La ley de paridad de género, que garantizará la presencia de un 50% de mujeres en los cuerpos colegiados del Poder Legislativo provincial, fue sancionada con el voto positivo de 86 legisladores varones, entre senadores y diputados. Son el 72,26% de los que acompañaron la iniciativa. Con el foco cerrado en este episodio –que ofrece, además, el dato de que el autor del proyecto es un hombre-, cualquier desprevenido podría concluir que la política –al menos en el principal distrito del país- se ha despojado de la atávica idiosincrasia machista que la ha regido por los siglos de los siglos y ha decidido, de una vez por todas, avanzar en un proceso de reparación de la discriminación a la que históricamente ha sometido a las mujeres. Error. La misma corporación política, que aparece tan progresista en su representación parlamentaria, produjo también este otro dato: los hombres gobiernan el 97% de los 135 municipios bonaerenses.
El 27 de octubre de 2015 -hace once meses y ocho días-, fueron elegidos 131 intendentes varones (97,037% del total). Las mujeres que resultaron consagradas, en cambio, son cuatro (el restante 2,962%): Verónica Magario (La Matanza – PJ), Fernanda Antonijevic (Baradero – Cambiemos PRO), Erica Revilla (General Arenales – Cambiemos UCR) y Sandra Mayol (Monte – Frente Renovador). A esas llaneras solitarias se les agregaron otras dos, pero no cuentan del todo: Carina Biroulet (Presidente Perón – FpV) y Marisa Fassi (Cañuelas – FpV) accedieron al cargo cuando sus maridos, Aníbal Regueiro y Gustavo Arrieta, tomaron sendas licencias para asumir bancas en la Legislatura y en el Congreso.
Si se pintase el mapa de la provincia de Buenos Aires con los colores que tradicionalmente se les asignaron a nenes y a nenas, el rosa apenas sería un salpicón imperceptible en un enorme océano celeste. Y ese mapa no miente: como no existe la posibilidad de imponer cupos de género en la pelea por la conducción de los departamentos ejecutivos municipales, la proporción de hombres y mujeres que llegan a las jefaturas de las intendencias expresa con absoluta fidelidad –y brutalidad- la maciza hegemonía masculina que controla los procesos de selección de candidatos.
En otras palabras: cuando la política fluye sin filtros –como el que representó la ley de cupo durante casi 20 años, que no garantizó siquiera el 30% de legisladoras mujeres y ahora es reemplazada por la de paridad de género-, es capaz, bien entrado el siglo XXI, de engendrar semejantes escenarios de segregación y desigualdad de oportunidades, que tienen otra expresión nítida en las recientemente conformadas listas de autoridades partidarias bonaerenses del PRO y la UCR, dos de las tres fuerzas que integran el frente gobernante Cambiemos (ver aparte "Con la ley de paridad de género...").
Ese mapa no sólo no miente: es implacable para herir de muerte al argumento meritocrático –y tan naif- de la capacidad y la idoneidad como criterios rectores de la selección de los postulantes a cargos electivos, que es el que empuñaron, durante el debate de la ley de paridad de género, los detractores de la iniciativa.
¿O acaso Magario, Antonijevich, Revilla y Mayol son las únicas mujeres de la política bonaerense capaces e idóneas para gobernar municipios?