Horas después del cacerolazo que enfrentó la administración del presidente Mauricio Macri entre la noche del lunes y la madrugada de este martes, el sociólogo Gabriel Vommaro analizó para Letra P la respuesta del Gobierno a esas expresiones y caracterizó los contornos emergentes de este tipo de protesta social, aluvional e inorgánica, cuyas primeras experiencias datan de fines de 2001, dieciséis años atrás. Vommaro es considerado uno de los principales investigadores académicos sobre el PRO, sus orígenes y también la génesis de la alianza Cambiemos, que llevó a Macri a la presidencia en 2015. A partir de esa exploración de largo aliento (que ya dio a luz dos libros), este investigador del CONICET aporta su mirada y destaca que estas movilizaciones aún no son masivas, mientras advierte que el oficialismo decidió responder con mayor polarización a un fenómeno social protagonizado por las clases medias urbanas.
BIO. Sociólogo, escritor, investigador y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Investigador asistente del CONICET. Su último libro "La larga marcha de Cambiemos. La construcción silenciosa de un proyecto de poder" profundiza, amplía y actualiza "Mundo PRO. Anatomía de un partido fabricado para ganar", obra realizada en coautoría con Sergio Morresi y Alejandro Belloti. Es la primera investigación académica crítica sobre la génesis y desarrollo del PRO. Explora sus orígenes, explica su composición y dialoga con sus principales protagonistas.
-Desde su experiencia, ¿cuáles fueron los disparadores del cacerolazo de este lunes?
-La impresión que me dio, incluso estando ahí, durante casi todo el día (como me pasó el jueves pasado) es que el Gobierno generó un efecto muy complicado de estigmatización de las fuerzas opositoras y asistimos a su intento de persistir en que las fuerzas de seguridad actúan siempre bien y que son siempre víctimas de una radicalidad ciega. Yo no lo vi así.
-¿Qué expresó esa manifestación inesperada que surgió luego de la represión del mediodía?
-Si bien el cacerolazo no fue multitudinario, fue más bien la expresión de esa oposición un poco dispersa y difusa que no se pudo manifestar como quería. Era una voz no solamente no escuchada: a eso se le suma una represión realmente desmedida y una estigmatización por parte del Gobierno de los opositores. El Gobierno buscó construir una oposición a la medida, mucho más ancha que el activismo que estuvo ahí.
-¿Fue determinante que no haya sido un cacerolazo masivo?
-Que no haya sido masivo no es menor. Porque se da en esta coyuntura desde una clave polarizada. Existe un sector que posiblemente no esté de acuerdo y que no salió a la calle para no hacerle el juego al kirchnerismo. De hecho, escuché consignas muy duras contra el macrismo, que muestran que el núcleo del activo en la calle es muy opositor. Puede ser una expresión muy silvestre de gente que ya tenía una oposición negativa. Pero yo no sobrevaloraría la amplitud del descontento y tampoco los costos políticos para el Gobierno a corto plazo, porque creo que a largo plazo el Gobierno va a ir pagando costos altos por el uso instrumental de las libertades civiles. El uso de la polarización política para reprimir y controlar la protesta sin costos políticos puede volverse un búmeran, porque sucede con fuerzas de seguridad que en nuestro país están muy entrenadas para esto, pero todavía no saben cómo controlar los focos radicalizados de violencia de modo calculado, sin producir una represión generalizada.
-¿Estamos ante la emergencia de los cacerolazos como forma de protesta de esas clases medias urbanas?
-Está claro que la protesta se volvió un elemento del repertorio de las clases medias más inorgánicas que está muy establecido, que desde el 2001 se volvió un elemento constante para las clases medias urbanas y eso es transversal ideológicamente. Frente a la necesidad de manifestarse públicamente y ante la imposibilidad de producir un evento más clásico (que es más caro a la tradición peronista o a la izquierda), el cacerolazo fue una vía disponible para esas clases medias urbanas desde fines de 2001, con Fernando De la Rúa. Es una rutina de protesta que todos conocemos, estamos adaptados y somos competentes para hacerlo. Lo que creo es que eso se expande por las redes y, en principio, es medio transversal e incontrolable parea cualquier gobierno. Los cacerolazos no son controlables ni anticipables.
-¿Cómo puede reaccionar el Gobierno de ahora en adelante ante este fenómeno?
-Podrá hacer una campaña para relegitimarse, para ocultar el centro de la escena, pero su estrategia es muy contundente y clara. Macri no niega el debate, pero emparenta a la oposición con lo antidemocrático en el corto plazo. Sin embargo, es mucho más difícil estigmatizar o descalificar un cacerolazo que una marcha partidaria. En un cacerolazo, las consignas son muy amplias y para el Gobierno sería muy incómodo que hubiera un cacerolazo masivo.
-¿Cuál habría sido el efecto político si la convocatoria hubiera sido mayor?
-Habría generado otra cosa. Está claro que hay una oposición extensa a la medida, pero la lógica polarizada sigue pesando sobre la forma en que la clase media sale a la calle. Cuando empezó el cacerolazo, algunos vecinos de los barrios más ricos preguntaban si era contra la violencia y cuando veían que no, se iban enojados. No sé si estarán de acuerdo con que su abuelo cobre menos, es muy probable que no, pero no se manifestaron porque hacerlo podría hacerle el juego al kirchnerismo. Algo parecido pasó durante los últimos años del kirchnerismo: había gente que no se sumaba porque no quería hacerle el juego a la oposición.
-¿La movilización del 1A fue una muestra de las movilizaciones que puede promover el oficialismo?
-No creo que ese sector sea tan fácil de movilizar. No tiene una relación tan cómoda en ese sentido: el 1A estuvo por salirles mal y ninguno quería pagar el costo organizativo. Para el macrismo, el pueblo se expresa sobre sus representantes a través del parlamento y hoy eso tiene más peso que salir a disputar la calle.