-Dijiste que viene el fin de la polarización. ¿Puede haber una contracara en el Gobierno?
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-Dijiste que viene el fin de la polarización. ¿Puede haber una contracara en el Gobierno?
-No, en el Gobierno no. Algún asesor puede ser, pero no el Gobierno.
La pregunta de Marcelo Longobardi a Emilio Monzó dejó expuestas las diferencias que existen -dentro de Cambiemos- de cara a la etapa que se inicia el 23 de octubre.
En el último día del Coloquio de IDEA más importante de los últimos 20 años, el periodista que medio país sintoniza todas las mañanas eligió una discusión imaginaria -o no tanto- para abrir el debate con los legisladores del Gobierno y la oposición. Leyó dos notas recientes de Jaime Durán Barba y Marcos Novaro que le recomendaban al Presidente no negociar nada y las contrastó con otras que sugerían el camino de los acuerdos para sellar transformaciones sólidas y evitar el péndulo tan temido. De un lado, los que dicen que a Mauricio Macri le conviene ir por todo si gana las elecciones el domingo próximo. Del otro, los que defienden la negociación con el peronismo que gobierna.
Monzó aseguró que -aunque Durán Barba recomienda confrontar- Cambiemos no tiene dudas y piensa como él: lo que viene es más consenso con una oposición moderada que crecerá en detrimento del kirchnerismo. “Señores empresarios, tengan la seguridad de que se terminó esta polarización que hizo tan mal a la Argentina y el 23 de octubre vamos a trabajar buscando consensos con la oposición”. Fue un día después del discurso de Marcos Peña, en ese mismo auditorio. El jefe de Gabinete, a quien el ecuatoriano considera un hijo, ¿coincide con Monzó o se abraza a la concepción que agita Durán Barba? ¿Prefiere al kirchnerismo en extinción o lo necesita para polarizar y ganar elecciones?
EL APARECIDO. “En esta elección nos viene muy bien que el temor del pasado sea uno de los movilizadores electorales a favor de Cambiemos, pero esto se terminó”, afirmó Monzó. Después de casi un año en el que casi no opinó sobre temas que excedan al Congreso, el presidente de la Cámara de Diputados se vio obligado en el Sheraton de Mar del Plata a plantear su visión ante los dueños de las empresas más importantes de la Argentina.
Aunque sabe que el Ministerio de la Verdad amarilla vigila sus movimientos y no se proponía generar chispazos, su discurso sonó -como siempre- distinto al de la comandancia oficial. Fue la reaparición pública del armador que Macri escogió para llegar al poder.
Monzó, sinónimo de ala política en el llamado gobierno de los CEOs, es minoría dentro del oficialismo. En la primera etapa del macrismo en el poder, perdió la discusión intestina con Durán Barba y sobre todo con Peña, una de las estrellas oficiales del Coloquio de IDEA. La derrota fue tan aplastante que el presidente de la Cámara baja se quedó al margen, por primera vez en su vida, de una campaña política: justamente ésta, con la que Cambiemos siente que accederá al poder real.
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Monzó sigue participando los martes y los jueves de las reuniones de coordinación que encabeza Macri en la Casa Rosada, sigue chateando con el Presidente y tiene una relación hasta familiar que lo acerca a Mauricio. Pero quedó afuera de las decisiones y no lo oculta. Quizás cometió el error de acumular adversarios de peso como Peña, Durán Barba y María Eugenia Vidal, otro de los centros de gravedad que tuvo el Coloquio empresario, que este año dejó de ser testimonial.
Si Vidal cautiva a las mayorías y Peña es venerado y temido en el Círculo Rojo, Monzó es el interlocutor preferido del peronismo. Se volvió a ver este viernes en IDEA, donde compartió panel con Graciela Camaño, Mario Negri y dos peronistas que buscan reconstruir al PJ en torno al poder de los gobernadores: Miguel Ángel Pichetto y Diego Bossio. Es el peronismo racional que elogian en Casa Rosada, vital para la aprobación de cualquier ley. Mientras Monzó se siente a gusto en la negociación con ellos y hasta le gustaría que formaran parte de Cambiemos para ganar en primera vuelta con el 45 % en 2019, Peña y Durán Barba los ven como el rostro más presentable de un pasado que se muere.
Eso explica que Pichetto, sobre todo, y Monzó después hayan recibido más saludos de los empresarios que el propio Peña, que les endilgó estar lejos de la calle y quejarse del pollo frío en clase business cuando el avión estaba a punto de estallar.
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EL PURO. En su diálogo con Carlos Pagni, el jefe de Gabinete adelantó el programa de gobierno para los próximos dos años. Anticipó algunas medidas y puso sobre la mesa la concepción del macrismo puro. Dijo que en algunos todavía hay miedo, porque “no se entendió qué es lo que pasó, la profundidad del cambio, que la gente se hartó, que es un cambio cultural que vino para quedarse”.
Peña sostiene que hay cambiar la cultura del poder. Con esa idea, que alude al peronismo sin nombrarlo, la coalición que armó el PRO se convirtió en una maquinaria electoral de lo más poderosa y llegó al poder. En 2015, ganó votos contra el peronismo de la mano de Peña y Durán Barba; en 2016, gobernó con el PJ de la mano de Monzó en el Congreso y Rogelio Frigerio en diálogo con los gobernadores.
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La línea de “Marcos” va en otra dirección, predomina y recomienda ir por todo. Pelear para ganarle al peronismo en cualquier lado, sin distinguir sus alineamientos circunstanciales. Su razonamiento encarna en algunas frases de sentido común que orientan a millones de votantes: los que hoy apoyan a Juan Manuel Urtubey, los que siguen con Sergio Massa, los que apostaron por Florencio Randazzo, Juan Schiaretti, los Rodríguez Saá, Cristina Kirchner … todos son peronistas, estuvieron juntos y van a volver a juntarse.
“Por primera vez en la historia podemos salir del populismo económico y político sin crisis”, dijo Peña en Mar del Plata. “No hay país que esté ante la posibilidad de hacer algo tan histórico como la Argentina de ahora: podemos convertirnos en un gran país”, dijo. Parece bastante lejos de la prédica de Monzó: “El 23, no tengan dudas de que se acabó la era de la polarización”.
Si, como vaticinó Pagni ante los dueños de la Argentina, “vienen los años de oro del macrismo”, el Presidente tendrá dos opciones: tratar de llevarse puesto al peronismo o sentarlo a la mesa para generar una alternancia que no ponga en cuestión sus variables esenciales. Seguir el manual purista del poderoso Peña o retomar el que plantea el reaparecido Monzó. Consensuar o ir por todo.