sobre indicadores que muestran un leve crecimiento de la economía, si comparamos la variación porcentual, 2,8%, entre el 2017 respecto a un año recesivo, como fue en el 2016. Crecimiento en la construcción y en algunos rubros de la industria, la comercialización de vehículos -en su mayoría importados-, etcétera. Las estadísticas oficiales registran también un leve mejoramiento del salario real por encima de la inflación. Con la aclaración, que no se hace, que tienen diferentes velocidades: el salario llega después que la agilidad inflacionaria.
Fiel a la filosofía del marketing del PRO, el Presidente hizo un listado de cuestiones de sentido común, eludiendo mencionar políticas del Estado vinculadas a problemas estructurales que tenemos desde hace muchos años.
Como en todos los balances, se mostraron algunas cosas y otras no. Lo que señaló el Presidente es lo que el Gobierno puede mostrar. Pero no profundizó sobre los déficit mellizos: el fiscal y el comercial; la inflación que no cede y un escalamiento de la deuda pública que incrementa las obligaciones y amenaza el futuro. Tampoco se habló sobre la situación de la industria textil, cuero y zapatos, acosados por la importación, o el fuerte endeudamiento de las familias. El déficit turístico el año pasado fue de alrededor de U$S 10.000 millones, pero habló del turismo como si fuera un festival de dólares. Si se hubieran incorporado estos datos hubiera sido un discurso más realista y no una manifestación de puros deseos.
Avaló la política de seguridad respaldando a la ministra Patricia Bullrich y ratificando la política de mayor presencia represiva del Estado. Presencia que tiene el peligro ya muy conocido de la tolerancia cero que homologa, en su peligrosidad, a las fuerzas de seguridad con la delincuencia.
Algunos números oficiales invitan a un optimismo que la mayoría de los ciudadanos no comparte. Por el contrario, las encuestas indican una caída en las expectativas económicas y el comienzo de la pérdida de la ilusión de un derrame que llueva sobre el electorado.
Es decir, que mientras el presidente Macri señala cifras que hablan bien de su administración, gran parte de la sociedad está mostrando los dientes. Esto no significa ningún pronóstico de colapso próximo, pero la realidad es que este no es el mejor momento de la primera mitad de la gestión del gobierno de Cambiemos. Está claro que de un discurso de Macri en el Congreso no se esperaba que hablara de la oposición política -sí mencionó, oblicuamente, a los gremios docentes-, cosa que sí hacía Cristina Fernández de Kirchner; que seguía su propia lógica del conflicto.
Macri es otro perfil: más lavado, menos sanguíneo, más apoyado en la convicción y conveniencia de que el gradualismo finalmente tocará los aspectos estructurales de la transformación que pretenden Cambiemos. Para otros oficialistas, el gradualismo termina no siendo nada, ni logra el ajuste que hay que hacer, ni genera el crecimiento que se promete, ni cambia la cultura política.
Mencionó la preocupación de su gobierno por la ética pública luego de los episodios Triaca y Díaz Gilligan, que afectaron la pureza de lo que se quiere implantar. La voz presidencial, en este punto, no sonó convincente.
Sobre estas diferencias y desaveniencias en sectores del gobierno y un malhumor colectivo pero sin amenaza institucional; podemos decir que de parte del Gobierno se ha iniciado la carrera electoral por la reelección. Una carrera en la que el oficialismo ofrece debilidades, pero no fisuras significativas, frente a una oposición con más interrogantes que certezas.