ES LA ECONOMÍA

Elecciones 2023: el mercado y sus croatas marcan la pista de la ¿recta final?

Vuelve la pulseada por los tipos de cambio paralelos en la antesala de los comicios más importantes desde 2003. Batallas de corto plazo y la pelea de fondo.

La tregua del fin de semana largo sirvió para calmar un poco los ánimos tras una serie de ruedas cambiarias de alto riesgo. La realidad, que incluirá una pulseada dura en busca de ponerles marco a las cotizaciones de los tipos de cambio paralelos y al estado de ánimo con el que llegaremos a las elecciones 2023 del domingo, vuelve con fuerza desde este martes y el Gobierno se prepara para dar una pelea desigual.

La suba de tasas dispuesta por el BCRA la semana pasada no sería suficiente para reducir la presión sobre el dólar, por lo cual los bancos se preparan para atender sin zozobras cualquier requerimiento de retiro de pesos producto de los plazos fijos que venzan y sus dueños no quieran renovar. Ese dinero, claro, tenderá a volcarse a los tipos de cambio paralelos, cuyo movimiento se buscará contener con la más reciente batería de regulaciones sobre la operatoria legal de los negociados en bolsa, con más allanamientos e inspecciones sobre el ilegal blue, y, finalmente, con una nueva y agónica ampliación del swap de monedas vigente con China.

Este es el punto de partida cambiario de la semana final:

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Sergio Massa necesita cimentar su aspiración de forzar un ballotage y de achicar a menos de cinco puntos la ventaja que, se supone, le saca Javier Milei, cosas posibles en la medida en que evite que los avatares del mercado diseminen una percepción de desgobierno.

Milei, en tanto, sueña con que una mejor fiscalización del escrutinio –alla Luis Barrionuevo– y una reedición de la subestimación de su caudal por parte de las firmas encuestadoras le abran la puerta a un triunfo resonante este mismo domingo.

La incertidumbre es enorme.

Lo que se juega en el corto plazo

En lo inmediato, de que haya una definición este domingo o que sea necesario aguardar a un segundo turno el 19 de noviembre depende nada menos que la posibilidad de un agravamiento de la corrida cambiaria y de la presión sobre los bancos.

Si Milei se consagrara presidente, la promesa –¿amenaza?– de dolarización podría expresarse en una huida más acelerada del peso, lo que espiralizaría más la inflación y haría más verosímil el escenario de híper que el libertario parece desear para que la crisis estalle antes del cambio de guardia del 10 de diciembre y para que la licuación del valor de los pesos que la ciudadanía tiene en sus manos o en sus cuentas facilite la aplicación de un programa a priori poco viable.

Eso, sin embargo, podría acontecer aun cuando fuera necesario acudir a un ballotage, pero en un escenario muy favorable al paleolibertario, algo que podría resultar de que la pecera en la que Massa debería acudir a pescar voluntades de abstencionistas y votantes de Myriam Bregman y de Juan Schiaretti sea percibida como demasiado pequeña.

¿Y Bullrich? ¿Conseguirá terciar pese a todo?

Lo que se juega en el fondo

La elección del domingo es la más importante desde 2003 por dirimir, como ocurrió entonces, cuestiones de peso para el largo plazo nacional.

Por un lado, el resultado –lo que incluye, además del tramo presidencial, lo que acontezca en la provincia de Buenos Aires y otros territorios en disputa, así como la nueva relación de fuerzas en el Congreso– indicará cuáles serían las condiciones de gobernabilidad sobre una sociedad cansada de rigores y a la que, incluso en el mejor de los casos, le esperan nuevos sacrificios. La contracara de esa moneda es, claro, un conflicto social que las dos principales ofertas opositoras prometen combatir machete en mano.

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En segundo lugar, un eventual triunfo de Milei o una segunda vuelta entre este y Massa podrían hacer saltar por el aire a Juntos por el Cambio.

La realización de una votación el 19-N podría derivar en pronunciamientos amarillos, radicales, lilitos y peronistas-PRO a favor de uno u otro contendiente, así como la toma del atajo cortoplacista de la "libertad de acción".

Como sea, cuando haya definición, la obligación de buscar lugar en la nueva Argentina se haría perentoria. Parte grande del PRO y sectores del radicalismo podrían confluir en una alianza de derecha dura con La Libertad Avanza (LLA) o, en el escenario opuesto, una minoría del primero de esos partidos y sectores más amplios de la UCR acudir a brazos de Massa y su propuesto gobierno de unidad nacional.

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También el peronismo, sobre todo en las provincias, podría sufrir desgajamientos en caso de un futuro paleolibertario.

A la gobernabilidad y la posible implosión de las dos grandes alianzas hay que añadir el hecho de que los caminos que plantean Milei, Massa y Bullrich conducen a países económica y socialmente diferentes.

El del ultra, uno hecho de dolarización, reinado indisputable del mercado –aun en condiciones de monopolio–, posible ruptura del Mercosur y veloz apertura comercial.

El del peronista, con alguna forma heterodoxa de salida a la crisis inflacionaria, con mayor cuidado del tejido industrial y el empleo a través de un plan de estabilización o, en su defecto, de una nueva apuesta a un gradualismo de dudosa viabilidad.

El de la juntista, con ajuste ortodoxo, incierta "libre elección de monedas" –¿una dolarización de largo aliento?– y apertura comercial tal vez más pragmática.

Resultados nadie asegura y, en todos los casos, un freno en seco del gasto público, una megadevaluación y una licuación inicial de los ingresos populares son parte de un menú que vendría en porciones de distinto tamaño.

Cuarto y fundamental, el mantenimiento o un deterioro grave de la convivencia democrática. La inestabilidad emocional, el lenguaje violento, el desdén hacia cualquier forma de justicia social y la apología de la violación de los derechos humanos durante la última dictadura hacen que los temores estén más que justificados en caso de un triunfo de Milei y Victoria Villarruel.

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El papa Francisco también se subió al último bondi del momento electoral y le brindó una entrevista a Télam en la que se refirió con dureza a Milei, aunque sin mencionarlo. Negó, claro, ser un "comunista" y apeló directamente a "los chicos y las chicas (que) se aferran a milagros, a mesías". "Yo le tengo mucho miedo a los flautistas de Hamelin porque son encantadores. Si fueran de serpientes los dejaría, pero son encantadores de gente y la terminan ahogando. Gente que se cree que de la crisis se sale bailando al son de la flauta, con redentores hechos de un día para el otro", dijo. El papa huele peligro para su país y salió a jugar fuerte.

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