El republicano iniciará su mandato el próximo 20 de enero, mientras que el ganador de la segunda vuelta uruguaya lo hará el 1 de marzo. El primero gobernará por cuatro años y el segundo, por cinco, lo que significa que ambos serán la compañía que tendrá Milei hasta 2027, cuando se vaya del poder o lo revalide.
Uruguay tiene, para el argentino, el valor de ser el casillero que falta completar entre los liderazgos del Mercosur.
En Brasil gobierna alguien que, para el anarcocapitalista, es básicamente un enemigo: Luiz Inácio Lula da Silva. En Paraguay manda el colorado liberal –cartista– Santiago Peña, quien entiende que el interés de su país pasa por no pelearse nunca con el coloso regional y, en la medida de lo posible, tampoco con Argentina. Desde ese punto de vista, ¿daría lo mismo que este domingo el ganador fuera Delgado u Orsi?
Al revés de lo que ocurre en Argentina, los países suelen defender intereses permanentes.
Para Brasil, la integración regional es un activo, gobierne la izquierda o la derecha. Así lo demanda la densa trama de intereses de su complejo industrial, que encuentra en la región un mercado difícil de reemplazar en ligas mayores y más demandantes.
Para Paraguay, lo dicho: pelearse con Brasil no es una opción.
En el caso uruguayo, una cierta percepción del interés nacional ha generado, durante lustros, un equilibrio inestable entre la conveniencia de preservar el Mercosur –sobre todo, el mercado brasileño– y la idea de que el futuro pasa por un comercio más libre con el resto del mundo.
Uruguay y el mundo, de derecha a izquierda
Han defendido esa noción tanto gobiernos frenteamplistas como del centroderecha. En un punto, han querido la chancha y los veinte, aunque la pretensión parece justificada: el mercado regional es el pan de hoy, mientras que el mundial tiene todo el sentido para un país pequeño y de población escasa, además de carente de una industria diversificada y necesitado de abaratar la canasta que pagan sus trabajadores.
Durante la campaña, las diferencias programáticas entre los dos candidatos no han sido demasiado grandes. El principal problema oriental pasa por un nivel de vida demasiado caro en dólares, que esteriliza en buena medida las bondades del persistente aumento de los salarios y de una estabilidad de precios destacable. Ante eso, Delgado prometió más liberalización y apertura importadora, mientras que su rival habló de mejoras sociales financiadas con un sistema tributario más beneficioso para la población que para Marcos Galperin y Susana Giménez.
Detalles…
Los sucesivos gobiernos uruguayos –de distintos partidos, se insiste– ni siquiera encontraron eco para una apertura semejante en el Brasil de Jair Bolsonaro; tampoco, en la Argentina de Mauricio Macri… Es lógico: intereses empresariales hay en todos lados. ¿Sería distinto con Milei?
Ni con Delgado ni con Orsi Uruguay daría el paso de romper con el bloque regional, algo que tampoco hizo, a pesar de sus rabietas, el saliente Luis Lacalle Pou. Le tocaría entonces al argentino decidir qué hacer con la insatisfacción que cuenta en sus diálogos privados acerca de un club que le parece un corsé para el despliegue de la Argentina.
Javier Milei: costos y beneficios
Un gobierno de la Coalición Republicana disimularía la soledad internacional de Milei. La derecha uruguaya podría acompañarlo, si no en su batalla cultural, al menos en cierta orientación marcadamente prooccidental y vinculada a los valores tradicionales. De absurdos como la destrucción del Estado allá ni se habla, por supuesto.
La ganancia de tal compañía, sin embargo, podría ser menor, curiosamente, que la que ofrezca un aislamiento radical.
La Argentina podría incrementar su valor estratégico a los ojos de los Estados Unidos trumpistas en su condición de único aliado –y hasta más que aliado– regional. A diferencia de cualquier otra administración que pudiera surgir en el país vecino, el gobierno de Milei no tiene ninguna pretensión de establecer criterios propios en sus posicionamientos internacionales.
Para eso empezó a orientar de una manera mucho más clara la política exterior desde la baja sin honra de Diana Mondino, haciéndola, más que proestadounidense, pro-MAGA. En efecto, las objeciones planteadas en todos los temas en la última cumbre del Grupo de los 20 (G20) se dieron de bruces con las posturas del gobierno demócrata saliente y recién encontrarán reciprocidad a partir del 20-E.
Lo que la Argentina espera de Trump es mucho y tal vez le valdría más ser la mosca inmaculadamente blanca de América del Sur.
En aquella reunión, Lula Da Silva, Gabriel Boric, Gustavo Petro y Claudia Sheinbaum celebraron lo que entendieron como una entente ideológica progresista equivalente a la "unidad latinoamericana". La ausencia de la Argentina fue un grito que dolió en los oídos.
Embed - https://publish.twitter.com/oembed?url=https://x.com/LulaOficial/status/1858657670854521224&partner=&hide_thread=false
Paradójicamente, ¿no le convendría a Milei, lo que no es lo mismo que decir a la Argentina, que Orsi se convirtiera en el quinto miembro de esa unidad?
La paradoja de Javier Milei
La hipótesis es atrevida, pero de ese modo, tal vez le resultaría más fácil arrancarle al republicano un rol verdaderamente activo para que el Fondo Monetario Internacional (FMI) aceptara renegociar la deuda nacional no sólo a un plazo mayor, sino entregando todavía más dinero fresco.
Toto Caputo, quien fracasó ya desde la previa a la asunción del actual presidente en cada una de las gestiones y promesas que le hizo de conseguir divisas duras que permitieran levantar el cepo cambiario o bien, directamente, dolarizar la economía, apuesta ahora todas sus fichas al Fondo. En eso radica la posibilidad de dar un golpe de efecto preelectoral que fortalezca las chances de La Libertad Avanza (LLA).
Es más, en una entrevista que concedió el último jueves, hasta jugó con una cifra tentativa: un piso de 10.000 millones de dólares.
Si Trump le consiguió a Macri 45.000 millones para evitar un colapso terminal y mantenerlo en la carrera por la reelección, ¿por qué no habría de gestionarle a la actual mandatario –un espécimen todavía más fiel– una cifra menor? Para eso, debería vencer unas cuantas resistencias en el Directorio, planteadas por países que si algo no desean es seguir enterrando dinero en una Argentina siempre decepcionante.
Puede parece extraño, pero la soledad absoluta podría servir mejor al mejor al interés de un gobierno tan cruzado por fragilidades como dotado de una idea pequeña del mundo.
Si Trump encontrara conatos de resistencia regional a su visión sobre el mejor modo de darle pelea a la emergencia de China, acaso la Argentina podría elevar su módico valor.
Gc3O1dhXgAAaqJj.jpeg
Luiz Inácio Lula da Silva y Xi Jinping, presidentes de Brasil y China y aliados en los BRICS.(Foto: Ricardo Stuckert).
¿Pensará esto el Presidente cuando coquetea con un deshielo improbable con Pekín, justamente la capital con la que sueña el librecambismo uruguayo? ¿Busca, acaso, subirse el precio con un coqueteo que se sabe inconducente tanto en Oriente como en Occidente, y que el Big Brother de Washington podría cortar con un solo gesto?
Todo es posible en una Argentina incapaz de conciliar las condiciones de un destino que podría ser grande con una descorazonadora autopercepción de pequeñez.