Hubo varios ministros de carteras vinculadas a la economía que, envalentonados, le habían preparado al presidente Mauricio Macri informes de situación con algunos datos positivos de la actividad. Uno de ellos fue el de Producción, Francisco Cabrera, que, con la cautela del caso –las cifras se empiezan a moderar-, celebró una mejora del 3,5% en las fábricas, luego de varios meses de mejora consecutiva. Construcción también arrojó cifras relevantes a los ojos del macrismo, con rendimientos superiores al 20% en noviembre. Otro tanto hizo el consumo medido según los cánones del oficialismo, con sacudones fuertes en coches, motos y algunos rubros básicos. Todo, en un escenario decembrino atípico, sin reclamos masivos de alimentos en la puerta de los supermercados, los movimientos sociales en constante concordia negociadora con Desarrollo Social y la oposición política desmembrada y cercada por la hegemonía electoral de Cambiemos.
Los desmanes en el Congreso, tras la polémica reforma jubilatoria.
Pero, según aseguraron a Letra P en el entorno de algunos ministros de primera línea, el resultado en las urnas terminó de convencer a los cerebros del Ejecutivo que las decisiones fuertes había que tomarlas, sí o sí, antes de fin de año. No por cualquier razón, sino por una muy fuerte: el equipo económico destacó que 2018 será un año complejo, con menos dinero en la calle y menos desembolso de fondos públicos que en el electoral 2017. La maldición de los años pares, que históricamente han sido períodos de sequía, senderos que lejos estuvieron de ser expansivos. Además de que, entienden, el respaldo social y la espalda política para reformas de fondo quedarán cortas el año próximo. Y que, si hay que preservarse para una guerra de envergadura, será ésa la tan mentada reforma laboral.
Así las cosas, en menos de quince días el Gobierno libró todas las batallas imposibles y la política tomó las riendas de la economía. Hay varios funcionarios, nacionales y provinciales, que citan como coartada para casi todo hecho político un libro antiguo como El Príncipe, del florentino Nicolás Maquiavelo. La obra, un tratado del año 1500, es casi un cliché para algunos cuadros de la política y contiene varios conceptos que aplican en todos los frentes. El más utilizado como muletilla reciente, el que reza que el mal se hace todo junto y el bien se administra de a poco. De allí partieron.
Como un deja vú del mismo mes de 2016, cuando corrieron de su puesto al entonces ministro de Economía, Alfonso Prat Gay, el Gobierno despertó el conflicto callejero, con y sin infiltrados, pujando en el Congreso por la turbulenta ley de reforma previsional. Logró sacarla con consenso de los gobernadores. Refrendó en el Parlamento su idea de normativa tributaria y avanzó sin freno en terrenos pantanosos como el de la inflación. Modificó las metas y precipitó una mega corrida al dólar que no sólo superó la barrera de los $19, sino que coqueteó con irse a $20 si no hubiese sido por una extraña “toma de ganancias” que se produjo el último día hábil del corriente. Fue otra de las grandes crisis auto-infligidas por el Gobierno.
En este punto, hubo negociaciones previas que fallaron y que derivaron en la “toma” del Banco Central que ejerció la Casa Rosada. Antes del anuncio que encabezó el jefe de Gabinete, Marcos Peña, se le pidió amablemente al BCRA una corrección en las tasas de interés, hoy en torno al 28%, un nivel que los industriales de la UIA cuestionaron por ser un fomento a la timba y la bicicleta financieras. No tuvieron éxito allí, algo de lo que hoy se jacta el titular del Central, Federico Sturzenegger, luego de haber sido disciplinado en público como culpable único de la escasa baja en los precios generales de la economía. Lo mismo asegura de la posición que esgrimió el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su informe sobre Argentina, donde exigió, además de ajuste en el Estado, que el BCRA deje de financiar al Tesoro. Un reclamo que el mismo Sturzenegger le hizo a Peña muy solapadamente en la conferencia de prensa.
Los economistas ultras salieron a cruzar la decisión de cambiar las metas.
En el oficialismo creen que el reconocimiento de que el problema inflacionario no está resuelto es un poroto a favor ante la opinión pública que, además, les permite darles a los industriales un aperitivo mientras tratan de convencer al presidente del Central de que las súper tasas no son convenientes para el desarrollo económico. En paralelo, en el final del diciembre negro, los ultras y los cuadros medios del Central creen que, en realidad, es de esperar un despegue de inflación extra. Pero la síntesis del oficialismo es que la política volvió a solucionar, con medios cuestionables o no, inconvenientes que la economía no podía capear. En paralelo, blanquearon en vivo y en directo las diferencias del equipo económico y mostraron quién manda. Un fin de año más maquiavélico que relacionado con las artes de la nueva política.