En apenas unos días, la nueva conducción del Episcopado, que asumió la semana pasada, emitió señales que sugieren que no seguirá en el rol que concedió durante la primera etapa del gobierno de Cambiemos. Espectadora, distraída y dialoguista bajo la sotana de José María Arancedo, la flamante cúpula que inicia un período de tres años parece ir hacia una sintonía más fina con el mensaje del Papa.
El primer criterio que deslizó el flamante presidente del Episcopado, Oscar Ojea, apuntó directo al corazón de la reforma laboral que Jorge Triaca hijo diseñó, a pedido del Presidente. “Para la Doctrina Social de la Iglesia, el trabajo no es una mercancía, sino que hace a la dignidad de la persona; es el gran ordenador de la vida”, dijo. La definición llegó como parte de un mensaje más general que habla de que “no se vulneren derechos de los trabajadores” y sostiene que el lugar de los obispos “está al lado de los excluidos”.
Para la CGT, fue un respaldo más que oportuno en medio de la ofensiva pro-empresaria del Gobierno. El agradecimiento llegó este mismo jueves al mediodía, cuando el triunviro Héctor Daer visitó a Ojea para ponerlo al tanto de los acuerdos que la central cerró con el ministro de Trabajo. No se conocían personalmente, pero es probable que trabajen de común acuerdo: en una semana, Daer volará con una comitiva hacia el Vaticano para hablar del trabajo “como clave del desarrollo en el mundo global”.
Las diferencias con el optimismo de época que promociona el Gobierno pueden acentuarse desde el próximo domingo, cuando por primera vez el Episcopado nacionalice la Jornada Mundial de los Pobres que impulsa el papa Francisco.
Después del amplio respaldo electoral que obtuvo Cambiemos en las legislativas y con un peronismo dividido y desorientado, el primer empresario que llegó a presidente quizás se encuentre frente a un actor -hasta ahora ausente- con capacidad de incomodarlo hacia 2019. Con una visión distinta a la del Gobierno sobre el presente e, incluso también, sobre el pasado.
Papa Francisco y obispo Ojea.
LOS ALIADOS. De 71 años, obispo de San Isidro que reemplazó a Jorge Casaretto, Oscar Ojea llegó a lo más alto de jerarquía católica después de dos mandatos al frente de Cáritas. En su CV, incluye un antecedente difícil de pasar por alto: haber sido obispo adjunto del cardenal Jorge Bergoglio en la arquidiócesis de Buenos Aires entre 2006 y 2009. “No es un hombre de Francisco, pero es un buen aliado para él”, le dijo a Letra P un miembro de la Iglesia que conoce al hombre que hereda el lugar que ocupó Bergoglio durante seis años de la era kirchnerista.
Con un padre médico que llegó a ser director de radiología del hospital Ramos Mejía, una madre que fue maestra en Cinco Esquinas y un hermano filósofo que vive en España, Ojea tiene otra característica que lo acerca a Bergoglio: se inició joven en el seminario y se dedicó a la tarea pastoral. Su padrino fue el sacerdote Enrique Quarleri, de Lomas de Zamora. Ojea nunca se involucró directamente en política y prefiere el perfil bajo a las declaraciones estridentes. Sin embargo, tiene una preocupación especial por los temas sociales y es parte de una familia católica con ramificaciones hacia el peronismo. Dos primos hermanos suyos fueron secuestrados por un grupo de tareas de la ESMA durante la última dictadura militar y continúan desaparecidos. Otro, que sobrevivió, estuvo preso durante ocho años.
Ojea no llega solo. En la nueva Comisión Ejecutiva, lo secundan Mario Poli -que se excluyó de la disputa por la presidencia del Episcopado- y el obispo de la Rioja Marcelo Colombo, uno de los más jóvenes, de apenas 56 años, que puede ser clave en la nueva etapa. Colombo acredita una historia que tiene bastante poco que ver con la jerarquía católica y es el más querido por el Papa. Fue ordenado sacerdote a fines de los años ochenta por Monseñor Jorge Novak, uno de los contados miembros de la Iglesia que -al frente de la diócesis de Quilmes- denunció los crímenes de la dictadura y acompañó a los organismos de derechos humanos en su reclamo desesperado.
Desde que hizo pie en La Rioja, Colombo se involucró en la investigación por el crimen de Monseñor Enrique Angelelli, el obispo asesinado en 1976 que fue olvidado por la Iglesia por al menos tres décadas. “Estábamos silenciando la voz de Cristo, la sangre de Cristo”, dijo hace no tanto el nuevo vicepresidente del Episcopado para referirse a una omisión que la Curia sostuvo como política de hierro. Con la venia del Papa, reivindicó a la Juventud Obrera Católica que fundó Angelelli en Córdoba, aportó documentación y fue querellante en la causa que terminó con la condena de 2014 al represor Luciano Benjamín Menéndez. Hoy, el mártir que la jerarquía católica negó está en proceso de beatificación en Roma.
Ojea tiene dos primos desaparecidos y promueve una autocrítica más clara sobre el rol de la Iglesia en la dictadura.
PUENTE VATICANO. Los antecedentes preanuncian un Episcopado más activo en la discusión pública. Los amigos de Ojea afirman que no dejó pasar ninguno de los casos de pedofilia que encontró en San Isidro, cuando arribó a la diócesis que durante años controló Casaretto. También Colombo se enfrentó temprano en La Rioja a Luis Beder Herrera por repartir dádivas en plena campaña electoral -el entonces gobernador salió a pedir disculpas después- y se preocupó a partir de 2016 por el cierre de las empresas textiles que se produjo desde que Macri llegó a la Casa Rosada.
Sería una dirigencia eclesiástica más en línea con lo que pregona el sucesor de Ratzinger desde Roma. “Tienen la impronta del Papa. En dos años, la Iglesia no dijo nada. Pero ahora no le van a dejar pasar tan fácil todo a Macri”, le dijo a Letra P un ex funcionario kirchnerista que no se olvida lo que es tener a Bergoglio enfrente.
Durante la primera etapa de Cambiemos en el gobierno, los cruces entre Francisco y el oficialismo casi no rozaron a la conducción del Episcopado, que se mantuvo al margen de los conflictos de la política. Defensores de Su Santidad en Argentina como Juan Grabois ven con entusiasmo a la conducción que encabeza Ojea. En una entrevista reciente con la revista Crisis, el dirigente de la CTEP afirmó que Francisco no tuvo poder con incidencia operativa en su país durante la gestión de Arancedo. “En esa institución supuestamente vertical, la indisciplina reinante en las diócesis es llamativa. La Conferencia Episcopal hace lo contrario a lo que él dice en muchos casos. En otros casos, no lo defienden. Están acobardados. Hubo una persecución mediática fuerte contra todo lo que fuera cercano al Papa y la reacción de los obispos frente a eso fue no defenderlo”, dijo.
La Doctrina Social de la Iglesia, que invocó Ojea en su primera aparición pública, puede poner en aprietos la modernización que promociona el gobierno de los CEOs. Habrá que ver si el macrismo logra desautorizar tan fácilmente los argumentos de la Iglesia como los de la oposición partidaria y si llegado el caso la enfrenta, como sugiere una de las recomendaciones de Durán Barba que Cambiemos hasta ahora terceriza o evita.
La nueva conducción también puede estimular los vasos comunicantes entre la CGT y la CTEP, que hace un año confluyeron en un encuentro en Azopardo con la presencia del delegado papal Marcelo Sánchez Sorondo.
La semana que viene, el Papa recibirá noticias de la Argentina por parte de la comitiva de sindicalistas que integran Daer, Pablo Micheli, el moyanista Abel Frutos, Norberto Di Próspero, Omar Viviani y Roberto Baradel, entre otros. Todos viajan convocados para el encuentro titulado “¿Por qué el mundo del trabajo sigue siendo la clave del desarrollo en el mundo global?”. Aunque esta vez Grabois no viajará a la residencia de Santa Marta, estará representado por Edgardo "El Gringo" Castro, de la CTEP.
El nuevo vice del Episcopado, Mario Colombo. Línea Angelelli.
LA AUTOCRÍTICA. Hay otro punto donde la Iglesia puede diferenciarse de la Casa Rosada y de su propio pasado. En marzo último, Ojea hizo una intervención que ahora cobra más importancia: salió a “aclarar” las palabras de Arancedo en favor de la “reconciliación nacional”, justo cuando la Corte Suprema había fallado a favor del 2x1 que beneficiaba a los genocidas argentinos. “No hay reconciliación sin justicia”, afirmó el nuevo presidente del Episcopado en entrevistas con la agencia AICA y el Vatican Insider con un mensaje bastante diferente al que había propagado el entonces presidente del Episcopado.
“Nosotros hicimos un pedido de perdón en el año 2000, aunque es posible que no haya sido suficiente. Es una probabilidad que este proceso pueda encaminarse a una declaración final, pero aquí ya me estoy aventurando a hablar de algo que debo consultar con mis hermanos obispos. Pienso que eso puede ser posible, pero no me quiero adelantar”, dijo Ojea ante la pregunta por la actuación de la Curia durante la dictadura.
Su mensaje puede contribuir a otro objetivo que tal vez se proponga para su país, a los 80 años, el astuto Francisco: promover una autocrítica algo más profunda que le permita a la Iglesia dejar atrás su complicidad fervorosa con el plan de exterminio de Videla y Massera. Y que lo habilite a él mismo, entonces provincial jesuita, a hacer un último esfuerzo por liberarse de las denuncias que lo persiguen. Aún en la cúspide de las alturas vaticanas.