PLANO CORTO. SERGIO MASSA

Desde el llano

El líder del Frente Renovador se refugia en el ámbito privado, pero mantiene un monitoreo remoto de sus dirigentes. Su bronca con Peña y el almuerzo que terminó de romper su sociedad con el Gobierno.

Sergio Massa se esfuerza por mostrar naturalidad y hasta algo de satisfacción y de alivio en su nueva vida, fuera de los faros mediáticos con los que disfrutaba encandilarse y reeducado como consultor en seguridad pública y representante de empresas extranjeras en el país. Se ríe cuando se presenta como “un desocupado más”, aunque no lo es. Descansa en que, según su visión, el escenario político permanecerá intacto hasta febrero de 2019. Ésa es la fecha que tiene marcada en su calendario para volver a dar rienda suelta a su hiperactividad. Para entonces, sugiere en voz baja, no se ve afuera del peronismo.

 

El todavía líder y referente del Frente Renovador está reconvirtiendo el segundo piso de la Torre de las Naciones, un lujoso edificio ubicado en la entrada de Tigre, que utilizó algunos años como oficina. Ahí, durante su trajín político y electoral, mantenía las reuniones privadas, mientras en el piso 17 operaba el bunker del partido que fundó cuando rompió con el kirchnerismo. En ese segundo piso instaló su nuevo y doble negocio: el estudio jurídico con el que está estrenando su título de abogado y la consultora con la que ejerce la representación del think tank de Rudolph Giuliani para toda Latinoamérica. Hizo instalar una pantalla gigante, de 70 pulgadas, que utiliza en las teleconferencias que mantiene con el ex alcalde de Nueva York.

 

En paralelo a los servicios de seguridad que ofrece a las más importantes ciudades latinoamericanas, Massa empezó a contar con orgullo que es abogado. Infla el pecho por el éxito que tuvo el primer recurso de amparo que llevó su firma. Fue el que interpuso contra la quita de subsidios a discapacitados que planeaba ejecutar el Ministerio de Desarrollo Social de Carolina Stanley. Su estudio –así le dice, “estudio jurídico”, reniega del término “buffet”- ya consiguió, al menos, dos clientes: una compañía noruega y otra ecuatoriana, del sector alimenticio. “Una firma importante”, aclaran.

 

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Massa tuvo un mano a mano con Emilio Basavilbaso. Fue algunos días después de las elecciones legislativas del 22 de octubre en Gardiner, el coqueto restaurante de la Costanera, pasado el mediodía. El titular de la ANSES le llevó su plan de reforma previsional. Según la versión de Massa, le respondió que eso no era una reforma “sino un recorte a los jubilados”. Ese día, el presidente Mauricio Macri y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, se desayunaron con que ya no iban a contar tan fácilmente con el mejor aliado que habían tenido en la Cámara de Diputados en la primera mitad de su gestión.

 

 

Eso mismo lamentó Emilio Monzó en el tradicional brindis de fin de año de la Cámara baja. El presidente del cuerpo evaluó como un “error” la decisión de Massa de mudarse al lado opositor del Congreso. Claro: ese escenario obliga a Monzó a negociar por vía indirecta –a través de Casa Rosada- con un grupo más disperso y sin una referencia clara –el PJ no kirchnerista y los gobernadores peronistas- que ostenta un interbloque de 34 diputados. Algo mucho más desgastante –y políticamente más caro- que lo que tuvo que trabajar hasta ahora, cuando trataba mano a mano con un solo hombre que controlaba, sin fisuras, 35 diputados.

 

El ex jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner confirma esa tarea titánica que tiene el Gobierno en general y Monzó en particular. Admite que la falta de conducción y lo heterogéneo de ese club de gobernadores será una traba fuerte para Cambiemos. Dice que eso quedó certificado en la misma sesión en la que se convirtió en ley el ajuste jubilatorio, cuando los bloques provinciales cumplieron a medias su pacto de caballeros y apenas si aportaron los votos necesarios para una victoria pírrica del oficialismo. “Con nosotros era distinto”, recuerda. “Acordábamos y después cumplíamos. Bajábamos, poníamos la carita y votábamos”, agrega Massa. Esa fidelidad que le sirvió al Gobierno para, por ejemplo, conseguir la aprobación del pago a los fondos buitre o la reparación histórica y el blanqueo de capitales.

 

 

Monzó y Massa, una sociedad que funcionó sin fisuras en Diputados.

 

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Massa viajará con su familia a Pinamar, la ciudad donde vacaciona siempre, a pasar fin de año y buena parte del verano. Jura que se mantendrá alejado de las tertulias pejotistas que suelen brotar, como por generación espontánea, en los más populosos balnearios de la Costa Atlántica. “Los que me conocen saben que no me muevo a más de diez cuadras de mi casa”, aclara.

 

Sin embargo, ya no reniega del PJ ni ve en el peronismo el camino equivocado para construir –y construirse- hacia 2019. Admite que tiene operadores tendiendo redes en todo el sistema peronista, pero calcula que nada se va a definir hasta bien empezado el 2019. Un dato: volvió a autodefinirse como peronista, una costumbre que había abandonado para andar con más ligereza por la ancha avenida del medio.

 

Esa avenida es la que intentó ensanchar aún más dejando atrás su pasado en el PJ, al que llegó de la mano de Graciela Camaño y su esposo, Luis Barrionuevo, y ensayando una alianza con Margarita Stolbizer que lo llevó al peor resultado electoral desde que se lanzó a la batalla sin el paraguas kirchnerista. Su idea de romper el cascarón peronista que recubría al massismo para transformar al Frente Renovador en una fuerza sin identificación en la partidocracia tradicional terminó encapsulándolo todavía más: quiso fabricar la 9 de Julio y terminó caminando por el Metrobús.

 

Si le preguntan si piensa volver al PJ responde con una pregunta: “¿A qué PJ? Al de (el intendente de Merlo, Gustavo) Menéndez o (el intendente de Malvinas Argentinas) Leo Nardini, sí. Al de (el ex intendente de Tres de Febrero, Hugo) Curto, no”.

 

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Los 37 puntos de Cristina en la provincia calaron duro en la piel massista. “Es un dato de la realidad”, resume su lectura Massa sobre los votos de la ex presidenta en la provincia de Buenos Aires, los que lo condenaron a un lejano tercer puesto, con poco más del 11% de los votos. Lejos, lejísimo de los casi 44 puntos que sacó en 2013, cuando debutó el Frente Renovador y Massa amanecía como un dirigente listo a jugar en las grandes ligas y con destino presidencial.

 

Para Massa, el 23 de octubre arrancó con un desayuno en el que se dijo a sí mismo una frase: “Hay que empezar todo de cero”. Ese “empezar de cero” ya no descarta que lo encuentre como un actor más en la interna peronista. Insiste con que, para hacerlo, el PJ debería estrechar una alianza con su sello personal, el Frente Renovador. Un gesto de independencia que no pasaría de lo gestual.

 

Lo que sí mantiene inalterable es su idea de que ese “empezar de cero” personal, de ser en un amplio espectro de reunificación peronista, no podrá congregar ni a Cristina en lo personal ni al kirchnerismo en lo grupal. Para Massa, todo lo que empiece con K sigue siendo mala palabra. Su discurso anti corrupción, con la catarata de detenciones –que el ex intendente de Tigre cuestiona, en silencio, desde lo jurídico-, sería el hazme reír de la prensa oficialista si, siquiera, deslizara la posibilidad de analizar un acercamiento al cristinismo.

 

 

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Marcos Peña le cae mal. En él identifica lo peor del gobierno macrista. Entre esas cosas, lo que visualiza como una andanada de operaciones mediáticas, reforzadas en redes sociales por cuentas de dudoso origen, representación y titularidad, para esmerilarlo. En el massismo dolió una nota de la periodista ultra oficialista Silvia Mercado, en la que lo señala como “el inventor de la estrategia golpista”. “Marcos Peña y sus 20 trolls no me van a hacer cambiar mis convicciones”, se endurece. Pero jugar con los medios en contra no es algo a lo que esté acostumbrado el oriundo de San Martín pero forjado como dirigente en Tigre.

 

Pero en su calculadora política ese cuadro no termina de disgustarle. O, al menos, hace fuerza por encontrarle una veta positiva: dice que, sin hacer absolutamente nada ni gastar un solo peso en medios, la propia Casa Rosada le está rasqueteando la capa de pintura opo-oficialista con la que se pintó los dos años anteriores y lo está despegando del Gobierno en el peor momento de Macri. El momento de mayor impacto social del modelo económico macrista.

 

Incluso, tampoco le afecta tanto que el aparato oficialista, para molestarlo, lo relacione con el kirchnerismo. Puesta en marcha otra vez su calculadora política, siente que lo pueden acercar a un electorado que lo rechaza con virulencia y que todavía no le descolgó del cuello el cartel de traidor.

 

Lo que sí le duele es el destrato de Macri, con quien –jura- no volvió a tener contacto desde ese llamado que le hizo el presidente, desde Cartagena, cuando intentó convencerlo de que su bloque –todavía era diputado- aceptara la incorporación de familiares de funcionarios del Gobierno en el blanqueo de capitales. “Si la sentás a (Elisa) Carrió a votar eso, yo lo voto”, escuchó Macri desde Colombia. Después los incorporó por decreto.

 

Guilllermo Cornaglia. Hasta diciembre fue senador por Belgrano.
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