El radical Mario Negri, una de las espadas que talló el acuerdo político entre la UCR y el PRO que derivó en la alianza Cambiemos, está incómodo, inquieto, con una duda que plantean varios pensadores. La de si existe un modelo económico y político M. Lo que más le molestó, al igual que a buena parte del Gobierno, fueron los dichos de Beatriz Sarlo. Anti kirchnerista furiosa y otrora encolumnada en una posición política centrista, la ensayista expuso que, según su prisma, no está clara cuál es la intención de Mauricio Macri en el sentido de la construcción política y su aplicación práctica. En el Gobierno creen que Sarlo, como otros intelectuales, tiene una visión sepia, que piensa el ejercicio del poder bajo la lógica de los partidos tradicionales. Y que Cambiemos es un rara avis que condensa porciones del modelo chileno, con un anhelo a un sistema francés a la Macrón y estructuras menos verticales en la toma de decisiones. Pero el debate está fresco sobre la impronta del macrismo.
La disputa conceptual sobre el Modelo M es casi una constante por estos días en los círculos del poder, siendo que, tras las legislativas, Cambiemos consolidó y concentró el poder con perspectivas certeras de un mediano plazo sin oposición. Juan Carlos López Mena, el dueño de Buquebús, lo comentaba con sus pares en el marco del cumpleaños 93 de la Cámara Argentina de Comercio (CAC). En el fondo del salón, lejos del escenario en el que Jorge Di Fiori, jefe de la CAC, recibió a funcionarios nacionales -Marcos Peña, el ministro de Industria, Francisco Cabrera y el titular de Comercio, Miguel Braun. El propietario de la terminal portuaria aseguraba que el de Macri es un gobierno con una perspectiva interesante y bastante más que una transición. López Mena es de los que confían, como la gran mayoría. Su negocio va viento en popa, espera que los turistas que viajen a Uruguay en el verano sean un 20% más que el año pasado y ya prevé una inversión importante para ampliar la terminal hacia los viejos galpones aledaños. Pero también hay voces silenciosas que alertan sobre algunas movidas del oficialismo que consideran, al menos, audaces. No porque sean decisiones temerarias, sino, más bien, porque no creían que el macrismo podía ejecutarlas.
Uno de los sorprendidos es Eduardo Nogués, el representante de Ledesma en la Unión Industrial Argentina (UIA). A los azucareros les cayó como un baldazo de agua helada la decisión oficial de gravar con un 17% a las bebidas azucaradas, en el marco del proyecto de Ley de Reforma Impositiva que ya está en el Congreso. Tampoco se lo vio cómodo con el tema a Daniel Funes de Rioja, el vice de UIA y presidente de la Cámara Alimenticia Copal. De aceitado vínculo con el Gobierno y uno de los mayores impulsores, junto al abogado Julián De Diego, de los cambios en las leyes laborales, Funes intentó convencer a todo funcionario posible. Casi nunca se había ido de Casa Rosada con las manos vacías. Siempre hay una primera vez.
Macri con el CEO de Coca Cola. Hubo furia oficial con la amenaza de cortar inversiones.
Otro tanto del malestar por el mismo tema se lo llevaron los gerentes de la Cámara de Bebidas Sin Alcohol (Cadibsa). El Ministerio de Economía, que comanda Nicolás Dujovne, no tuvo piedad con un gigante. “A estos no se les animó nunca el kirchnerismo”, se vanagloriaba un alto funcionario nacional, medio en broma y medio en serio, al referirse a la posición intransigente de ceder ante el pedido local e internacional de Coca Cola para bajar a cero el gravamen a las gaseosas y, así, equipararse con el lobby de Mendoza por el vino. Cuentan que a Macri lo enfureció la amenaza de Coca Cola de parar inversiones. Que puso el grito en el cielo y les ordenó a sus ministros técnicos que se pusieran en contacto con la firma. Al día siguiente, hubo vuelta atrás y la empresa aseguró que seguirá apoyando al cambio en el país.
No fue todo: los fabricantes de espumantes, que celebraron por anticipado el lobby del gobernador mendocino Alfredo Cornejo, tragaron las burbujas a desgano. Más allá de la promesa, la ley entró con el champagne gravado. Y los whiskeros agrupados en la Cámara de Licoreros ni llegaron a ser recibidos por el Gobierno. Los de bebidas sin alcohol y los del azúcar fueron al último recurso, apelaron a las buenas artes del tucumano Juan Manzur, para seducir a sus pares de Salta y Jujuy para frenar el “azucarazo” con sus legisladores en el debate parlamentario.
Los CEOs, en general, están conformes con el golpe duro a la CGT con la reforma laboral. Y por lo bajo celebran la mano oficial en la partición de la central obrera que terminó con el aislamiento del camionero Pablo Moyano, casi un renacimiento dosmilozo del noventista MTA. Que suma, además, a las dos CTA, fuertemente enfrentadas con los Gordos luego de un coqueteo que duró lo que los malos números de la economía básica. El reflejo de las rupturas y el sometimiento oficial, la concesión del líder de la UOM, Antonio Caló, a quedarse sin paritarias por tres años con tal de sostener los puestos de trabajo de las empresas electrónicas de Tierra del Fuego.
Pero en el establishment les temen a otros frentes, como el gravamen a la renta financiera, y a las diferencias internas que tiene el Banco Central (BCRA) con respecto a qué hacer con la inflación y el esquema de tasas. Hay una especie de rebelión de un progresismo moderado en algunos sectores del Gobierno. En la entidad que comanda Federico Sturzenegger, existen detractores amables de la política de tasas altas, que ya empezó a ser un golpe a la producción, con magros resultados en la reducción de la inflación si se compara con el último año de gobierno kirchnerista. Los industriales se preguntan cuánto más durará la tasa récord, que le está poniendo un techo a la recuperación fabril.
“Hay algunas idas y vueltas, pero ahora se viene el momento de la sintonía fina, como decía la señora”, contó a Letra P un jefe de una gran firma automotriz. La señora, Cristina Fernández en los núcleos de poder, había aplicado esa figura para referirse a una etapa superadora, el tiempo de las correcciones delicadas. Donde debían ponerse metas de largo plazo. Otros, como varios dirigentes nucleados en la Asociación Empresaria Argentina (AEA, donde reinan Arcor, Clarín y Techint), entienden que el estadio superador de la política, para instalar el modelo M, no debe darse en un escenario con tantos frentes de batalla abiertos. Algunos hasta miran de reojo lo que pasa en los medios de comunicación en general y el caso de Indalo, de Cristóbal López, en particular. No entienden cómo la AFIP recorre aguas barrosas en una causa de tan alto perfil. Y hasta dudan de que el dinero que vendría de los rusos de Lukoil para Oil Combustibles sea real. No gusta ir sin un norte, más tratándose de un conflicto con periodistas y más de 2.000 trabajadores.
Existen otros dos factores que se debaten y se cuestionan de lo que muchos creen es el Modelo M. Por un lado, el frenesí tarifario de jefe de Energía, Juan José Aranguren. No son pocos los que le piden a funcionarios amigos que le frenen la mano al ex Shell. “Es Macri, imposible”, se excusan. Los tarifazos, que seguirán con un 70% en luz en dos tramos y un 45% en gas, reciben críticas hasta de los extremos muy extremos. Carlos Rodríguez, economista del CEMA y viceministro de Economía de Roque Fernández hasta 1998, se quejó de que la tarifa en Argentina “es más del doble que USA” y que aún “dicen que la tarifa está atrasada!! Ladrones”, posteó en Twitter.
El segundo factor es la pesadilla de los CEOs: los desboques de Elisa Carrió que confunden el rumbo que intenta tomar el oficialismo. Esta semana, la líder de la Coalición Cívica tuvo dos buenas performances. La primera, empezó a avanzar la Ley de Defensa de la Competencia que elaboró con Mario Negri, que busca penar la cartelización y antepone una figura de arrepentido denunciador. La segunda, una afrenta contra las mineras por presuntas modificaciones a la Ley de Glaciares.
En el Ejecutivo tranquilizan. Carrió, en el tren de la sintonía fina, va camino a ser esterilizada. Y el resto de las variables irán ordenándose de cara a un 2018 que el oficialismo prevé con crecimiento pero que será más duro que el electoral 2017. El 8 es el año en el que el Gobierno, estima, se verá al verdadero Cambiemos, ya allanado el camino que quedaba pendiente: alinear a los gobernadores, incluso a los díscolos y a los desconfiados. La foto con la fueguina Rosana Bertone después de la jivarización del esquema laboral y salarial de la producción electrónica y el cierre del acuerdo fiscal fueron botones de muestra.